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Chapter 18 - Capítulo 18

Capítulo 18

Mandalore parte 1

 

—Anakin, es un conflicto interno; La guardia de la muerte ya

ha sido expulsada, la duquesa esta a salvo, los Mandalorianos pueden encargarse

del resto —fue lo primero que dijo Obi-Wan cuando Anakin bajó del transporte

que lo trajo a Mandalore. Anakin levantó las manos.

—Maestro, no necesita estar a la defensiva. He percibido tus

sentimientos a media galaxia de distancia; ya sé que si la duquesa te da un sí,

perderemos a un Jedi —dijo Anakin con una gran sonrisa. Obi-Wan puso cara de

tragedia. Anakin le puso la mano en el hombro.

—Maestro, sabes lo que pienso; esta es una de las cosas que

la Orden debería cambiar —dijo Anakin.

—Anakin, no digas locuras; tú más que nadie debería

comprender…

—¿Que el amor es el camino al lado oscuro? Maestro, eso

realmente suena escalofriante; por favor, no digas cosas parecidas —dijo Anakin

con un suspiro, y Obi-Wan se quedó con la boca abierta.

—No es eso —dijo con un tartamudeo; era evidente que los

argumentos no le llegaban. Anakin miró a su alrededor.

Estaban en una gran plataforma de aterrizaje, donde le había

dejado su transporte. Más allá, un domo se extendía por kilómetros en un páramo

desierto.

—Dolor, ira reprimida, frustración, cansancio, desgana y

miedo. Maestro, ¿es la paz el camino al lado oscuro? —preguntó Anakin. Obi-Wan

parpadeó.

—¿No estás de acuerdo con Satine? —preguntó Obi-Wan con

sorpresa. Anakin negó con la cabeza.

—El Consejo me ha enviado aquí, maestro; esto es un nido de

víboras. No dejes que tus sentimientos te distraigan; la duquesa Satine es una

extremista —advirtió Anakin.

—Anakin, Satine es una pacifista; ella descarta la violencia

en todas sus acciones —explicó Obi-Wan.

—Maestro, todos somos libres de hacer lo que queramos, pero

cuando obligamos a otros a hacer lo que queremos, estamos sobrepasando los

límites. Recuerda que esta es la razón de esta guerra —dijo Anakin y empezó a

caminar.

Obi-Wan reflexionó y siguió detrás de él. Él no le ignoró y

centró sus sentidos en la gente que les rodeaba, olvidándose por unos segundos

de Satine, lo cual era algo increíble, que solo el negociador podría lograr,

pues los más grandes Jedi sucumbirían ante su corazón. Por eso, los ancianos

decidieron borrar tal posibilidad y negar el sentimiento llamado amor. Eran

como aquellos guerreros que decían que los lazos emocionales les hacían

débiles. Los Jedi eran más diplomáticos con sus palabras, pero al final era lo

mismo.

—Señor, la plataforma está despejada, sin amenazas —informó

Rex, que había desembarcado con él junto a un pequeño grupo de clones.

—Entendido; vigila el perímetro y revisa el cargamento del

transporte para la duquesa. No quiero que nada suba a ese transporte si no está

debidamente identificado —ordenó Anakin.

Rex saludó y le hizo señas a un grupo de clones para

señalarles a los encargados de aduana, que Anakin sabía tendrían un día pesado,

porque él ya conocía los planes de Palpatine para Satine y no se quedaría de

brazos cruzados. Era el tiempo de darle dolores de cabeza al Lord Sith y

hacerle dudar de sus propias percepciones.

Obi-Wan siguió observando el lugar pensativo; Anakin era

conocido por ser precavido y estudiar todo a fondo, por lo que no notó nada

raro en sus órdenes.

Lo que sí notó Obi-Wan fue el latir acelerado de su corazón

cuando Padmé se acercó a unos kilómetros de ellos. Por una vez, Anakin sonrió,

porque Obi-Wan se mordió la lengua para no decir nada. Esta vez, su corazón

también estaba alterado, y no quería una réplica a sus pullas.

Ellos se acercaron en silencio a la plataforma de llegada,

escoltados por Rex y un par de clones. Satine, la duquesa gobernante de

Mandalore, donde estaban ahora, llegó a la plataforma acompañada de una

comisión del Senado Galáctico, que la llevaría a Coruscant, para discutir si la

situación actual de Mandalore ameritaba la intervención de la República.

Mandalore y la duquesa Satine eran en la actualidad los

líderes de una unión de planetas pacifistas, de mil quinientos mundos. Como

Palpatine quería a todos en la guerra, esto era una piedra en el zapato para

él, y ya planeaba sus trucos sucios para llevarlos hasta ellos. Anakin no se

preocupaba por ello porque Padmé ya estaba en este asunto, y ella se encargaría

de la situación en el Senado. Él solo debía vigilar que Palpatine no pudiera

secuestrar a Satine o matarla, y dejarle el camino libre a los otros extremistas,

que eran la Guardia de la Muerte, donde estaba Bo-Katan, la hermana de Satine.

Aunque Mandalore parecía pacífico, y sus fuerzas de seguridad

eran un juego, en realidad solo estaban en pausa de una guerra civil que aún no

acababa. Anakin no podía hacer mucho en esta ocasión porque los mandalorianos

eran hostiles hacia los Jedi, y los que seguían a Satine lo hacían por miedo a

la guerra. Este planeta era un hervidero de problemas.

—Duquesa Satine, este es el Caballero Anakin Skywalker; el

Consejo le envía para su protección y la de sus senadores acompañantes

—presentó Obi-Wan con tono formal.

—El gran General Skywalker —dijo la duquesa Satine.

—La 501 y yo solo somos un grupo de apoyo; Obi-Wan se acerca

más a ese título —dijo Anakin.

—Eso es correcto —apoyó Rex, y la duquesa sonrió mientras

ellos le abrían paso para escoltarla al lujoso transporte, que los llevaría a

Coruscant.

—Anakin, hace meses que no te veo —dijo Padmé, quedándose atrás,

mientras Obi-Wan escoltaba al resto de la delegación dentro y Anakin se quedaba

para vigilar el resto de las cosas que subían a la nave.

—He estado ocupado derribando cruceros separatistas —dijo

Anakin. Padmé suspiró.

—Los separatistas aún no dan muestras de querer negociar

—dijo Padmé.

—Lo harán; los fondos de guerra pronto se agotarán, y ellos

estarán en manos de la Federación de Comercio y el Clan Bancario. Palpatine no

desperdiciará esa oportunidad para obtener el poder sobre ambas facciones, pero

nosotros estaremos detrás de él para sacar los máximos beneficios —dijo Anakin

y miró al droide Masacre 2.0 al que Padmé había nombrado 02—. Me alegra que

estés bien —dijo Anakin.

—02 es un gran guardián, y los demás también deben agradecer

eso —dijo Padmé abrazando a 02.

Anakin se había enterado de los intentos de Palpatine de

eliminar a los senadores que le apoyaban, pero los robots Masacre frustraron

sus planes en todas las ocasiones. Ya fuera usando venenos, armas o puñaladas

traperas, los robots Masacre estaban preparados para todo.

—También recibimos nuevos apoyos, algunos muy entusiastas

—dijo Padmé con un leve tono acusador. Anakin percibió su celos.

—Ah, la senadora Chuchi. Es una gran admiradora; creí que se

llevarían bien. Ella es algo tímida pero muy decidida. Supongo que unos meses

en el Senado ya habrán obrado maravillas en su carácter —dijo Anakin con una

sonrisa.

—¿No estabas muy ocupado derribando cruceros? —preguntó

Padmé.

—A veces, el Consejo llama; después de todo, nos hemos

encontrado en este lugar —dijo Anakin.

—Supongo que sí —dijo Padmé de mala gana, ignorando sus

instintos que le advertían que él trataba de alejarse.

Anakin pensó que los Jedi no eran los únicos en cometer este

tipo de errores, pero quizás era el momento de ser sincero con Padmé.

—Padmé…

—Anakin…

—¡General! —llamó Rex desde donde inspeccionaba las cajas que

subirían al transporte, junto a los oficiales de aduana. Su tono era urgente e

interrumpió la conversación.

—Peligro detectado, recomiendo la retirada inmediata —dijo

02, interponiéndose entre Padmé y el puesto de revisión.

—Hablaremos luego —dijo Anakin sacando su sable de luz y

corriendo al puesto de inspección.

En el puesto, Rex vio moverse una de las grandes cajas que

había llamado su atención y activado las alarmas, y mandó a los clones a

replegarse y tomar posiciones porque no sabía lo que había dentro.

Anakin, que sí lo sabía, saltó unos veinte metros y cayó

sobre la caja, blandiendo su sable de luz y cortando en dos al robot araña

infiltrador dentro de esta.

—¡Fuego! —ordenó Anakin a Rex, que ya apuntaba a otras cajas

que estaban en el mismo envío.

Los clones abrieron fuego, y los robots tuvieron que salir a

dar batalla, pero estos eran robots de infiltración, y estaban expuestos y

rodeados en una plataforma despejada; ellos no pudieron hacer nada, y Anakin

actuó de escudo para los clones, atrayendo el fuego y cortando todo intento de

escape.

La guardia mandaloriana fue completamente inútil e ineficaz;

apenas pudieron ayudar retirando a los civiles. Los robots asesinos también

tenían una carta oculta, que eran cientos de mini droides arañas, pero Anakin

los desarmó en piezas apenas salieron, y no fueron un problema, aunque dejó uno

de ellos operativo porque lo necesitaba para revelar la identidad del senador

al que Palpatine le había pagado para deshacerse de Satine, en nombre de los

separatistas, y atraer a Mandalore y los mundos que le apoyaban a la guerra.

—Rex, deja que los mandalorianos se encarguen de la limpieza;

tenemos un transporte que abordar —ordenó Anakin, llevando a su pequeña presa

robótica, sostenida e inmovilizada por la fuerza, mientras conseguía un envase

apropiado.

—Anakin, ¿qué ha pasado? —preguntó Obi-Wan una vez se

reunieron, más para la delegación que para él mismo, cuyos sentidos ya le

habían puesto al tanto de la situación.

Anakin, seguido por Rex, había llegado a un gran salón con un

trono con tantos cojines que parecía una cama, donde estaba la duquesa Satine.

—Un pequeño intento de abordaje, por parte de droides

—informó Anakin, que ya había conseguido un pequeño recipiente transparente

para meter al pequeño robot asesino, en el que la comitiva de diplomáticos

tenía toda su atención puesta. Rex sacó algunos documentos de embarque y se los

pasó a Padmé, que los revisó.

—Estas son las órdenes de embarque que les darían acceso a

los robots asesinos a esta nave —dijo Anakin.

—Tienen el sello del Senado, lo que significa que fue uno de

los senadores aquí presentes los que lo aprobaron, pero no tiene una firma

—dijo Padmé y los senadores lucieron contrariados.

—Ah, en eso debo diferir; sí que han dejado una firma —dijo

Anakin con una sonrisa, levantando al pequeño bicho, que luchaba para salir del

recipiente donde estaba atrapado y atacar a los presentes para cumplir su

misión.

Anakin sonreía porque ya tenía recuerdos de este momento que

estaban en la mente de Xion, él solo repetía el libreto y sentía una sensación

de déjà vu, mientras la Fuerza susurraba en sus oídos.

—Este es uno de los droides que intentaban infiltrarse, con

órdenes de atacar a los presentes, pero sospecho que aquel que aprobó su subida

a esta nave no estaba entre sus objetivos —dijo Anakin probando el robot con

cada uno de los senadores presentes, comenzando con Padmé para levantar

cualquier sospecha sobre ellos y dejando al responsable para el final, un

senador que llevaba la cabeza envuelta por una especie de sombrero turbante.

—Príncipe Tal Merrik, parece que estar entre los mundos

neutrales en esta guerra le causa aburrimiento —dijo Anakin al hombre que era

el representante de Kelevala, uno de los 1500 mundos neutrales que Satine

lideraba. El robot se había detenido en sus intentos de agresión al ser

presentado ante el hombre.

—No tengo idea de lo que está hablando —dijo Merrik, al

tiempo que hacía un movimiento rápido hacia Satine que estaba a su lado, y eso

no era casualidad; el tipo se había acercado a ella adrede para poder tomar un

rehén. Pero Anakin sacó su sable de luz, y en un movimiento, uno de los brazos

del representante cayó al suelo junto a un bláster. El hombre chilló de dolor

rodando por el suelo.

—¡Anakin! —reprendió Obi-Wan por la violencia con que actuó,

pero Anakin solo miró a Rex, que se apresuró a llevarse al hombre.

—Lo interrogaré luego de supervisar una revisión sobre la

nave, maestro, usted quédese con los senadores —dijo Anakin, que decidió lidiar

luego con las recriminaciones de Obi-Wan. Él ya se había librado de la amenaza,

pero hasta que no revisara la nave de nuevo, no se quedaría tranquilo, y no

tenía tiempo para perseguir a Merrik por media nave mientras este tomaba a

Satine de rehén.

—General Skywalker —dijo una voz suave a su espalda, mientras

Rex terminaba de presentar el informe de los demás escuadrones que revisaban la

nave.

Anakin hizo un gesto para despedir a Rex, que saludó y salió

de la pequeña habitación que le habían asignado.

La habitación era de tres por tres, pero esto era el

transporte de un gobernante, y todo tenía una decoración exquisita. Con

alfombras, pinturas, lámparas y muebles que parecían hechos a mano. La

habitación también tenía una vista del hiperespacio, y su visitante, la duquesa

Satine, se acercó para contemplarla junto a él.

—Duquesa Satine, debo ofrecerle mis disculpas por mi

movimiento con el sable de luz, pero últimamente, perder tiempo para mantener

las formalidades es un lujo que no puedo darme —se disculpó Anakin con

sinceridad.

—La violencia… —Anakin negó con la cabeza.

—Duquesa Satine, me malinterpreta —dijo Anakin—. La violencia

no es algo que me preocupe. Busco la paz, pero no soy un pacifista. Eso parece,

porque esta guerra sin sentido es algo que me desagrada profundamente

—explicó—. La razón de que me disculpe es el protocolo jedi —explicó Anakin. La

duquesa pareció algo confusa.

—Duquesa, habrá notado que los jedis no acostumbran a usar

sus habilidades delante de las personas que no son sensibles a ella; incluso en

el templo, está mal visto que los jedi usen la Fuerza en las pequeñas tareas

del día a día —dijo Anakin. La duquesa pensó y luego asintió.

—Es parte del protocolo, pero pocos jedi son conscientes de

la razón detrás de ello —dijo Anakin mirando a la duquesa, que no parecía

entender.

Anakin alzó la mano y una de las pinturas voló hasta él,

deshaciéndose en pequeñas partículas que formaron una pequeña esfera rojiza;

luego, una pequeña y exquisita escultura de Obi-Wan y la propia duquesa Satine,

aunque ambos parecían más jóvenes, y con expresiones de tristeza en sus

miradas, mientras parecían estar despidiéndose el uno del otro. La duquesa dio

un respingo.

—Así es, su pasado es un libro abierto para mí. Mis

habilidades van más allá de su imaginación. Si las usara siempre, la gente

sentiría algo más que incomodidad: la envidia, los celos, el miedo y el temor

se fundirían en sus corazones, trayendo el odio. Esta es la razón detrás del

protocolo jedi.

»El consejo no quiere que el resto de la galaxia vea a los

nuestros como monstruos, seres cuya existencia podría amenazar la paz, personas

más allá del control . Más allá de esto, los instintos y sentimientos no

mienten, y la gente no estaría equivocada al sentir miedo de un sensible a la

fuerza, pues podemos convertirnos en su peor pesadilla.

»Manejar a la gente como marionetas, alimentarnos de sus

vidas, sacrificar mundos enteros para ganar la inmortalidad. La Fuerza puede

darnos todo eso y más, y es solo la débil voluntad humana lo que se interpone

entre esto y los jedis. El consejo no quiere que siquiera contemplemos esa

posibilidad.

»Por eso, el consejo trae a aquellos que son sensibles a la

fuerza al templo. Ellos, por el bien de nosotros mismos y el resto de la

galaxia, no tienen el derecho a decidir sus propias vidas. No tienen el derecho

de tener una familia. No tienen el derecho a amar, pues han nacido con la

Fuerza, y la Fuerza es un gran poder. La mente y la realidad no están más allá

de ella —explicó Anakin sin esconder nada, entregándole la pequeña escultura a

la duquesa Satine.

Satine estaba tan tensa como una tabla, y el latir de su

corazón se había vuelto un zumbido, pero con manos temblorosas, tomó la

escultura, sin parecer saber lo que estaba haciendo.

—Esta guerra pronto terminará, y cuando eso pase, uno de mis

objetivos es darle unas cuantas lecciones de vida a la orden. No se preocupe,

soy un excelente duelista, y por fortuna la Fuerza no es algo de lo que

carezca, ya que no soy muy bueno convenciendo a otros de mis puntos de vista

—ofreció Anakin. Si los demás jedis no le escuchaban en esto, entonces

entrarían en negociaciones hostiles. Satine parpadeó.

—General Skywalker yo… —Anakin levantó la mano porque Obi-Wan

había frenado justo enfrente de su habitación. Él volteó, y Satine dio un

pequeño respingo al seguir su mirada, viendo a Obi-Wan, que lucía igual de

asustado que ella.

Satine se apresuró a guardar la escultura que Anakin le había

dado entre las mangas de su vestido antes de darse media vuelta.

—Maestro, ¿no debería estar con la comitiva del Senado?

—preguntó Anakin con una sonrisa.

—Anakin… La duquesa está en este lugar, no sabía que ella

estaba contigo —carraspeó Obi-Wan. Anakin supuso que él vino corriendo hasta

allí justo porque sabía que la duquesa estaba con él.

—Bueno, ella está conmigo —dijo Anakin levantando una ceja,

porque Obi-Wan entró en la habitación y al parecer no pensaba irse.

—Anakin, el consejo me pidió a mí escoltar a la duquesa, ya puedes

volver con tu trabajo en la seguridad —dijo Obi-Wan dejando de lado cualquier

diplomacia.

Anakin supuso que tendría que sacar su sable para sacarlo de

esa habitación, pero Anakin solo lo molestaba, porque ya le había dicho a la

duquesa todo lo que debía decirle; el resto dependía de ella.

—Maestro, solo le explicaba a la duquesa que en realidad no

soy un pacifista, pues no tengo razones para serlo —dijo Anakin, porque Obi-Wan

ya estaba al borde de un ataque de nervios, y Anakin ya se había cobrado todas

las veces que él fue molesto cuando estaba Padmé.

Anakin supuso que a partir de ahora, Obi-Wan no olvidaría

esta valiosa lección sobre cómo el mundo puede girar de repente, dejándolos en

posiciones completamente opuestas a las que antes habían ocupado. Obi-Wan

apretó los dientes con impotencia al comprender que había llegado tarde. De

seguro se pasaba las siguientes noches sin dormir.

—¿Razones para no ser un pacifista? —preguntó Satine, sacando

a su amor de una situación incómoda, aunque su pregunta tenía cierta curiosidad

detrás. Anakin asintió y señaló un juego de cómodas sillas para invitarles a

sentarse.

Satine y Obi-Wan aceptaron su oferta, y Anakin se sentó con

ellos, dejando la vista hiperespacial a un lado.

—Duquesa Satine, ¿es usted la líder de su pueblo? —preguntó

Anakin. Satine evaluó su pregunta y asintió después de unos segundos.

—¿Puede decirse que representa usted a todos los

mandalorianos? Y estoy hablando de todos —aclaró Anakin. Satine frunció el

ceño.

—No, no represento a todo Mandalore, si se refiere a la

guardia de la muerte —dijo Satine con tono serio. Anakin asintió.

—Entonces, no es usted la líder de Mandalore. Un líder

representa un ideal para todos, y si ponemos a Mandalore como ese todo, que

parte de este, quiera su cabeza, eso significa que no es usted su líder, sino

su gobernante.

»Los gobernantes representan a una mayoría, pero siempre hay

gente que no les apoya. Siempre hay gente que les sigue porque no hay nada más.

Pero sobre todo, la gran mayoría de la gente preferirá la paz, aunque eso

signifique hacer sacrificios, tanto de valores como de tradiciones.

»Por otro lado, siempre habrá un pequeño grupo de cabezas

duras, que prefieren morir antes que renunciar a aquello en lo que creen, sin

importar si con ello causan daño a otros o se convierten en lo que usted llama

terroristas —concluyó Anakin, y la duquesa se tensó, mientras Obi-Wan lo miraba

con ira, porque de nuevo, estaba dando un discurso político, y los Jedi no

debían tomar partido.

—General Skywalker, ¿dice que la existencia de la guardia de

la muerte es mi culpa? —preguntó la duquesa. Anakin pensó por varios segundos

para explicarse mejor.

—Quizás me haga entender mejor si le explico desde otro punto

de vista, alejado de Mandalore —dijo Anakin mirándola. La duquesa asintió.

—En un mundo diferente de este, la miseria, el hambre, la

guerra y la desesperación son constantes. Se lucha por luchar, y la esperanza

en que el conflicto termine es nula. Cualquier movimiento orientado a ello es

fútil, sin ninguna emoción detrás, un esfuerzo inútil, más el movimiento de una

marioneta que no sabe cómo volver a sus hilos.

»Sin embargo, el milagro sucede, y por una intervención

externa, ahora hay otra posibilidad diferente a la guerra. De entre los

desesperados, se alza una luz. La esperanza resurge, e incluso aquellos que

defendían la guerra la apoyan porque están hartos. La guerra es terrible, y la

miseria y penurias que la acompañan lo son aún más. Lo han perdido todo y no

han ganado nada.

»La gloria es ceniza en sus bocas y las tradiciones que los

llevaron a ellas solo una pesada carga sobre sus espaldas. La nueva luz promete

paz y prosperidad, aunque también exige sacrificios. Pero ante la desesperanza

y la miseria, estos sacrificios ya no parecen gran cosa, y las masas se alzan

con fuerza, trayendo la anhelada paz. Los sacrificios se hacen, y la paz llega.

»Aquellos que no están de acuerdo quedan en el olvido. Son

repudiados y apartados. Pero una vez la paz llega, la esperanza es renovada y

la prosperidad renace, con ella también llega la voluntad y la esperanza. Los

sacrificios que has hecho se vuelven evidentes, y cuando este sacrificio es tu

libertad, este ahora es una carga mucho mayor de lo que imaginabas.

»Empiezas a sentirte encerrado. No quieres volver al pasado,

pero te das cuenta de que esta vida no es lo que quieres. Te sientes como un

payaso y empiezas a sentir que vuelves a ser un títere, y a preguntarte si

acaso ahora es diferente de antes.

»Pero la luz está a salvo. La paz está a salvo, pues si bien,

desde este punto de vista, sus seguidores son marionetas, títeres sin voluntad

de aquella que ilumina en frente de ellos, debemos recordar que la esperanza

está del lado de esta luz. La paz está aquí. El bienestar y todo lo que

significa vivir en paz.

»Solo un pequeño grupo de gente cortará sus hilos, y se

unirán a aquellos cabezas duras que nunca admitieron la derrota, aunque fueran

repudiados, porque solo estos representan un refugio seguro, y se mienten a

ellos mismos diciendo que esta vez la gloria llegará. Falsas ilusiones, solo

les espera la desesperación.

»En cuanto al resto, la paz es efímera cuando es defendida

por meras marionetas. La paz no es sostenible ante el miedo, y el miedo siempre

reacciona ante una amenaza. Un pequeño movimiento violento, y todo se

derrumbará como el teatro que siempre ha sido, pues desde un principio, la paz

fue tan falsa como la misma guerra, y sus defensores solo eran títeres. Así el

ciclo vuelve a comenzar, una y otra vez —concluyó Anakin.

El silencio se mantuvo por unos segundos, en que la duquesa

pareció reflexionar, pero al final se levantó, y sin parecer llegar a una

conclusión se marchó. Obi-Wan hizo una mueca y luego le miró con enemistad.

La Fuerza había notado la existencia de Satine, y ahora

empezaba a arremolinarse a su alrededor, indecisa, imprecisa e insegura, como

una vida por nacer, un potencial por explotar.

—Maestro, Satine es una gran luz para su pueblo, pero es una

extremista, que los ha convertido en meros títeres de su voluntad, y a su vez,

ha provocado el nacimiento de la guardia de la muerte, quienes no están de

acuerdo con ella, pero ella se niega a escuchar, por lo que ahora son

extremistas. Gente que daría la vida por su mundo, solo un poco de diplomacia,

y ellos volverían al redil, pero ella se niega a aceptar nada más que sus

ideas.

»Mandalore no es un planeta de pacifistas, es un planeta de

guerreros y gente de voluntad fuerte, que ha visto el terrible costo de la

guerra, y está dispuesta a hacer grandes sacrificios por la paz, pero la

duquesa lo toma, como si todos pensaran igual que ella, actuando como un

tirano, y la tiranía siempre conduce al desastre, pues la vida siempre prefiere

el camino de la libertad. No es casualidad que sea la bandera de tantos

políticos, ellos apelan a ese sentimiento, que está arraigado en todos los seres

vivos, es la vieja confiable —explicó Anakin.

Obi-Wan lo miró y luego apartó la mirada, e hizo varias

muecas, para levantarse.

—Anakin, es muy difícil tratar contigo —se quejó Obi-Wan y

salió de la habitación. Rex, que montaba guardia fuera, entró.

Anakin se levantó y volvió a la ventana para extender sus

sentidos por toda la nave.

—Señor, ¿usted? —preguntó Rex con dudas.

—Sí, Rex, sé lo que se siente ser un esclavo, y sé que tan

hermosa puede sonar la palabra libertad. Rex, te prometo que el fin de esta

guerra, también será el fin de la esclavitud —juró Anakin.

—Señor —dijo Rex, y sin decir más, montó guardia a su lado.

Ahsoka observó a los cruceros huir mientras el Verdad y

Reconciliación salía del hiperespacio, e hizo una mueca.

—Detengan el siguiente salto, ya tengo jaqueca —dijo Ahsoka

quitándose el casco del sistema 0 de la cabeza y tallando su rostro.

Maul se había vuelto muy bueno en predecir sus movimientos y

alertar a sus cruceros para que huyeran al ver al Verdad y Reconciliación. En

sus principales bases, él había puesto campos de minas, y sistemas ocultos, que

les llevaría demasiado tiempo destruir, y para cuando lo hicieran, ya habrían

evacuado sus naves, y el Verdad y Reconciliación no podía resolver conflictos

terrestres. Debería ser usado para destruir la flota enemiga, su uso para

respaldar tropas de tierra sería un desperdicio.

Sabiendo esto, Maul trazaba sus movimientos diarios después

de un par de ataques, y por lo general acertaba donde iba a atacar; Ahsoka

sospechaba que el Sith tenía su propio sistema 0. Aun así, ella lograba

destruir al menos unos diez a veinte cruceros diarios, lo que sumado a las

batallas normales que tenían en la guerra, era un desangre continuo para la

flota enemiga.

—Descansemos por un par de horas, dejemos que Maul siga

trazando planes y se pregunte por qué no atacamos —ordenó Ahsoka desde la silla

del capitán.

—A sus órdenes, comandante Tano —respondió su comandante clon

encargado, mientras Rex y Anakin cumplían una misión encargada por el consejo

en Mandalore.

Ahsoka miró el casco del sistema 0 que Anakin hizo para ella.

Este casco estaba hecho de células artificiales, como las llamaba Anakin,

aunque en realidad eran nanobots; él las llamaba así porque eran mucho más

pequeñas que los nanobots. Ahsoka no podía creer la cantidad de usos que tenían

estas cosas, y parecía que Anakin podía programarlas para adoptar cualquier

forma y reemplazar a cualquier sistema. También eran extraordinariamente caros

de producir.

Ahsoka acarició el casco del sistema 0, que tenía impresos

los sentimientos de Anakin hacia ella, porque lo había hecho usando la Fuerza,

y parte de estos se quedaron en el casco…

Ahsoka sacudió la cabeza y apartó la mano porque se dio

cuenta de que los clones la miraban de reojo.

—¡Qué miran! —reprendió Ahsoka, y los clones fingieron no

escucharla, continuando en sus rutinas programadas.

Los clones llevaban cascos porque estaban de servicio, pero

sus sentidos le habían indicado que la estaban mirando, y ella no lo pasaría

por alto; el sistema 0 había obrado maravillas en su percepción con la Fuerza.

Ahsoka miró amenazadora a los clones por unos segundos,

colocando su casco a un lado para demostrarles que estaban pensando tonterías.

Después de unos minutos, Ahsoka volvió a tomar el casco y

ponerlo en su regazo. Ella no tenía que demostrarle nada a estos tipos, y no

debió dejar el casco a un lado como si fuera algo malo llevarlo con ella…

—¿Quieren ir a limpiar la bodega de carga en sus descansos?

—reprendió Ahsoka al captar algunos cuchicheos, que cesaron de inmediato.

Ella se levantó y fue a las pantallas de observación porque

estaban en la cubierta intermedia, rodeados de capas de blindaje, y todo lo que

se mostraba en el puente era una transmisión de los diversos sensores del

Verdad y Reconciliación, instalados por Anakin.

Ahsoka no estaba pensando en Anakin; solo se sentía extraña

sin su presencia a su lado. Siempre molestándola para que le llamara maestro,

pero después dándose por vencido y hablando con ella. Él había estado pensativo

los últimos días, desde que se enteró de la situación en Mandalore, y Ahsoka se

preguntaba si sería algo importante para finalizar la guerra.

Anakin decía que se acercaba el fin, y Ahsoka se preguntaba

qué haría después de la guerra, aunque la respuesta de la Fuerza le preocupaba,

pues le confirmaba que nada sería igual que antes, y Ahsoka, ya podía verlo,

pues el plan de Anakin no era terminar esta guerra con la rendición

separatista, él pensaba obligar al Senado a negociar.

Eso significaba que si la guerra se detenía, los Jedi

volverían a su antiguo encargo como diplomáticos de la República. Serían

enviados ella y Anakin en misiones…

Ahsoka suspiró, pues la Fuerza le indicaba que eso era

absurdo. Anakin ya tenía demasiada influencia en la orden; era probable que

fuera arrastrado al consejo a la fuerza, y ella no saliera del templo, al ser

su Padawan. O todo saliera mal…

Ahsoka sacudió la cabeza y negó tal posibilidad. Su camino

debía mantenerse firme y no dudar. Ya llevaba un año junto a Anakin, y si algo

había aprendido a su lado, era que las acciones creaban el futuro y debían

actuar con determinación.

—Yo creo en ti —murmuró Ahsoka por lo bajo, mirando el casco

que llevaba debajo del brazo. Luego anotó en su mente enviar a este turno de

mirones a un castigo ejemplar.

La duquesa Satine se plantó ante el Senado galáctico y dejó

clara la postura de Mandalore, que no estaba dispuesta a unirse a la guerra ni

aceptar ayuda de la República en sus asuntos internos, por lo que los senadores

que apoyaban a Palpatine tuvieron que abstenerse de hacer planes con los mundos

que lideraba.

Padmé observó todo sintiendo algo de satisfacción porque al

llegar aquí, sus compañeros conspiradores en contra de Palpatine le informaron

que habían frustrado un plan de la cancillería para usar las declaraciones de

un gobernador en contra de la duquesa.

La vida del hombre no pudo salvarse, pero la grabación

alterada de su mensaje, que iba a ser usada en contra de la duquesa, nunca

llegó a manos de Palpatine, por lo que la duquesa pudo dar su discurso sin

interrupciones y acallar las voces de la guerra que querían introducir a

Mandalore y los mundos que lideraba en la guerra.

Padmé saludó a la duquesa cuando esta terminó su discurso y

salió hacia sus habitaciones. Padmé suspiró de alivio al ver que esta era una

batalla ganada y se preparó para ir al templo jedi y ver a Anakin.

En la nave, ella había tenido que mantenerse cerca de la

duquesa Satine mientras los senadores que representaban a Palpatine trataban de

convencerla de permitir a la República enviar fuerzas de defensa a Mandalore.

Ella no podía permitirlo y se mantuvo allí, alegando razones por las que no

debía hacerlo y asegurándose de que no se produjera ninguna clase de chantaje,

por lo que no tuvo ningún momento para hablar con Anakin. Por eso, ahora debía

ir al templo antes de que este partiera, y estuvieran otros muchos meses sin

verse cara a cara…

Padmé interrumpió sus pensamientos e hizo una mueca cuando la

duquesa terminó de saludar a los senadores que la acompañaban para dirigirse a

sus habitaciones. Por un segundo, Padmé pudo ver una expresión en su rostro que

ella ya conocía: incertidumbre y muchas dudas. Eso era malo; Palpatine parecía

oler estas emociones como un carroñero a una presa en descomposición, y esto no

se podía pasar por alto, por lo que dio media vuelta y siguió a la duquesa.

Padmé caminó con normalidad, alcanzando a la duquesa cuando

esta estaba entrando a sus habitaciones. Padmé saludó y ella la dejó entrar.

—Duquesa Satine, quisiera hablar en privado —dijo Padmé, y

Satine asintió despidiendo a su comitiva y ayudantes.

Padmé mantuvo una conversación casual por unos minutos hasta

que la duquesa mostró algo de preocupación nuevamente al preguntarle por sus

planes para Mandalore. Padmé confirmó sus dudas, por lo que decidió actuar.

—¿Sucede algo malo, Duquesa Satine? —preguntó Padmé. Satine

no respondió por varios segundos.

—¿Es usted amiga del general Skywalker? —preguntó Satine, y

Padmé tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la calma; aun así, un

pequeño destello pasó por los ojos de la duquesa. Padmé sabía que si no era un

poco sincera, ella no hablaría de lo que la preocupaba.

—Anakin y yo pasamos por muchas cosas juntos —dijo Padmé

siendo todo lo vaga posible sin llegar a mentir o subestimar su relación. La

duquesa Satine pareció algo distraída.

—Entiendo —dijo Satine, y Padmé se quedó con muchas ganas de

preguntarle qué entendía, pero dejó que sus emociones la distrajeran y no

interrumpió a la duquesa, que parecía reflexionar.

—Senadora Amidala, ¿cree usted que las personas están

dispuestas a hacer sacrificios por la paz? —preguntó la duquesa Satine. Padmé

no entendió, pero eso no quería decir que no pudiera responder a esa pregunta.

—En condiciones normales, no lo creo —dijo Padmé con

sinceridad—. Duquesa Satine, si eso fuera así, en este momento, la República no

estaría en guerra. Solo ahora, que el sufrimiento provocado por la guerra se

extiende, las personas son capaces de valorar la paz —explicó Padmé.

—Y hacer sacrificios por ella —dijo la duquesa. Padmé seguía

sin entender, pero volvió a asentir—. Y para que haya paz, sin que nadie

externo a este conflicto intervenga, ustedes proponen negociar con los

separatistas —dijo la duquesa Satine.

—No encontramos otra solución, pues la alternativa es la

guerra que tenemos ahora, y eso solo ha traído desgracias para todos —explicó

Padmé.

—Los separatistas exigen demasiadas cosas de la República,

¿cree que el Senado aceptará sus demandas por el bien de la paz? —preguntó la

duquesa.

—Espero que los separatistas también hayan comprendido el

valor de la paz durante esta guerra absurda —respondió Padmé, pues no podía

haber una negociación donde una de las partes se limitara a exigir demandas;

eso sería una rendición.

—Entonces, ambas partes harán sacrificios por el bien de la

paz —dijo Padmé.

—Es más que por el bien de la paz. Restablecer el orden y la

libertad que todos han perdido con esta guerra…

—Libertad —interrumpió Satine con una pequeña mueca.

—Sí, duquesa. En alguna parte, la República parece haber

olvidado que nos regimos por un principio de libertad, y ese es el principal

reclamo de los separatistas. La pérdida de su libertad, independencia y

autodeterminación. Ellos acusan a los mundos del centro de la galaxia de verles

como recursos a explotar, mientras que no les ofrecemos seguridad, y yo, que he

estado en el borde exterior, entiendo su reclamo, aunque no esté de acuerdo con

esta guerra —dijo Padmé con un suspiro.

—Mi hermana es parte de la Guardia de la Muerte —dijo la

duquesa Satine, y Padmé se quedó aturdida—. No estuve dispuesta a escucharla

después de la muerte de mi hermano, la guerra civil, y toda la violencia, me

negué a escucharlos y me apoyé en todos aquellos que, como yo, clamaban por la

paz. Ahora, he obtenido la paz, pero me niego a hacer sacrificios para

mantenerla, al tiempo que les pido a todos que sacrifiquen todo en lo que

creen, para seguirme a mí —explicó la duquesa Satine, y Padmé comprendió que en

ningún momento hablaban de la República. Padmé se situó en el nuevo escenario y

comprendió todo.

—Es la pregunta que todos aquellos que llegamos a ejercer un

cargo de poder nos hacemos alguna vez —dijo Padmé, y la duquesa la miró con

interés—. ¿Represento a mi pueblo? Me hice esa pregunta de forma constante

durante el asedio a Naboo. ¿Tenía el derecho a seguir resistiendo cuando mi

pueblo clamaba en el sufrimiento? ¿Tendría que rendirme? Yo elegí no hacerlo,

pues la Federación de Comercio no era parte del pueblo al que representaba. Eso

es diferente en su situación y es más parecido a la actual situación de la

República, y con esto, creo que dejo clara mi opinión al respecto, aunque no me

malinterprete, pues creo que su camino es el correcto; la violencia solo agrava

los problemas —explicó Padmé.

—La paz es el camino correcto, pero la libertad nos lleva al

futuro —reflexionó la duquesa Satine. Padmé frunció el ceño; eso le sonaba

conocido.

—Sí, fueron sus palabras, o algo parecido —dijo Satine con

una sonrisa. Padmé se tensó, y la duquesa mostró una pequeña sonrisa cómplice—.

Senadora Amidala, creo que nos parecemos más de lo que cree —dijo la duquesa

Satine y ambas tuvieron una larga conversación.

A Padmé se le fue la hora muy rápido, y cuando salió de la

habitación de Satine, ya era de noche. Ella se dirigió al Templo Jedi, pero al

llegar, Anakin ya había partido.

—Un mercenario se infiltró en el templo y robó un holocron

con información vital, por lo que nuestros Jedi más capaces han sido

encomendados para recuperarlo —dijo la maestra Jadle, que era quien la recibía

la mayoría de las veces que iba allí. Padmé suspiró.

—En verdad, él no ha huido esta vez —dijo Jadle con tono

consolador. Padmé se tensó, pero luego se relajó.

—Quería aclarar las cosas entre nosotros —dijo Padmé con algo

de temor, pero al final lo dijo.

—Tu valor, él lo ha notado —dijo Jadle—. Pero me pregunto

cuál es la voluntad de la Fuerza en este caso, pues has tardado en ver a través

de tus sentimientos —dijo Jadle con pesar.

Padmé parpadeó, mientras el significado de esas palabras le

provocaba sentimientos de sorpresa, incredulidad, miedo, luego ira, y luego se

convertían en la imagen de una zorra azul de cabellos morados, que había estado

hablando de Anakin en un tono muy dulce. Jadle suspiró.

—Así que ya hay otra, los caminos de la Fuerza son realmente

algo oscuros cuando se refiere al Elegido —dijo Jadle sacudiendo la cabeza, y

dándose media vuelta para marcharse, mientras Padmé parpadeaba y murmuraba con

incredulidad.

—¿Cómo que otra? —murmuró Padmé, pero la maestra Jadle siguió

caminando.

—¡Anakin! —gruñó Padmé, sucumbiendo a la ira.

 

NA: Anakin ha plantado dudas en la mente de Satine, ahora

ella se cuestiona sus propios métodos, veamos en qué puede acabar. Padmé ya se

ha enterado de que tiene competencia, y por supuesto, ha notado a la admiradora

de cabello morado.

 

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