Tres días
después de la reunión del Consejo Jedi, Ahsoka recibió su indulto, lo que la
hizo salir de su meditación forzada. De inmediato, se convirtió en la líder
indiscutible de los padawan rebeldes y en la supuesta representante de la
facción de Anakin dentro de la Orden Jedi.
—Anakin,
esto es genial —declaró Ahsoka un mes después de que su castigo fuera
suspendido. Aunque Anakin seguía arrastrándola a sus clases, ella ya no se
quejaba demasiado.
Anakin, que
estaba sentado en el patio del templo, al lado de una gran fuente, pensaba en
cuál debería ser su posición en esta guerra, pues su castigo también había sido
levantado hacía un mes. Él miró a Ahsoka, que se sentó a su lado.
—Anakin,
antes, cuando volvía al templo, no tenía a nadie más con quien hablar. Me
sentía como un alienígena en este lugar, porque habías corrompido mi mente y
este templo me parecía extraño —explicó Ahsoka.
—Solo te
dije la verdad, y por eso no terminaste traumada como todos los demás —dijo
Anakin con frialdad.
Ahsoka se
acercó a su lado y se recostó en él.
—Gracias por
eso, pero no es el tema actual. Esos padawan y caballeros Jedi en verdad
necesitaban esto. Creo que algunos de ellos ya estaban pensando en tomar
acciones radicales —dijo Ahsoka. Anakin la miró, porque eso era algo que él
había notado, y también sabía que podía suceder. El código Jedi no contemplaba
otro camino, lo que dejaba a los padawan y Jedi sin salida para toda la ira y
la injusticia que estaban acumulando.
—Ahsoka, no
eres una líder política —dijo Anakin.
—Solo
hablamos. Es sorprendente todo lo que se callaban. Barriss, antes, parecía una
sombra de la maestra Luminara, una seguidora de Windu, y ahora te sigue a ti,
porque piensa que ya no debemos obedecer ciegamente al Senado. Eso fue lo que
nos llevó a la guerra —dijo Ahsoka.
—Yo tampoco
soy un líder político —dijo Anakin.
—Anakin,
eres un maestro en el Consejo Jedi, encargado de la administración, la política
y la relación con el Senado de la República. Eres un político —dijo Ahsoka,
poniendo los ojos en blanco.
—No, no soy
un político. Me castigaron con un puesto en el Consejo Jedi por tu falta de
luces —se quejó Anakin—. Además, no me gusta cómo me miran todos en este lugar.
Quiero marcharme —agregó con sinceridad.
Ahsoka se
tensó. Era evidente que sabía a qué se refería.
—Anakin, en
verdad… —Ahsoka no dijo más, pero Anakin simplemente asintió.
—Nací en
Tatooine, un planeta en el Borde Exterior. Mi madre era esclava de una babosa
Hutt, así que, al nacer, yo también era un esclavo —dijo Anakin, mirando a un
grupo de padawan que le hizo una reverencia al pasar. Anakin asintió,
percibiendo ese leve sentimiento de lástima que lo molestaba.
—Ahsoka,
como esclavo, realmente estaba entre los que tenían suerte. Mi madre era una
esclava valiosa por sus conocimientos. No éramos sirvientes; se podría decir
que éramos la clase alta entre los esclavos. Teníamos nuestra propia casa e
incluso un taller donde mi madre trabajaba. Mis habilidades y mi inteligencia
tampoco eran comunes, y pronto me destaqué como mecánico, así que obtuve aún
más privilegios.
»Aun así, me
sentía tan encerrado e indefenso como todos los demás, aunque planeaba mi
escape y el de mi madre, construyendo un escáner que me permitiera detectar el
artefacto explosivo implantado en nosotros, hasta que Qui-Gon llegó a Tatooine
y me liberó.
»Realmente
no sabía si ir con él o no, porque antes de eso llegó Xión. Aun así, creo que
por mi edad tampoco pensé demasiado bien las cosas. Yo era más idealista en ese
momento y realmente me creía un adulto con responsabilidades, por lo que pensé
que mi destino era salvar la galaxia —admitió Anakin, con algo de vergüenza.
Ahsoka se
rió. Luego lo miró y asintió.
—Cuando el
maestro Plo Koon me explicó lo que era un Jedi, tuve una idea similar —dijo
Ahsoka, y miró a su alrededor—. Ahora veo que incluso Coruscant es demasiado
grande para mí —agregó, negando con la cabeza. Anakin también sonrió.
—Supongo que
todos los iniciados piensan igual. En el fondo, todos quieren ser grandes
héroes, pero yo fui un esclavo antes que un Jedi —dijo Anakin, negando con la
cabeza—. Antes de creer que era mi responsabilidad salvar este mundo, yo tenía
otro sueño: uno en el que llegaba a Tatooine y liberaba a todos los esclavos. Y
ahora que me he dado cuenta de que el destino de la galaxia está en manos de
todos, día a día ese sueño se hace más presente.
»Mis
recuerdos de esa parte de mi vida me prohíben olvidar ese sentimiento de
desesperación, de saber que incluso mi vida no me pertenecía y que mi libertad
dependía de otra persona —explicó Anakin.
—Anakin,
¿por esto te peleaste con Padmé? —preguntó Ahsoka. Anakin solo asintió.
—Padmé cree
que mis acciones para poner fin a la esclavitud conducirán a otra guerra —dijo
Anakin—. Los Hutt dominan el Borde Exterior; antes incluso hemos tenido que
negociar con ellos para que nos permitieran usar sus rutas hiperespaciales. Si
la República actúa en su contra, las organizaciones criminales también los
apoyarán, y habrá una segunda guerra —explicó.
—¡Eso es
indignante! —exclamó Ahsoka—. ¿Qué dice el Consejo? No es la primera vez que
los Jedi se enfrentan a un imperio esclavista —agregó.
Eso era
cierto: los zygerrianos fueron una especie felina humanoide de Zygerria que
construyeron un poderoso imperio capturando y vendiendo esclavos hasta que los
Jedi de la República Galáctica entablaron una guerra con ellos y declararon
ilegal esta práctica.
—Me temo que
eso fue hace más de un siglo, y el Consejo Jedi ya no posee tanta influencia en
la República, por muy ilógico que suene, ya que ahora lideramos sus ejércitos
—dijo Anakin. Ahsoka pensó, pero pareció llegar a la misma conclusión, luciendo
una expresión de pesar.
—La Orden en
verdad está en decadencia —dijo Ahsoka con pesar, y luego abrazó a Anakin.
—Anakin, ya
se nos ocurrirá algo. No dejaremos que los Hutt y las organizaciones criminales
hagan lo que quieran —aseguró Ahsoka.
Anakin iba a
responder, pero una fuerte presencia de la Fuerza se centró en ellos con toda
su desaprobación. Ambos miraron al frente, a unos treinta metros, donde el
maestro Windu se acercaba.
Anakin alzó
el brazo y apretó más a Ahsoka contra él, aunque Ahsoka aún le temía a Windu,
por lo que trató de empujarlo, para no alterar a la “Bestia Parda”. De hecho,
en el templo Jedi, nadie quería alterar las emociones de la Bestia Parda; solo
Anakin disfrutaba haciéndolo enojar.
—Maestro
Skywalker, tenemos noticias preocupantes de los sistemas más allá del Borde
Exterior, en las Regiones Desconocidas. El Consejo Jedi tendrá una reunión de
emergencia —explicó Windu, mirándolos con desaprobación.
Anakin
parpadeó mientras una visión de la Fuerza se abría paso en su mente: ojos
rojos, caminantes del cielo…
—¡Padmé!
—exclamó Anakin, levantándose de un tirón al sentir el peligro.
Windu hizo
una mueca de desagrado, pero luego pareció darse por vencido y miró a Ahsoka.
Ahsoka se levantó, hizo una reverencia y se apresuró a retirarse.
Windu no
podía reprenderlos por mostrar sus emociones. Era algo que ahora era
responsabilidad de los padawan, caballeros Jedi y maestros. Solo los iniciados
debían seguir el Código de forma estricta, pero tener la libertad de dejar
fluir sus emociones también acarreaba la responsabilidad de controlarlas. En
caso contrario, la Bestia Parda y sus seguidores tenían derecho a tomar esa
responsabilidad en sus manos, y nadie quería enfrentarse a su juicio.
—Así es. La
senadora Amidala está involucrada en este asunto; fue ella quien nos contactó.
Ahora, maestro Skywalker, sígame —ordenó, más que pidió, Windu. Pero Anakin ya
había perdido todas las ganas de molestarlo y solo asintió, tomando la
delantera sin perder tiempo.
…
—Maestros,
tomaré esta misión —intervino Anakin cuando Obi-Wan terminó de explicar la
situación al Consejo de Maestros.
Los maestros
miraron a Anakin, pero él no tenía tiempo para disputas internas. Padmé estaba
en graves problemas; se estaba enfrentando a más dificultades que los
separatistas. Ella estaba pisando un avispero tan problemático como el mismo
Palpatine.
—El Verdad y
Reconciliación ya está listo para entrar en acción. No hay una nave más rápida
ni que garantice esta misión como ella. Localizar a Padmé tampoco será un
problema para mí, y necesito pocos refuerzos —dijo Anakin.
—Entonces,
maestro Skywalker, debería iniciar esta misión ahora —dijo Windu. Anakin
parpadeó de sorpresa, pues sus expectativas acababan de chocar con las palabras
de Windu.
—La senadora
Amidala es la principal representante de los pacifistas. Traerla de vuelta es
de vital importancia para consolidar la paz —explicó Windu ante su obvia
sorpresa.
—La Fuerza
tampoco parece oponerse a este tipo de “situaciones” —dijo Ki-Adi-Mundi, que se
comunicaba por medio de una transmisión holográfica.
—El destino
parece llamar a nuestras puertas nuevamente —dijo Adi Gallia, y el resto de los
maestros asintieron o añadieron sus propias palabras de apoyo.
Anakin
comprendió lo que estaba sucediendo, pero era tan irreal que le tomó unos
segundos asimilarlo.
El Consejo
Jedi ahora apostaba por el futuro. Antes, era Anakin quien apostaba por el
futuro, mientras ellos se enfocaban en el presente. Pero ahora, Anakin había
perdido la fe en el futuro, mientras que ellos la habían recuperado.
—Anakin, con
tu apoyo, creo que podemos enviar a la 501 —dijo Obi-Wan, y Anakin lo miró,
percibiendo un tono extraño en su voz.
—Rex es
igual de necio que tú, y, en este tiempo, como tú asumiste la responsabilidad
de lo sucedido en la marcha a territorio separatista, él también se ha negado a
recibir un indulto y se ha rebajado a sí mismo a soldado raso, ya que no puede
abandonar el ejército como hiciste tú. Los clones que lo acompañaron hicieron
lo mismo, y los que quedaron atrás argumentaron que solo se quedaron cubriendo
su retirada, por lo que toda la legión se degradó voluntariamente.
»Si no
estuviéramos en una tregua de paz, habrían sido divididos, pero como estamos en
paz y el Senado no quería causar un escándalo, los enviaron a la retaguardia.
Creo que ellos volverán al servicio si se los pides —explicó Obi-Wan.
—La legión
501 se ha convertido en un gran referente entre los novatos de Kamino. Su
reintegro al frente de batalla elevará la moral allí —añadió la maestra Shaak
Ti, participando en la reunión a través de una transmisión holográfica.
—No solo en
Kamino, las tropas profesionales también están al tanto de su destino
—intervino el maestro Plo Koon.
—El Senado
también quiere que sean reintegrados a sus puestos originales. Saben que
dispersar a sus miembros afectará la moral de las demás legiones, por lo que
los enviaron a la retaguardia —agregó Windu, mirando a Anakin con
desaprobación. Era evidente que creía que él había contagiado su rebeldía a la
legión. Anakin se encogió de hombros en su mente; quizá tenía razón, pero eso
no le importaba.
—Bien,
hablaré con Rex, pero no tomaré el lugar de un general de la República. Actuaré
como maestro de este Consejo —dijo Anakin, y Obi-Wan hizo una mueca.
—Solo trata
de no causar otro alboroto. La reputación de la Orden no soportará un segundo
golpe —rogó Obi-Wan, y el resto de los maestros asintieron rápidamente.
—Nada puede
salir mal, porque esta vez actúo bajo una misión aprobada —replicó Anakin, y
los maestros lucieron el doble de preocupados.
…
Al salir del
Consejo, Anakin se dirigió al Senado, donde pidió ver a Palpatine. Palpatine no
estaba contento con él y lo hizo esperar tres horas, pero Anakin no se marchó.
…
Tres horas
después, Palpatine lo recibió en la oficina del Canciller Supremo y ordenó a
los senadores y al vicepresidente del Senado, con quienes parecía tener una
reunión importante, que se retiraran.
—Oh, Anakin.
Hace algún tiempo que no me visitabas; ya temía que las palabras de los Jedi
sobre mí hubieran influenciado tu mente —dijo Palpatine mientras Anakin se
acercaba a su escritorio, vistiendo las túnicas de Jedi.
Las palabras
de Palpatine siempre estaban cargadas de veneno, pero el anciano miserable
tenía un talento inigualable para hacerlas sonar como simples bromas, una
conversación sin trascendencia, no muy diferente de las palabras de amistad y
preocupación de un anciano afable. Anakin se preguntaba si aquello era una
habilidad del Lado Oscuro o si el talento de Palpatine como político había
alcanzado un nivel extraordinario.
Ignorando
las palabras de Palpatine, Anakin se acercó a la ventana rectangular que se
extendía por todo el fondo de la oficina, ofreciendo una vista impresionante de
la ciudad. Observó Coruscant desde allí y luego dirigió su mirada a la oficina
de Palpatine, que le seguía pareciendo elegante y apropiada. Su atención se
centró en la obra de arte Sith que dominaba el entorno. Palpatine, o era
demasiado descarado y ególatra, o tenía un valor del tamaño de un carguero
espacial.
Anakin miró
al anciano miserable, que lo observaba con cierta extrañeza, probablemente
preguntándose si se atrevería a sacar su sable de luz y enfrentarlo allí mismo,
poniendo fin a toda la pantomima de la guerra y asumiendo el papel de un héroe
trágico.
—Anciano,
estuviste a punto de matarme la última vez. Realmente creí que moriría; supongo
que el hecho de haber sobrevivido no tuvo mucho que ver con mis propios
méritos. Creo que alguien me salvó, y, como era de esperarse, eso ha causado un
gran desastre para ti —dijo Anakin, levantando la mano en un gesto calmado—.
Tranquilo, anciano, ya sé que no era tu intención matarme. A pesar de darte
cuenta de que, al igual que tú, yo tenía mis propios planes, tu egolatría te
impedía creer que pudiera superarte.
»Bueno, creo
que el hecho de que alguien tuviera que salvarme demuestra que estabas en lo
cierto, pero también deja claro que no puedes controlarlo todo y que algunas
cosas se te han escapado de las manos.
»En cuanto a
mí, después de casi morir, me he dado cuenta de que estaba tan ciego como el
Consejo Jedi… y como tú. También he comprendido que, si alguno de tus planes
vuelve a fallar, es posible que no nos veamos de nuevo, porque quizá no esté
allí para evitar tu muerte. Sé que prometí ayudarte a sobrevivir si las cosas
se torcían, pero si insistes en suicidarte, mis manos están atadas —dijo
Anakin.
Palpatine,
que había mantenido una sonrisa cordial durante toda la conversación, mostró
una expresión de satisfacción antes de presionar un par de botones en su
escritorio. Mientras Anakin se daba media vuelta para mirar la ciudad,
Palpatine primero frunció el ceño y luego se alejó de su escritorio con cierta
prisa, justo cuando un fluido negro se filtró por la superficie y formó una
esfera que mostraba los ojos pixelados de un robot con un brillo azul.
—Después de
mi última derrota, he decidido hacerle caso a mi padawan y usar todas las
herramientas a mi disposición. Ahora, todo este Senado está bajo mis ojos,
incluida tu oficina. Aquí se grabará lo que yo quiera que se grabe, y se
escuchará lo que yo permita que se escuche. Si quisiera que el pueblo viera y
oyera al Canciller Supremo pactando con los separatistas, podría hacerlo —dijo
Anakin con calma.
Palpatine lo
miró con furia, pero Anakin supuso que esa expresión era fingida.
—Por
supuesto, no haré eso, porque mi maestro nunca me lo perdonaría. Sembrar
pruebas es cruzar una línea que no pienso cruzar —explicó Anakin. Palpatine, al
darse cuenta de que Anakin solo estaba jugando con él, adoptó una expresión
serena y se acercó a su lado, lo que provocó que el robot activara sus
defensas, listo para proteger a Anakin en menos de un milisegundo si era
necesario.
—Anakin,
como has dicho, no pretendo hacerte daño. Solo quiero que veas lo corrupta y
falta de ética que es la Orden Jedi. Mi único interés siempre ha sido traer
orden a esta galaxia sumida en el caos. Realmente lamento el estado actual de
las cosas. Sospecho que alguien está interfiriendo para ponerte en mi contra
—dijo Palpatine con tono quejumbroso.
—Anciano,
¿por qué mentirme? Mi percepción es mejor que la tuya. Aunque Qui-Gon no quiera
presentarse ante mí y escuchar un “te lo dije” por puro orgullo, sé que ha
puesto todos tus planes patas arriba y ha reclamado a su aprendiz. Sus
maniobras en tu contra son dignas de un Sith. Supongo que lo enfadó un poco que
mandaras a matarlo —dijo Anakin con una sonrisa sarcástica.
—Anakin, el
maestro Qui-Gon y yo siempre tuvimos una buena relación. Por favor, no bromees
con esas cosas, ahora que, como dicen los Jedi, se ha unido a la Fuerza
—respondió Palpatine, intentando sonar despreocupado. Anakin se encogió de
hombros.
—Anciano, no
estoy aquí para hablar de tus dificultades. He venido a presentarte mi
rendición y a advertirte que tu intento de causarme problemas ha llamado la
atención de alguien a quien no deberíamos molestar. Pero no te preocupes; ahora
voy a encargarme de arreglar tu desastre. Después de esto, puedes concentrarte
en tu lucha con Obi-Wan y Qui-Gon, dos personas que también me han causado
mucho estrés, así que entiendo tus problemas con ellos —dijo Anakin con tono
cansado.
Palpatine
reflexionó durante unos segundos antes de responder:
—Anakin,
¿debo recordarte la profecía del Elegido? Si crees que yo soy el mal, no
deberías rendirte ahora —dijo, con un leve tono burlón en su voz.
—Anciano,
estás igual de ciego que los Jedi y yo. Aunque no quieras aceptarlo, la verdad
sobre las visiones de la Fuerza es que nadie puede ver más allá de los límites
de lo que su mente es capaz de comprender. Eso no descarta todo, pero hace que
el futuro, como dice el Troll Verde, sea algo impredecible. En cuanto a la
profecía, siempre creí que era una tontería —dijo Anakin, sin ocultar su ira.
Anakin sabía
que la profecía era una absurda invención de proporciones colosales, y cada vez
que alguien la mencionaba en su presencia, sentía el impulso de romperle la
cara, más aún cuando lo hacía aquel anciano miserable, con el que ya tenía que
contenerse para no golpearlo.
Palpatine se
tensó al notar la ira de Anakin y sus intenciones. Mencionar esa profecía era
recordarle que su vida y su futuro solo podían ser una cadena de
sufrimiento.
—Anakin, yo
también pienso que las profecías no tienen sentido —se excusó Palpatine,
notoriamente menos confiado ahora que Anakin controlaba todo lo que se grababa
en la oficina. Anakin mostró una sonrisa cargada de dientes.
—Anciano, me
agrada que confíes en mí. Si es así, seguir hablando no tiene sentido, así que
te diré lo que quiero: una comisión para arreglar tu último desastre en los
sistemas desconocidos y una orden para mover a la 501 conmigo —dijo Anakin.
—Anakin, en
verdad no sé a qué te refieres, pero si la Orden Jedi necesita mi ayuda y es en
beneficio de la República, actuaré con prontitud, como siempre he hecho
—respondió Palpatine, apresurándose a apartarse de su lado y acercándose a su
escritorio para preparar los documentos oficiales.
---
—Anciano, no
vuelvas a intentar suicidarte. Sabes que me molesta no cumplir con mi parte del
trato —advirtió Anakin antes de salir de la oficina. Le preocupaba que a ese
anciano se le cruzaran los cables y decidiera enfrentarse a Obi-Wan y los Jedi,
lo que inevitablemente acabaría con la Bestia Parda cortándole la cabeza. Y, si
eso ocurría, Anakin no podría cumplir su palabra.
---
—Rex, no
seas obstinado. Como tu oficial superior, he asumido la responsabilidad por la
501, así que puedes recuperar tu rango —dijo Anakin una vez que la 501 abordó y
se acomodó en el Verdad y Reconciliación, mientras cientos de pequeños droides
de distintas agencias de información captaban imágenes y videos de la nave,
que, según decían, había puesto fin a la guerra en solitario.
Anakin
estaba en el puente, sentado en la silla de mando, negociando con Rex su
regreso al puesto de oficial al mando de la 501. Sin embargo, Rex era testarudo
y se negaba a ser más que un simple soldado, ya que había renunciado a su rango
por voluntad propia.
—«Maestro
Skywalker» —recalcó Rex—. Usted ya había renunciado a ser general antes de que
yo abandonara mi puesto y lo siguiera. No tiene ninguna responsabilidad en el
abandono de mis funciones y mis obligaciones. De la misma forma que mis
oficiales renunciaron después de mí, la responsabilidad es únicamente mía
—replicó Rex con firmeza. Anakin hizo una mueca justo cuando Ahsoka entraba en
el puente, portando su mochila metálica y el casco del sistema Zero colgando de
su cintura.
Ahsoka
aplaudió mientras se acercaba a Anakin.
—Me alegra
que se tomen sus faltas en serio, y por eso es mi deber recordarles que yo sigo
siendo una oficial de la República y mi rango es de comandante. Así que,
maestro Jedi Skywalker, soldado Rex, no sean irrespetuosos y apártense de la
silla de su comandante —dijo Ahsoka con firmeza, cruzándose de brazos y
esperando a que Anakin se levantara del puesto de capitán de la nave.
—Ahsoka…
—Maestro
Skywalker, soy la oficial de mayor rango en esta misión, y usted es un maestro
Jedi acreditado por el Senado para una encomienda. Eso significa que el mando
militar, las operaciones de combate y el despliegue de tropas están bajo mi
control. Aunque como comandante de esta operación tendré en cuenta su opinión,
no dejaré el mando de mis tropas ni de la nave que me han asignado en manos de
un civil. Por favor, maestro Skywalker, no haga esto más vergonzoso,
obligándome a dar la orden a los soldados clon de retirarlo de mi puesto —lo
amenazó Ahsoka con seriedad. Anakin solo pudo parpadear, sorprendido.
—¡Ahsoka!
—reprendió Anakin. Ahsoka miró a Rex, que la observaba aturdido. Anakin hizo
varias muecas, pero finalmente se levantó del asiento del capitán.
—Ahsoka,
solo estás aquí porque yo hice que levantaran tu castigo. No eres inocente en
este asunto, también tienes una responsabilidad —le recordó Anakin, pero Ahsoka
lo ignoró y, llena de satisfacción, se sentó en el puesto del capitán.
—R2, quiero
un informe completo de las modificaciones que has hecho a mi nave —ordenó
Ahsoka mientras tomaba el casco del sistema Zero. Ella sonrió al sostenerlo y
se lo colocó en la cabeza para mirar a Anakin.
—Anakin, he
sido castigada de forma brutal y despiadada por mis errores. Mi maestro es un
ser implacable, con la compasión de una roca. Así que he pagado mi deuda con la
sociedad y considero que ahora tengo crédito, pues mi sufrimiento fue atroz.
Ahora, maestro Jedi, soldados, espero un buen desempeño de ustedes en la
operación que se me ha encomendado —dijo Ahsoka con tono serio, mientras
sonreía al recibir el informe de R2-D2, que había estado en Las Mil Lunas, el
astillero oculto del Verdad y Reconciliación, supervisando su reconstrucción.
Ahsoka dirigió su mirada a Rex.
—Soldado
Rex, como comandante del Gran Ejército de la República, y mientras esté bajo mi
mando, le restituiré su rango militar. ¿Tiene alguna objeción? —preguntó
Ahsoka, justo cuando las consolas de la nave comenzaron a iluminarse,
permitiendo a los clones del puente acceder manualmente a ellas y disminuyendo
así las tareas de la comandante.
Rex hizo una
mueca mientras saludaba, y luego suspiró.
—Capitán
Rex, vaya a hacer mantenimiento a los cazas del hangar tres. Quiero ver mi
reflejo en ellos cuando los inspeccione —ordenó Ahsoka, mirando a Anakin,
mientras Rex parpadeaba, sorprendido por el castigo.
—Ahsoka, no
puedes castigar a un maestro Jedi que está en una encomienda del Senado —le
recordó Anakin rápidamente, al notar que el poder parecía habérsele subido a la
cabeza.
—Anakin,
conozco mi deber a la perfección. Solo estoy imponiendo disciplina, como tú me
has enseñado —respondió Ahsoka con despreocupación, mientras observaba a Rex
dirigirse a cumplir su castigo y al resto de los clones del puente apresurarse
a ocupar sus puestos.
—Excelente.
Ahora, maestro Jedi, por favor explique su encomienda —ordenó Ahsoka,
quitándose el casco del sistema Zero y sonriendo.
Anakin
suspiró. Hasta ese momento, él se había negado a explicarle nada porque
consideraba que Ahsoka era una padawan rebelde y, por tanto, debía ser tratada
como tal. Sin embargo, ella había usado su rango militar para imponerse en el
mando de la misión, y desobedecerla sería insubordinación.
Anakin
suspiró de nuevo, reconociendo que Ahsoka había aprendido a usar la cabeza: en
lugar de patalear o hacer berrinches cuando él se negó a darle explicaciones,
ella actuó con lógica y razón para conseguir lo que quería.
—Comandante
Tano, vamos a la sala de comunicaciones —dijo Anakin, aceptando su derrota.
Ahsoka sacó pecho y asintió.
—Oficiales,
preparen todo para partir. Quiero una revisión completa de nuestros sistemas.
Esta nave lleva cinco meses inactiva, no quiero errores —advirtió Ahsoka, y los
clones saludaron y se apresuraron a cumplir sus órdenes.
---
Ahsoka y
Anakin llegaron a la sala de comunicaciones. Anakin desplegó el mapa de la
galaxia, enfocándose en los territorios desconocidos.
—Aquí. Padmé
se ha enterado de la existencia de una fábrica de droides del Consejo
Separatista y ha ido allí para destruirla con un pequeño grupo de voluntarios.
Pero ha encontrado algunos problemas y su misión está en riesgo, por lo que
estamos acudiendo a su rescate —explicó Anakin.
—Lo de
siempre, pero percibo que hay algo más que no le has dicho al Consejo.
Demasiada cautela para una simple misión de rescate de Padmé. Además, ella
tiene a 02, que tiene el poder de una legión de clones. No debería necesitar
nuestra ayuda —comentó Ahsoka pensativa, sin dejarse llevar por las primeras
impresiones. Su crecimiento en los últimos meses realmente era extraordinario.
Aunque ella se quejaba constantemente de los brutales entrenamientos de Xión,
los resultados eran sorprendentes: Ahsoka ya estaba lista para sus pruebas de
caballero…
Anakin
sacudió la cabeza. Él no podía alabar los resultados del robo de su padawan.
Asintió ante la pregunta implícita de Ahsoka.
—Tus
pensamientos son correctos. Hay otra fuerza involucrada en esto, y es algo que
pone en peligro a toda la República, porque Palpatine ha llamado la atención de
un enemigo al que no estamos preparados para enfrentarnos. Si este se involucra
en el conflicto, la guerra podría no terminar nunca y acabar con la República,
dejándonos a merced de un imperio extranjero. Por eso, nuestra misión es
terminar con las operaciones de los separatistas en esta zona y evaluar el
alcance de los problemas que sus planes nos han causado. En cuanto a lo que
percibo, no deberías preocuparte demasiado. Los Sith no están dispuestos a
compartir su poder, y el consejo separatista no ha revelado demasiado. Además,
tenemos algunos potenciales aliados en este asunto, quienes también son
sensibles a la Fuerza, lo que nos abre un camino hacia una posible solución
satisfactoria —explicó Anakin.
—¿Sensibles
a la Fuerza? ¿Hay un templo Jedi en las regiones desconocidas? —preguntó
Ahsoka, observando la ubicación seleccionada.
—No, se
trata de una especie desconocida, y la forma en que usan la Fuerza es distinta
a la de los Jedi; la ven más como una herramienta que como un camino de vida.
Debemos proceder con cautela. Si logramos completar esta misión con éxito,
podríamos ganar un poderoso aliado —dijo Anakin con una sonrisa. Ahsoka frunció
el ceño, mirándolo con cierta confusión.
—Anakin,
percibo una sensación de familiaridad en tus palabras —dijo Ahsoka. Anakin
sonrió aún más.
—No te
equivocas, pero no es una relación de sangre —respondió Anakin, mientras
cambiaba el holograma—. Estos son los últimos datos transmitidos por Padmé
sobre su ubicación y las instalaciones de producción de droides. Nos dirigimos
a estas coordenadas… —Anakin comenzó a explicar los detalles técnicos de la
misión.
---
Cuando
Ahsoka y Anakin regresaron al puente, la nave estaba lista y los soldados en
sus puestos. Ahsoka ordenó la entrada al hiperespacio del Verdad y
Reconciliación, sorprendida por la velocidad de sus nuevos motores de
hiperpropulsión.
---
Gracias a la
velocidad del Verdad y Reconciliación, les tomó solo unas horas viajar desde el
centro de la galaxia hasta su destino, ya que contaban con las rutas de
navegación utilizadas por Padmé y los separatistas. Sin embargo, se encontraron
con un ligero problema… bueno, un gran problema.
—No hay nada
—dijo Ahsoka, quitándose el casco del sistema Zero y mirando a los oficiales
clones y a Rex, quienes realizaban las mismas comprobaciones en sus consolas.
El Verdad y
Reconciliación había salido del hiperespacio en una zona desconocida de la
galaxia, sin nada a su alrededor de lo que pudieran tomar una referencia, salvo
un satélite artificial con forma de rombo frente a ellos.
Anakin no
dejaba de hacer muecas; él era el único allí que sabía lo que estaban
enfrentando, aunque esperaba que no llegara a ocurrir nada.
—Anakin,
¿sabes dónde estamos y qué es eso? —preguntó Ahsoka.
—Una
molestia mayor —dijo Anakin con pesar, mientras una luz blanca inundaba el
espacio y la nave…
Anakin se
encontró a sí mismo en un valle montañoso, rodeado de una vegetación extraña. A
su lado, estaba Ahsoka…
—¡Aaaaaaaaah!
—chilló Ahsoka, espantada al ver a un hombre de dos metros de altura, de
aspecto imponente: rostro atractivo, cuerpo atlético, ojos azules, y largos
cabellos dorados y lisos. Él vestía un traje negro y llevaba un sable de luz
atado a su cintura.
El hombre
frunció el ceño, y el corazón de Ahsoka se saltó varios latidos. Su cuerpo
adoptó una postura firme y realizó una reverencia respetuosa.
—Maestro
—saludó Ahsoka con un tono sumiso, mientras Anakin, que no temía a la muerte,
miraba con desprecio tanto a ella como a su maestro, Xión.
Algunos
decían que Ahsoka era igual de imprudente que Anakin, pero se equivocaban.
Ahsoka no era una rebelde sin causa; a ella el Consejo Jedi sí la intimidaba, y
su maestro le causaba auténtico terror. No había forma de que lo desafiara…
bueno, lo había hecho antes, pero eso fue cuando no lo conocía bien.
—Interesante…
Creo que esta es la primera vez que una criatura se atreve a tocar mi mente
desde que viajo entre mundos y abandoné la mortalidad —dijo Xión con tono
curioso.
—Si ya
terminaste de presumir, sácanos de aquí. No quiero perder tiempo con estas
tonterías —dijo Anakin, visiblemente irritado.
—El tiempo
es relativo en este lugar, y esto no es asunto mío. Solo estoy aquí por
casualidad —respondió Xión, lavándose las manos del problema, mientras
observaba todo con interés.
Ahsoka miró
a su maestro con curiosidad, notando que se veía diferente de cómo lo
recordaba: siempre sentado en su trono, emanando la presencia de una roca
infranqueable… Bueno, ahora parecía una montaña infranqueable, pero algo se
sentía extraño.
Su maestro
la miró, y Ahsoka parpadeó; sus ojos eran inquietantemente peculiares. Xión
sonrió, y el corazón de Ahsoka se aceleró.
Ahsoka
desvió la vista hacia Anakin, pero las cosas no mejoraron en absoluto, porque
ambos transmitían la misma presencia… encantadora.
—¡Mierda, el
sello se ha liberado! —dijo Anakin, mientras su maestro la observaba con
curiosidad. Ahsoka se apresuró a suprimir sus emociones y lo miró con reproche,
sin entender lo que estaba ocurriendo ni el extraño poder que estaba ejerciendo
sobre ella. Sin embargo, su maestro solo rio y negó con la cabeza.
—No estoy
haciendo nada. Esta es mi verdadera presencia. Antes de venir aquí, estuve en
un mundo donde obtuve el cuerpo y el alma de un dragón. Sin importar el mundo,
los dragones son seres bastante especiales, y esta especie en particular tenía
un aura natural que los hacía extremadamente atractivos para otras especies.
Antes había logrado sellarlo y reprimirlo, pero este lugar ha liberado ese
sello. Solo contengan sus emociones mientras me adapto y vuelvo a suprimir mi
encanto natural para que no les perturbe —explicó su maestro con una sonrisa
encantadora.
Ahsoka
parpadeó y sacudió la cabeza con fuerza, tratando de controlar el acelerado
latido de su corazón. Pensó que aquella explicación tenía sentido. Desde el
principio había sido extraño que él transmitiera la presencia de una roca
infranqueable. Ella debería haber reflexionado antes sobre cómo alguien tan
atractivo no le provocaba ningún tipo de sentimiento.
Volvió a
sacudir la cabeza, mientras Anakin la miraba con una expresión extraña.
—¿Qué?
—exclamó Ahsoka, algo molesta.
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Anakin
suspiró. El aura del dragón de Xión era capaz de afectar incluso a seres que
habían alcanzado un cierto nivel de divinidad y podían suprimir sus emociones
por completo. Por fortuna, lo que Ahsoka enfrentaba era solo el efecto del
aura, ya que el Xión que poseía un cuerpo de dragón y deseos carnales
descontrolados había sido sellado en su mundo. Las divisiones del alma de Xión
lo consideraron un riesgo biológico y decidieron no actualizar su cuerpo, lo
que significaba que este Xión no estaría persiguiendo mujeres… ni tampoco
Anakin. Eso garantizaba que Ahsoka estuviera a salvo, porque si ellos fueran
como el Xión ATG, ahora mismo estarían peleando por convertirla en el primer
miembro de un harén.
Según lo que
sabía Anakin, el Xión ATG tenía un montón de esposas y pasaba el día
persiguiendo a cualquier mujer que le pareciera atractiva. El tipo era un
depravado…
—Bienvenidos
—dijo una voz suave detrás de Anakin.
Anakin no
había sentido su presencia y se giró rápidamente para ver a una mujer de figura
esbelta, ojos y cabello verdes, vestida con un elegante vestido ajustado y
escotado. Ella emanaba una poderosa sensación de pureza del lado luminoso de la
Fuerza. Era la Hija, una de las entidades semidivinas de Mortis.
La Hija hizo
una reverencia.
—Elegido,
veo que eres consciente de tu destino —dijo con serenidad.
Anakin la
miró con frialdad, pues ella no se refería a su destino de acabar con las
ambiciones de Palpatine y los Sith, quienes habían llevado a la Fuerza a tomar
medidas extremas para purgar la galaxia de su influencia. No, la Hija hablaba
del destino que el Padre, otra encarnación de la Fuerza, quería imponerle.
—Mi destino
no será dictado por ti ni por los tuyos —respondió Anakin con frialdad. Él no
veía a estas entidades como la Fuerza misma, sino como mortales similares a él,
aunque con ciertos poderes extraordinarios. Al fin y al cabo, también eran
encarnaciones de la Fuerza, aunque Anakin, al ser mitad humano, no era
completamente comparable a ellos. De cualquier forma, él no tenía intención de
quedarse allí.
—Hmmm…
—carraspeó Xión. Anakin lo miró y este puso los ojos en blanco—. Tus emociones
vuelven a cegarte —dijo Xión.
Anakin
parpadeó y miró a Ahsoka, quien estaba a su lado. Él sintió una emoción que
provenía de ella… ¿celos? Aquello lo sorprendió, lo que lo llevó a serenarse.
Entonces volvió la mirada hacia la Hija, quien continuaba emanando una intensa
presencia…
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Xión observó
a Anakin con curiosidad, mientras este lucía visiblemente incómodo al percibir
las emociones de afecto y excitación provenientes de la semidiosa frente a él. Él
no se había dado cuenta de lo extraño que era que la Hija, normalmente
desapegada de cualquier tipo de vínculo, viniera a recibirlo en persona y,
además, insinuara claramente que debía quedarse allí con ella. Ella no podía
ser más evidente, pero Anakin, cargado de serios prejuicios hacia este lugar y
sus habitantes semidivinos, solo la veía como alguien que intentaba atraparlo. Él
ya estaba dispuesto a responder con violencia, hasta que entendió lo que
realmente ocurría: la Hija estaba siendo presa de un ataque de hormonas y había
venido a coquetear con él.
—Ahsoka,
vamos. No nos necesitan aquí. Anakin podría considerarse un primo lejano de
estas personas, así que no hay razón para interrumpir esta reunión familiar.
Aprovechemos este lugar para continuar tu entrenamiento —dijo Xión, empujando
suavemente a una Ahsoka celosa, quien sí había captado de inmediato las
intenciones de la Hija.
—¿Qué? No,
maestro, espere. Esta mujer es muy sospechosa —protestó Ahsoka, resistiéndose a
irse.
—¡¿Qué?! No,
esperen, no tengo nada que hablar con estas personas. Tenemos una misión
importante, y el propósito que me dio la Fuerza no tiene nada que ver con ellos
—dijo Anakin, entrando en un evidente estado de pánico. Él parecía no saber
cómo reaccionar ante una situación en la que una mujer lo abordaba de manera
tan directa.
Por la
manera en que reaccionaba, era evidente que Anakin solo era un joven inexperto
con serios problemas sentimentales. Xión ya le había advertido sobre esto, pero
Anakin había preferido ignorarlo. Así que, si esa mujer lograba atraparlo y
hacerlo quedarse, no sería culpa de Xión.
Xión
arrastró a su renuente Padawan y se marchó, dejando que Anakin resolviera sus
propios asuntos. Tal como Xión había supuesto, el aura de dragón era algo que
ni siquiera una divinidad podía ignorar.