Cherreads

Chapter 26 - Capítulo 26

Cuando Ahsoka despertó, estaban en medio de un pantano.

Se levantó de un salto, notando que su ropa eran solo harapos… bueno, lo que no

se había quemado eran solo harapos.

Anakin estaba frente a ella, de pie, con los ojos cerrados. Su ropa estaba

en un estado similar, pero su cuerpo no tenía ni un rasguño.

R2 estaba algo magullado, pero ileso.

Ahsoka miró a su alrededor. Se encontraban en un pequeño charco de aguas

cristalinas, con raíces en el fondo y un fuerte olor a vegetación muerta. A su

alrededor, varios grandes árboles bloqueaban la luz del sol. Más allá, se

extendían estanques con raíces que emergían por todas partes.

Anakin permaneció con los ojos cerrados durante cinco minutos más, y Ahsoka

no lo interrumpió ni se movió del lugar. Podía sentir la Fuerza actuando sobre

ella. Anakin estaba haciendo algo… y Ahsoka supuso que era para protegerla.

Finalmente, Anakin abrió los ojos y la miró. Fue entonces que Ahsoka

entendió por qué hasta ahora no había hablado, ni se había movido.

Era ese sentimiento que le quitaba la voz. Que la inmovilizaba. Que la

obligaba a refugiarse en la Fuerza, dejando sus emociones atrás para poder

seguir adelante.

Los ojos de Anakin estaban negros, y sus pupilas resplandecían con un blanco

fluorescente. El lado oscuro se había asentado profundamente en él, y su

presencia era idéntica a la del anciano de Mortis.

—¡Anakin…! —empezó a decir Ahsoka, pero él levantó una mano.

—Estoy bien, Ahsoka —dijo con pesar y dolor—. No me he convertido en un

Sith. Solo he aceptado lo que soy, y mi destino —añadió, levantando la mano y

acariciándole la mejilla con suavidad.

—Mi deseo es quedarme a tu lado… pero eso no será posible —concluyó. Luego

pasó junto a ella, y Ahsoka no pudo decir nada, ni siquiera moverse.

Ya no podía sentir a su maestro. El vínculo entre ellos estaba bloqueado.

"Esta es mi propia decisión", pensó Ahsoka.

Un día después, Ahsoka observaba el cielo, de un azul verdoso, preguntándose

cómo saldría de ese planeta.

—¡Ese idiota simplemente se marchó! —gruñó con rabia—. ¡Maestro desobligado,

sácame de aquí! —reclamó.

Ahsoka arrancó una hoja de su improvisada ropa, hecha de raíces y hojas, y

la mordió con fuerza.

—¿Por qué quieres ser un Jedi? —preguntó de pronto un hombre de cabello

largo, que apareció frente a ella.

—¡Aaaaaah! —gritó Ahsoka, poniéndose de pie de un salto, tanteando el árbol

detrás de ella en busca de algo con qué golpearlo. Su sable de luz debía estar

hecho pedazos en el espacio.

—No soy un fantasma —dijo el hombre con una sonrisa sincera—. Soy un

espíritu de la Fuerza. Mi nombre es Qui-Gon Jinn. Fui el maestro de Obi-Wan. Ya

nos hemos visto antes… o algo así —se presentó.

Ahsoka se calmó un poco, aunque seguía molesta. Luego recordó a ese

idiota.

—Anakin ya no es mi maestro —dijo con amargura—. Me abandonó —añadió, firme,

afianzando sus pies sobre la tierra. No iba a creer que ese vago de Anakin

hubiese logrado retener a su maestro. Lo único cierto era que ella había sido

abandonada.

—Curioso… yo vi algo diferente. Me pareció que fuiste tú quien decidió

alejarse. Además, si no me equivoco, ya no eres una padawan —respondió Qui-Gon.

Ahsoka parpadeó. Recordó que su maestro ya le había dado su lección final.

Se suponía que ya era una Jedi…

—No he recibido el título oficial. Él me abandonó. Igual que a la Orden

Jedi.

—Anakin no abandonó la Orden Jedi. La superó. Él es el elegido de la Fuerza…

no de la Orden —interrumpió Qui-Gon con serenidad.

Ahsoka frunció el ceño. Comprendía el punto.

—Quiero ser una Jedi. No puedo estar con él. Ahora es un usuario del lado

oscuro —dijo con determinación.

—Eso nos lleva a mi primera pregunta: ¿por qué quieres ser una Jedi?

—insistió Qui-Gon.

Ahsoka abrió la boca para responder, pero ninguna palabra salió. La

respuesta que iba a dar era falsa. No porque quisiera mentir… simplemente ya no

era verdad. Hacía mucho que no pensaba en ello, y lo que habría dicho un año

atrás ahora le parecía una tontería.

Desde que conoció a Anakin, su mundo había dado un giro de 180 grados.

Cada cosa que escuchó y vio a su lado era una contradicción con lo que ella

creía.

La República no era el bien supremo.

Los Separatistas no eran el mal encarnado.

Ni siquiera los Sith lo eran. Solo eran un mal… corrupto.

La guerra, la justicia, la Orden Jedi… todo había sido cuestionado. Pero eso

no significaba que no quisiera ser una Jedi. Solo que sus razones habían

cambiado.

—Debo ser una Jedi… porque mi deseo es ayudar a todos. Y puedo hacerlo… si

me convierto en una —dijo Ahsoka al fin.

Sus palabras eran simples, y para muchos podrían parecer vacías, pero ella

estaba satisfecha con ellas. Sin preocupaciones, sin complicarse la vida. Las

cosas simplemente eran. Tenía metas y objetivos, pero por encima de todo

prevalecía su voluntad. Y esta era simple, y debía mantenerse firme sobre

cualquier otra cosa, incluso las leyes. Aunque eso no significaba que debía

desobedecerlas, sí implicaba que jamás debía perder de vista su propia

voluntad.

—Supongo que, después de todo, sí eres una padawan —dijo Qui-Gon Jinn con

una sonrisa. Ahsoka gruñó.

—Puede ser… pero ya no lo soy —replicó Ahsoka. Qui-Gon Jinn reflexionó un

momento.

—Sí, puedes ayudar a todos si te conviertes en Jedi. Pero… ¿ese “todos” no

lo incluye a él? Anakin hará algo muy peligroso. Y aunque sé que estará bien,

no me siento tranquilo dejando a alguien tan poderoso solo. Si pierde su

camino… será un desastre para todos.

»También sé que no me escuchará si le digo que se detenga. Él no va a

permitir que los Jedi mueran o que la República caiga —continuó Qui-Gon.

—Palpatine está acabado. R2 tiene una grabación de él intentando matarnos…

—A menos que Palpatine diga que intentaba someterlos después de que ustedes

mataran a Dooku —interrumpió Qui-Gon.

—¡Nadie va a creer eso! —protestó Ahsoka indignada. Qui-Gon negó con la

cabeza.

—Palpatine aún tiene muchos apoyos, y está acostumbrado a torcer la verdad a

su favor. Si Anakin apuesta su reputación contra la de Palpatine y sus

influencias… la galaxia seguirá sufriendo —dijo Qui-Gon con un suspiro, luego

levantó la mano.

—Tranquila. Anakin no dejará que eso pase. Y ahora estás varada en este

planeta. No puedes hacer nada…

»¿O sí? —añadió con una sonrisa enigmática. Ahsoka gruñó.

—¡Deje de ser críptico! Si sabe algo, ¡dígalo de una vez! —exclamó Ahsoka.

—Bueno… creí que era algo evidente. Tu voluntad es ayudar a todos. Y sí,

puedes hacerlo siendo una Jedi. Los Jedi existen para ayudar. Pero también

puedes hacerlo estando al lado del Elegido. Él está aquí para ayudar a todos, y

en este momento, tu presencia a su lado puede evitar algunos peligros —explicó

Qui-Gon Jinn.

Ahsoka no respondió. Qui-Gon tampoco dijo más, y su presencia comenzó a

desvanecerse.

—¿Dónde está Anakin? ¿Y qué está haciendo? —preguntó Ahsoka.

Qui-Gon la guió hasta donde se encontraba Anakin, y un día después, Ahsoka

volvía a vestir ropa verdadera, en lugar de harapos o plantas. O eso creía,

porque sentía algo extraño en ellas: la presencia de Anakin estaba impregnada.

Era su ropa. Ahsoka tuvo que hacer algunos arreglos, pero estaba bien.

Ahora se encontraba en una cueva de unos cien metros que Anakin había

convertido en su lugar de meditación.

Cuando Ahsoka llegó, él fijó sus emociones en ella, sin ocultar su vínculo,

ni los sentimientos de temor que le transmitía.

Ahsoka le dejó sentir su ira, su frustración, y la indignación por la forma

en que había sido tratada… pero también su apoyo, y la aceptación de que

seguiría a su lado.

Ella dejaba claro que no estaba contenta. Y gracias a eso, pudo sentir su

alivio.

Ahsoka suspiró y entró a la cueva. Dentro había varias mudas de ropa,

creadas por Anakin. Solo él tenía tanto control sobre la Fuerza para hacer algo

así. También había frutas, y un baño… con agua corriente.

Sin duda, Anakin sabía cómo ponerse cómodo usando la Fuerza. Si los Maestros

vieran esto, se quedarían tan calvos como el Maestro Windu. Esto era otra

herejía más de Anakin. La Fuerza no era algo sagrado… pero tampoco debía usarse

para tareas domésticas o fabricar ropa.

Después de bañarse y cambiarse, Ahsoka se sentía indecisa. Sabía que debía

decir algo, porque empezaba a sentir un escalofrío. No en su cuerpo, sino en la

Fuerza. Y era algo que Ahsoka reconocía. Comprendía ahora por qué Qui-Gon Jinn

quería que volviera. Porque en ese momento, Anakin estaba sentado con las

piernas cruzadas… y ella sabía que no estaba haciendo nada bueno.

Ahsoka se acercó a él y lo miró. Tenía los ojos cerrados.

—Anakin, ¿qué estás haciendo? Siento el lado oscuro —dijo Ahsoka

directamente.

Anakin no lo negó. Asintió.

—La Fuerza es el poder de la vida, que crece y evoluciona. Es la máxima

expresión de la libertad y las posibilidades. Se extiende sin límites y sigue

su propio camino.

»Lo que voy a hacer es quitarle esa libertad. Moldearla a mi voluntad.

Eliminar cualquier posibilidad… y dejar solo lo que necesito. Por eso no está

contenta conmigo. Aun así, me apoyará, porque soy su elegido —explicó Anakin

sin abrir los ojos.

Ahsoka hizo una mueca. Anakin suspiró.

—Usaré algo parecido a la alquimia Sith, para hacer algunas transmutaciones

y obtener lo que necesito. Luego, iré a darle unas bofetadas a Palpatine, por

romper las reglas de su propio juego al darse cuenta de que yo ganaría en el

siguiente movimiento —añadió.

Tal como Ahsoka sospechaba, se preparaba para usar el lado oscuro.

—Me quedaré aquí —dijo Ahsoka.

—¡Gracias! —dijo Anakin con sinceridad—. En verdad no quiero terminar como

Dooku, creyendo que puedo controlarme a mí mismo, solo para descubrir que soy

una marioneta de mi propio ego —agregó.

—Te patearé un riñón si eso pasa —prometió Ahsoka. Anakin hizo una mueca y

ella sonrió.

—¿Qui-Gon te trajo aquí? —preguntó Anakin. Ahsoka asintió—. Así que, solo

para no oír un “te lo dije”, ha decidido no mostrarse —dijo Anakin, negando con

la cabeza.

—Él dice que tenía cosas importantes que hacer, como redimir a Dooku

—respondió Ahsoka.

—Claro… —murmuró Anakin. Y Ahsoka sintió el lado oscuro fortalecerse, pero

de una forma distinta. Era una emoción más compleja que la que había sentido en

Ventress o en el conde Dooku cuando se enfrentaron a Anakin.

Pasaron dos días, y Anakin no se movió de la silla. El lado oscuro se volvió

omnipresente en la cueva, pero Ahsoka permaneció allí sin que le afectara o la

tentara.

Ella no salía, tenía comida y agua allí, y mientras comía, aprovechaba para

quejarse de todas las locuras a las que se vio obligada cuando era padawan de

este tipo loco, y del maestro aún más demente que la entrenó.

Empezando por los Sith: Ahsoka se quejó de cómo él simplemente veía a un

Sith y le daba una patada para enviarla a luchar. Era demasiado.

Ella era una aprendiz. Y Anakin, que debía asegurarse de entrenarla sin

matarla, la enviaba a pelear sin preocuparse, como si la mandara a buscar un

vaso de agua.

Xion era todavía más insano. La hizo enfrentarse a clones para entrenar sus

sentidos y la arrojaba en medio de ejércitos enteros de droides. Incluso cuando

ella le dejaba claro que no era ni la mitad de hábil de lo que él pensaba, y

que iba a matarla si seguía enviándola sola, él solo le daba una palmada en el

hombro, sonreía… y Ahsoka no lo volvía a ver hasta el final de la misión,

cuando estaba tan aliviada por haber sobrevivido, que no le quedaban fuerzas ni

para llorar.

Los entrenamientos también eran brutales y escandalosos. Ahsoka había

aprendido habilidades nada honorables, que jamás podría incluir en un

currículum sin que la gente desconfiara de ella: robar, espiar y estudiar

cualquier regla para encontrar vacíos legales. Al final, sobrevivió de puro

milagro.

Mientras Ahsoka exponía la mitad de sus quejas, Anakin estaba cambiando.

Aunque su cuerpo no lo demostraba, ella lo sentía a través del vínculo. Era

como si él creciera de un niño a un adulto, o como si pasara de alguien sin

entrenamiento físico a un experto en solo unos días. Su presencia en la Fuerza

se volvió titánica; era como sentir un mundo de vida, en lugar de una sola

persona.

Anakin abrió los ojos después de tres días. Miró a Ahsoka, quien puso los

ojos en blanco cuando él le sonrió, pero al levantarse lo abrazó con fuerza.

Anakin también respiró aliviado. La Fuerza podía usarse para torcer la

realidad, pero tenía sus riesgos. Por suerte para él, era casi un dios, y el

lado oscuro tendría dificultades para corromper su mente. O eso creía… porque a

Dooku lo había engañado con facilidad. O quizá Dooku se engañó a sí mismo.

Anakin solo esperaba no caer en lo mismo.

Lo que había hecho era potenciar su propio cuerpo, usando la Fuerza para

remodelarlo hasta alcanzar el físico que tendría si entrenara durante cien años

más. Pero las mejoras físicas no eran lo único. También había usado el lado

oscuro, aceptando el aumento momentáneo de poder que este podía ofrecerle. Lo

alimentaba con sus propias emociones, no como Maul, que era una bestia sin

control, sino como Dooku, o el mismo Sidious: manteniendo el control, hasta

desatarlo en el momento exacto… y solo entonces. Poder y control.

Y ahora, debía usar ese poder.

Anakin miró a Ahsoka, sintiéndose incómodo y muy avergonzado. Aun así, se

mantuvo descarado. Como no podía hacer nada, entonces… no haría nada. Ella

estaba allí, había decidido quedarse a su lado, sin pedirle que asumiera

ninguna responsabilidad.

—Ahsoka, vamos a salir de este planeta —advirtió Anakin.

Ahsoka lo abrazó con más fuerza. Anakin creyó oírla rezar. Su fe en él era

realmente poca.

Antes, cuando ese bastardo de Xion intervino para teletransportarse por

sistemas enteros, ella no dijo nada…

“Bueno, tampoco es que hubiese tenido tiempo de decir algo”, pensó Anakin, y

apretó los dientes en su mente. Porque aunque sabía que Xion había hecho lo

correcto al dejar a los clones atrás, no podía dejar de sentir ira. Pero

también sabía que esa ira venía de su propia debilidad, la misma que lo había

conducido hasta aquí.

Él ahora podía aceptarlo y seguir adelante. En su camino, había aprendido a

dejar ir… pero también había aprendido a no soltar hasta que ya no quedara nada

más por hacer. Ahora, además, había aceptado su propio destino.

Mientras la realidad se distorsionaba a su alrededor, Anakin miró a Ahsoka.

No había pasado por alto sus quejas sobre su entrenamiento ni su percepción

—supuestamente errónea— de sus habilidades. Pero ella no veía que el hecho de

que siguiera allí era prueba de que ni él ni Xion se habían equivocado.

Anakin suspiró. Se trasladó de un planeta a otro. Como apenas había sentido

algo relevante, se movió dos veces más, hasta llegar a un mundo con la

tecnología necesaria para abandonar su superficie.

Allí controló a un mercenario y le quitó su nave para viajar a una zona

cercana a un planeta desértico, sin vida ni atmósfera. Aterrizó y se transportó

con Ahsoka a un gran laboratorio, donde R2 los llevó hasta un tanque que

contenía una sustancia negra: células artificiales, lo más cercano a nanitos

que Anakin había logrado construir sin usar Naquadah.

Rompió el tanque usando la Fuerza. El líquido negro lo cubrió, desintegró su

ropa, y luego formó una nueva sobre su cuerpo. De algunas gavetas emergieron

también un sable de luz y una mochila metálica.

Anakin miró otra gaveta de donde salieron dos sables de luz. Con cierta

incomodidad, se los entregó a Ahsoka. Ella los tomó y, al tocarlos, se mordió

los labios.

Este era un plan de respaldo que Anakin nunca pensó utilizar. Esos sables,

creados con sus propias manos y habilidades en la Fuerza, no estaban destinados

a ser entregados: estaban cargados con sus sentimientos… y con los de Xion.

—¡Lo siento! —dijo Anakin.

Ahsoka le hundió el puño en un riñón.

—No te disculpes por amarme, eso sí que es indignante —lo reprendió—. ¿Y de

dónde salió este laboratorio? —preguntó, cambiando el tema de los sables.

—Un respaldo, en caso de que Sidious jugara sucio… como ha hecho ahora

—respondió Anakin, con un tono asfixiado mientras se sujetaba el riñón.

Caminó hacia la computadora del laboratorio y buscó información sobre sí

mismo, sobre cómo se había tratado su desaparición… si es que se había tratado.

Encontró un video donde se mostraba al Verdad y Reconciliación siendo

invadido por droides. Una batalla se desataba y, al final, todo era destruido.

La República lo había declarado muerto y se celebró su funeral. Anakin supuso

que Sidious no esperaría que alguien sobreviviera a una explosión en el espacio

profundo.

—¿De dónde sacaron ese video? —preguntó Ahsoka, asombrada.

—Palpatine logró crear dos ejércitos de la nada… este video no es nada.

Supongo que ya planeaba matarme desde que tomé el Verdad y Reconciliación.

—Debemos volver al Templo Jedi y advertirles sobre Palpatine —dijo Ahsoka.

Anakin negó con la cabeza.

—No. Palpatine no sabe que seguimos vivos. Esa es nuestra mayor ventaja.

Esta es nuestra oportunidad de actuar y dar un golpe definitivo. Debemos

quitarle el poder a Palpatine.

Buscó información sobre el Conde Dooku, quien también figuraba como muerto.

Darth Maul aparecía ahora como comandante del ejército separatista.

Ese era un movimiento que Anakin no esperaba. Sidious no confiaba en las

intenciones de Dooku y había guardado varias cartas bajo la manga, pero Maul se

había muerto tantas veces que Anakin ya lo había descartado.

Sin embargo, el plan no le salió del todo bien. Los separatistas no creyeron

del todo en la muerte de Dooku. Aunque las negociaciones se habían detenido, el

Senado separatista era ahora un caos, sin liderazgo.

El Consejo Separatista —el verdadero centro de poder del movimiento en las

sombras— no parecía haber reaccionado. La muerte de Dooku debió haberles dado

el susto de sus vidas y hacerles comprender que Palpatine también podía

deshacerse de ellos en cualquier momento.

Desde ese punto de vista, el plan de Sidious de eliminar a Dooku y a Anakin

había sido una medida desesperada, con graves consecuencias para él. Y peor

aún: Anakin seguía vivo… y Dooku también.

—Para quitarle el poder a Palpatine, debemos ir con la Orden Jedi —replicó

Ahsoka, interrumpiendo sus pensamientos.

—No. La Orden Jedi no tiene ningún poder real sobre Palpatine en este

momento. De hecho, él espera que actúen contra él para declararlos traidores y

exterminar la Orden. Los Jedi se han ganado una mala reputación en esta guerra,

al apoyar a un bando político. Son pocos los que aún creen en su neutralidad.

»Palpatine solo puede ser apartado del poder destruyendo aquello que lo

sostiene: la guerra —dijo Anakin, mirando a R2.

Buscó información sobre Padmé y frunció el ceño al ver que había regresado a

Coruscant apenas él fue declarado muerto. Eso significaba que nunca estuvo en

peligro realmente. Palpatine había vuelto a manipular sus sentimientos. Y

Anakin, una vez más, había sido llevado de la nariz.

Xion tenía razón: era un necio.

—R2, envía un mensaje a Padmé. Dile que es hora de contraatacar y que la

veré en dos días —ordenó Anakin. R2 se dirigió a la consola que controlaba el

sistema de comunicaciones.

Anakin llevó a Ahsoka a otro piso del laboratorio, donde había un segundo

tanque de células artificiales. Le enseñó cómo podía usarlas y las ventajas que

ofrecían.

Luego de recoger su equipo personal, Anakin tomó un ascensor y, junto a

Ahsoka, descendió a un hangar secundario.

—¡Anakin! —exclamó Ahsoka, sorprendida por lo que vio en el hangar.

—No pensaba usarlo en esta guerra. Esta era un arma que había reservado para

los Hutt —dijo Anakin con sinceridad.

—Te presento al acorazado Ícarus: cinco kilómetros de largo, diez mil

cañones pesados, cinco mil ligeros, cinco mil cazas, cuatro cañones Kyber, seis

cañones de iones. A ver qué esclavista se mantiene en pie después de que me

presente en sus planetas con esto —explicó Anakin.

—No hablo de eso. ¿Con qué dinero construiste esta cosa? —preguntó Ahsoka,

visiblemente molesta.

Anakin parpadeó. Entonces comprendió por qué ella se escandalizaba.

—Ahsoka, no malversé fondos. Aunque debo decir que ahora tengo todo el

dinero de los separatistas en mis manos, quizás por eso Palpatine intentó

matarme. Sin embargo, esta nave fue construida con mis propios recursos. Puedes

confirmarlo en los registros de R2. Este acorazado está hecho con restos de

batallas que recolecté —explicó Anakin. Ahsoka suspiró aliviada.

—Espera… ¿cómo que tienes el dinero de los separatistas en tus manos?

—preguntó Ahsoka, notando por fin lo que Anakin había mencionado antes.

—No importa. Era un recurso que pensaba usar contra Palpatine en el futuro.

Pero como el anciano miserable cavó su propia tumba, ya no es necesario —dijo

Anakin, apretando los dientes mientras caminaba hacia el Ícarus.

Anakin no perdió más tiempo y partió en busca de Dooku.

Anakin voló hacia un sistema separatista del Borde Medio. Dejó el Ícarus

oculto en un asteroide aleatorio y, junto a Ahsoka, se trasladó a un planeta

donde los separatistas mantenían una fábrica de droides.

Se transportó directamente frente a una puerta blindada custodiada por

Ventress, en un pasillo metálico y frío.

—¿Skywalker? —dijo Ventress, sorprendida al ver a Ahsoka detrás de él.

Anakin había alterado tanto su presencia en la Fuerza que, para los

sensibles, se percibía como alguien distinto. Aunque quienes le conocían bien

notarían lo extraño en él. Anakin asintió, observando el brazo mecánico de

Ventress.

—¿Te has quedado a pelear? —preguntó con una ceja levantada.

Se habían enfrentado muchas veces, y si algo había demostrado Ventress era

su habilidad para escapar indemne.

—Lo he hecho por mi propia seguridad —respondió ella, mirándolo con amenaza.

Anakin se encogió de hombros, metió la mano en su bolsillo y sacó un vial

con células artificiales.

—Si tomas esto, tu brazo se regenerará con el tiempo —ofreció. Ventress

dudó, gruñó varias veces, pero finalmente tomó el vial y lo guardó.

Las células artificiales tenían una energía limitada, pero podían usar los

recursos del cuerpo para regenerarlo. Sin intervención externa, el proceso

tomaría al menos una semana.

—Dooku, también puedo ayudarte a ti. Y sí, he usado el lado oscuro, pero no

fue para corromperme, sino porque no podía quedarme esperando a que te

recuperaras —dijo Anakin.

Hubo silencio unos segundos, hasta que la puerta que custodiaba Ventress se

abrió, revelando una sala médica llena de artefactos y computadoras de soporte

vital.

Dooku estaba sumergido en un tanque de bacta. Le faltaban un brazo, una

pierna y parte del rostro. De no ser por el equipo médico que lo sostenía, ya

estaría muerto. Sin embargo, su conexión con la Fuerza seguía intacta, incluso

más fuerte. Era, en gran parte, lo que lo mantenía con vida.

—Skywalker… parece que nuestros papeles se han invertido de forma irónica

—dijo Dooku con voz sintética—. Yo he renunciado al lado oscuro, mientras tú lo

has abrazado para sobrevivir. Aunque me alegra ver que no has sucumbido a él.

No lo siento en ti.

Anakin, Ahsoka y Ventress se acercaron al tanque de bacta.

—Maestro Qui-Gon, ya puede mostrarse —dijo Anakin con un suspiro.

Qui-Gon apareció al lado del tanque.

—Anakin, me alegra que hayas alcanzado tu objetivo… y tu destino —dijo el

maestro.

Anakin puso los ojos en blanco.

—Maestro Qui-Gon, esas profecías son tonterías. Olvídese de ellas. Estoy

aquí por mi propia voluntad, igual que los demás —dijo Anakin, sabiendo el

desastre que sería su vida —y la de todos— si las cosas seguían simplemente su

curso.

—Qui-Gon, has tenido razón en muchas cosas… pero en esto debo apoyar a

Skywalker —agregó Dooku. Luego miró a Anakin—. Skywalker, ¿puedes sacarme de

este tanque para que vaya a eliminar a mi antiguo maestro?

—Lo siento, pero ese es mi trabajo, no el tuyo. La razón por la que te saco

de este tanque es que aún eres el líder de los separatistas, y te necesito para

iniciar las negociaciones con Padmé y concluir esta guerra de una forma que

beneficie a todos —dijo Anakin.

—Dooku, eres un político. Ya deberías saber que las palabras pueden lograr

más que tu sable de luz.

—Palpatine debe morir. Es demasiado peligroso —replicó Dooku.

—Palpatine morirá. Pero no deberías preocuparte por él. Ya lo has superado.

Tu existencia es una prueba más de su fracaso… del fracaso de los Sith

—respondió Anakin. Dooku desvió la mirada.

—Mi existencia ya solo tiene un propósito. Me he perdido… y, desde el

principio, todo fue por mi voluntad. Skywalker, solo déjame marcharme con algo

de dignidad —gruñó Dooku.

—¿Huir, querrás decir? No, no huyes con dignidad. Toda retirada es un acto

vergonzoso, Dooku. Eres un anciano, ya deberías saberlo. No vengas con esa

basura de que no puedes mirar a la cara a quienes has herido, y simplemente vas

a echarte a morir, dejando que los demás limpien tu desastre.

»Hazlo tú mismo. Y si después de eso aún deseas rendirte, al menos nadie

tendrá nada que reprocharte —reprendió Anakin.

Dooku lo miró con ira, el tanque burbujeó, pero el anciano mantenía un

férreo control sobre sus emociones. Sus siguientes palabras fueron frías, pero

no iracundas.

—¿Cómo puedes hacer que me recupere? —preguntó, aceptando el trato.

Anakin levantó la mano, mostrando una sustancia negra: células artificiales.

—Estas son células artificiales, mi mayor creación tecnológica. No tienen

relación con la Fuerza, pero pueden reparar tu cuerpo en cuestión de minutos si

utilizo la Fuerza para potenciar su efecto —explicó.

—Y por lo que veo, están bajo tu control —acusó Dooku.

—Dooku, eres un viejo terco y testarudo. Si te saco de este lugar, por

supuesto que no voy a dejarte sin vigilancia —admitió Anakin.

¿Qué iba a hacer si a este anciano se le ocurría ignorarlo una vez

recuperado y decidía ir tras Palpatine? El viejo Sith ya no tenía poder

suficiente para derrotar a Dooku, que ahora estaba fuera de su influencia. La

principal arma de Palpatine era la manipulación, y Dooku, en este momento, era

alguien a quien ya no podía controlar. Anakin no tenía ánimos de hacer de

niñera.

—Cometes un error, Skywalker. Pero ahora no tengo otra opción que depender

de tu ayuda —dijo Dooku. Eso significaba que, si lograba librarse del control

de las células, podría ser un problema. Pero Anakin confiaba en que no pasaría.

Las células artificiales habían pasado por muchas mejoras desde su creación.

Anakin colocó la mano sobre la protección del tanque de bacta, y una

corriente de células negras se infiltró en el líquido, comenzando a reparar el

cuerpo de Dooku visiblemente.

Una hora después, el anciano estaba fuera del tanque. Ventress, Qui-Gon y

Ahsoka lo observaban mientras Dooku se vestía.

—Anakin… ¿cómo? —preguntó Qui-Gon, el único con el coraje de hacer la

pregunta. Para Ventress y Ahsoka, Dooku seguía siendo una figura de otro nivel.

—La Fuerza puede modificar la vida. Eso debería ser evidente para todos

nosotros —respondió Anakin, sin ofrecer más explicaciones.

Los conocimientos necesarios para lo que había hecho estaban a cientos,

quizás miles de años en el futuro, debido a las leyes galácticas y a los

prejuicios hacia la manipulación genética, tanto por parte de los Jedi como de

la sociedad en general. No era algo que pudiera lograrse sin esos

conocimientos.

—Alquimia Sith —dijo Dooku.

Anakin asintió. Era algo muy cercano a lo que hacía, aunque no necesitaba

apelar al lado oscuro para sanar, solo para modificar, como había hecho con su

propio cuerpo.

—Digamos que es mi propia versión de la alquimia Sith. Los Jedi no están

dispuestos a experimentarla. Aunque, en realidad, no es un poder del lado

oscuro… sino luminoso —explicó Anakin—. No tengo problema en enseñárselo a

quien desee aprender —ofreció.

—Eso sería útil —dijo Dooku, extendiendo la mano.

Un sable de luz voló hasta él. Era un sable curvo, elegante y estilizado,

muy distinto a los toscos diseños Jedi. Al igual que Anakin, Dooku había

personalizado el suyo.

Cuando Dooku terminó de vestirse, Anakin abrió otro portal, y todos

cruzaron, apareciendo en el puente del Ícarus.

—Impresionante control de la Fuerza, Skywalker. He visto a Jedi morir

intentando transportarse unos pocos metros —comentó Dooku, sorprendido.

—Su problema es su imaginación. La Fuerza depende en gran parte de la mente.

Si crees que no puedes hacerlo, entonces no puedes. También depende del poder,

claro… pero moverse unos cuantos kilómetros no debería ser un problema ni

siquiera para un padawan —respondió Anakin.

—Interesante material de estudio… pero lo que me interesa ahora es saber a

dónde vamos. Has ocultado mi presencia y la de mi aprendiz, así que supongo que

no quieres que mi antiguo maestro sepa que estamos aquí —dijo Dooku.

—Palpatine cree que se ha librado de nosotros. Tal vez no esté seguro de mi

muerte o de la suya, pero no asumirá que resucitemos para darle una bofetada

apenas nos ha dejado en la tumba. Por eso ha puesto a Maul en su lugar. Y, por

supuesto, tampoco esperará que nos presentemos en Coruscant para poner fin a la

guerra… y a su vida —dijo Anakin.

Dooku lo miró con sorpresa.

—¿No quieres una rendición? —preguntó.

Mientras los demás se acomodaban en sus asientos —excepto Qui-Gon, que era

un fantasma—, Anakin comprobaba los sistemas de la nave a través del sistema 0.

—¿De qué serviría esta guerra si la República sale impune de su corrupción?

Solo estaríamos preparando el escenario para que aparezca otro Palpatine.

»No. Padmé usará esto como excusa para ordenar una investigación a fondo del

Senado Galáctico y de la guerra. Así, los corruptos caerán y también cambiará

la administración política.

»Las demandas separatistas no son del todo equivocadas. La República no

puede seguir abandonando a los sistemas del Borde Exterior, y sus políticas

económicas deben reformarse.

—Interesante. Pero el orden requiere fuerza, y nuestra senadora favorita no

estará de acuerdo con eso —dijo Dooku.

—Padmé ya es consciente de que el orden es necesario. Sabe que personas como

Palpatine siempre se aprovecharán de sus buenas intenciones. También conoce la

situación en el Borde Exterior, y cómo las leyes de autodefensa de la República

han provocado la esclavitud de sus ciudadanos, permitiendo que mafias como los

Hutts se hayan creado su propio gobierno —explicó Anakin.

—Parece que esto será interesante de ver —dijo Dooku con una sonrisa.

Anakin marcó Naboo como destino. Al llegar, envió un mensaje encriptado a

Padmé, quien respondió con unas coordenadas y un plazo de una hora para

encontrarse.

—Si tomas las células artificiales ahora, puedo ayudarte con ese brazo —le

dijo a Ventress.

Ella gruñó, pero finalmente se tomó las células artificiales.

Una hora después, Anakin se trasladó a las coordenadas proporcionadas por

Padmé, apareciendo en una sala de reuniones ubicada en un búnker subterráneo

donde había más de cien personas.

Eran senadores. Al verlos aparecer, se levantaron con sorpresa.

—¡Maestro Skywalker! —exclamó el senador Organa, uno de los aliados de

Padmé. Ella estaba a su lado, con Masacre 2.0 flotando junto a ella. Le sonrió

al verlo.

Anakin asintió y se hizo a un lado para que Dooku avanzara. Él y Ventress

llevaban capuchas. Al quitárselas, se produjo otra conmoción.

—Conde Dooku… parece que esta guerra le ha tratado bien —gruñó Padmé.

—Senadora Amidala, créame: no me complace en absoluto nuestra colaboración

—replicó Dooku con desdén.

—Aun así, la colaboración de todos es necesaria si queremos una paz duradera

—intervino Anakin.

—Respecto a mi muerte y la del conde Dooku… han sido algo exageradas —dijo

Anakin con ironía.

—A ciertos elementos de ambas facciones no les agradó que estuviéramos

planeando la paz, y trataron de eliminarnos para sabotear las negociaciones

—explicó Padmé, que se había negado a asistir al funeral de Anakin en la Orden

Jedi.

—Por desgracia, eso no nos sorprende —comentó el senador Organa, volviendo a

sentarse junto con los demás.

—Conde Dooku, espero que entienda que, antes de negociar cualquier acuerdo

de paz, usted y sus colaboradores deberán aceptar toda la responsabilidad por

las tragedias ocurridas durante esta guerra —declaró otro senador.

Dooku sonrió mientras se sentaba.

—Senadores… después de mi desafortunado encuentro cercano con la muerte,

estuve dispuesto a rendirme de forma incondicional ante la República. Eso

significaba que ustedes podrían darse palmaditas en la espalda mientras

pronunciaban discursos políticos sobre lo terribles que fuimos los

separatistas.

»Entonces, había perdido toda esperanza en alcanzar mis objetivos. Mis

únicos logros, como bien saben, fueron una guerra que solo extendió el mal por

media galaxia.

—Luego miró a Anakin—. Sin embargo, ahora tengo nuevos aliados, y ellos me

han prohibido rendirme incondicionalmente. Así que comprenderán que por cada

una de sus peticiones, yo presentaré una contrapropuesta.

»Y si yo —y los míos— aceptamos la responsabilidad por nuestras acciones en

esta guerra, entonces todos ustedes deberán aceptar la suya por las decisiones

tomadas antes de la guerra. Decisiones que provocaron —y siguen provocando— el

caos y la anarquía en los sistemas del Borde Exterior y Medio, siendo

responsables de la creación de mafias, esclavitud, asesinatos, de la nula

aplicación de las leyes de la República y de la corrupción en el Senado.

A pesar de que los senadores presentes estaban sorprendidos por sus

condiciones, lo estaban aún más por lo que el conde Dooku acababa de insinuar.

—Maestro Skywalker…

—Solo Skywalker —corrigió Anakin—. A raíz del intento de asesinato en mi

contra, me he visto obligado a usar métodos que el Consejo Jedi no aprueba.

Ahora también me he unido a la facción separatista, al apoyar a Dooku. No

pienso permitir que la República salga de esta guerra dándose una palmada en la

espalda y auto convenciéndose de que todo está bien, solo para que mañana otro

tirano tome el poder y haya otra guerra. No permitiré que este conflicto

termine sin consecuencias reales —declaró Anakin.

Aquellos senadores realmente creían que, con él presente, podían felicitarse

mutuamente y seguir como si nada.

—En resumen, la República también debe aceptar su responsabilidad en este

conflicto —dijo el senador Organa, provocando sorpresa entre los presentes.

Todos miraron a Padmé, pero ella conocía mejor que nadie la forma de pensar de

Anakin y sabía que no cambiaría de idea.

—Skywalker, por favor, reflexione. Los separatistas proponen un cambio

radical en nuestro sistema político. Si hacemos lo que usted propone, eso

podría significar que nuevos mundos…

—¿Se unan a los separatistas? —interrumpió Anakin.

El senador se dio cuenta de lo que ocurría y parpadeó, aturdido. Anakin

asintió.

—Así es, senadores. No hay mejor momento para un cambio político. Ya estamos

en guerra, y la gente se ve obligada a escoger un bando. Ninguna otra facción

puede surgir y declarar otra guerra, porque solo la República y los

separatistas tienen ejércitos. Cualquiera que intente rebelarse ahora tendrá a

ambos bandos apuntando a su cabeza.

»Claro, aún podrían unirse a los piratas y mafias como los Hutts, pero eso

los convertiría en criminales con los que nadie querría estar relacionado

—concluyó Anakin con una sonrisa, ante la expresión atónita de los senadores.

—Los sistemas anárquicos del Borde Exterior se rebelarán —advirtió otro

senador.

—En realidad, ya están en rebelión al no obedecer las leyes de la República.

Pero una vez que se firme el tratado de paz, la República contará con un

ejército diez veces más numeroso que el actual. Y en lugar de desechar a los

droides como chatarra, podrían usarse para imponer la ley en el Borde Exterior.

»Una vez que las mafias y los piratas del borde sean destruidos, el ejército

regular podrá encargarse del resto —explicó Anakin.

Los senadores hicieron muecas. No querían un ejército regular. La República

tenía un sistema de defensa basado en la autodefensa y las alianzas, casi

feudal, pero con un régimen administrativo centralizado que, en la mayoría de

los casos, era una tiranía.

La democracia de la República solo se manifestaba en el Senado. Y si uno era

un tirano, no querría que otro controlara sus fuerzas armadas. Buscarías la

forma de conservar el ejército para ti. Por eso, al comienzo de la guerra, la

República apenas contaba con algunos guardias.

Palpatine dejó un ejército, sí, pero él también era un tirano. Y ese

ejército no pertenecía a la República, sino que estaba bajo su control directo

y exclusivo.

—Bien, establecidas ciertas realidades, creo que ya podemos comenzar a

discutir una propuesta para nuestro tratado de paz —dijo el conde Dooku con una

sonrisa.

—Conde Dooku, si los suyos han intentado asesinarlo, dudo que tenga la

autoridad necesaria para negociar en su nombre —dijo un senador.

Dooku negó con la cabeza.

—Todos los líderes de la facción separatista aceptarán el tratado de paz que

se discuta aquí. En cuanto al ejército droide, aunque tenga un comandante

distinto, está completamente bajo mi control. No deben preocuparse por rumores

o declaraciones ajenas a la Confederación —respondió Dooku.

Anakin pensó que, precisamente por eso, Palpatine lo quería muerto. Dooku

tenía sus propios planes, y resultaba difícil de controlar.

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