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Chapter 2 - Capítulo 2 Coruscant, Naboo

De camino a Curuscant, Anakin sintió dolor mientras meditaba en una habitación, pero se dio cuenta de que no era suyo y se preguntó si sería lo que recordaba, por lo que salió para mirar los alrededores con curiosidad.

Llegando a un comedor, o una sala de estar con mesa comedor, Anakin encontró a Padmé luciendo una cara de tragedia, sentada a una mesa.

—Todo estará bien, eres una gran reina que lo apostará todo para salvar a su pueblo, y ellos lo saben, o lo sabrán en un futuro —dijo Anakin, deteniéndose en frente de ella.

—Anakin, no… —Padmé suspiró—. ¿Sabes quién soy? —preguntó aturdida.

—Padmé Amidala, reina de Naboo y una persona que mantiene su corazón en el lugar correcto —dijo Anakin. Padmé lo miró aturdida.

—¿Cómo? —preguntó Padmé.

—Una visión, aunque Qui-Gon dice que son solo probabilidades futuras y no se deben tomar en serio —dijo Anakin.

Padmé tragó saliva, ella no se lo tomaba así, y Anakin sabía que era porque ella estaba desesperada, y en esa situación, las personas estaban dispuestas a aferrarse a cualquier cosa, incluso a una fantasía o visión del futuro.

—¿Y puedes decirme cómo acabará esto? —preguntó Padmé después de tragar saliva.

Anakin hizo una mueca y retrocedió un paso, haciendo su mejor actuación de alguien que había dicho demasiado y temía decir más. Padmé palideció al ver su reacción.

—Anakin, ¡por favor no te vayas! —rogó Padmé. Anakin apretó los dientes, dando otro paso atrás.

—Padmé, estarás bien, te salvaré en el futuro —aseguró Anakin, y Padmé no pudo aguantar más y se levantó para caminar hasta él y abrazarlo.

—Anakin, no tengas miedo, yo te protegeré, puedes decirme lo que quieras —dijo Padmé con algo de desesperación.

—Padmé, no temo decirlo, temo que me odies si lo hago, pues las personas que quieren hacerte daño son las que están cerca de ti —dijo Anakin con renuencia.

Padmé se tensó. Ella dejó de abrazarlo y lo miró con aprensión, pero luego pareció decidida y le tomó de la mano, llevándolo a la mesa para sentarse junto a él.

—Anakin, prometo que no me enfadaré contigo ni te odiaré. Por favor, cuéntame lo que has visto —prometió Padmé seriamente.

Anakin la miró con dudas durante unos segundos. Estas dudas no eran fingidas, porque él se preguntaba si esto ayudaría o causaría algún desastre. Aun así, debía arriesgarse, ya que no podía permitir que Palpatine acumulara poder sin restricciones. Cada pequeño golpe contaba y, con sus conocimientos futuros, poner a Padmé en su contra le daría muchos dolores de cabeza. Él intentaría matarla, pero muchos lo habían intentado, incluyendo a Palpatine, y nunca lo lograron. Anakin también sabía que esta sería la propia voluntad de Padmé si ella pudiera tomar la decisión.

Anakin respiró hondo, y Padmé se tensó en preparación.

—Padmé, lo que he visto sobre ti es algo oscuro y borroso, excepto por ti —advirtió Anakin—. En mi sueño, una masa de oscuridad espeluznante nos espera a nuestra llegada a Curuscant. Pero puedo verte bien, así que no es un intento de asesinato —dijo Anakin, y Padmé respiró aliviada. Anakin negó con la cabeza.

—No es un asesino, pero esta oscuridad te hará mucho más daño que cualquier asesino. A ti y a toda la galaxia —dijo Anakin con pesar, y miró a Padmé, quien asintió, pidiéndole que continuara.

—La oscuridad no puede tocarte, pero te susurra palabras falsas, ofreciéndote una protección que no tiene la intención de brindarte, a cambio de que la apoyes en su búsqueda de poder. Y tú aceptarás —dijo Anakin con tristeza—. Te veo en una gran sala alta, con miles de personas, rodeada de oscuridad, sintiendo tristeza, dolor e impotencia, pero también ira y miedo, mientras pronuncias un voto de no confianza, que fue el trato propuesto por la oscuridad.

»Después de eso, todo a tu alrededor es oscuridad. No puedo ver nada más que a ti y a otras pequeñas luces, luchando solas, sin poder ver a la oscuridad que está a su lado, siempre susurrando, siempre prometiendo pero nunca cumpliendo, solo haciéndose más y más poderosa, paciente pero omnipresente durante años y años. Mientras las pequeñas luces se apagan una tras otra, solo queda la oscuridad y ya no puedo ver nada —dijo Anakin y agachó la cabeza con pesar, sin fingimiento alguno, porque ese futuro era realmente miserable. Padmé guardó silencio y Anakin suspiró.

—Padmé, no te preocupes. Cuando ya no puedas luchar, no permitiré que mueras. Te salvaré y escaparemos lejos —dijo Anakin—. Me convertiré en un Jedi poderoso. La oscuridad será demasiado fuerte en ese momento, pero podemos huir —continuó Anakin. Padmé se levantó y lo abrazó durante varios minutos. Luego se apartó y lo miró a los ojos.

—Anakin, estaremos bien. ¡Todos estaremos bien! —sentenció y caminó con determinación para salir de la sala.

—Eso espero —susurró Anakin, ya que si Palpatine lograba su plan de tomar el control del Senado, sus planes avanzarían sin obstáculos y dividiría a todos en dos bandos para librar una guerra en la que solo él sería el vencedor.

Anakin sabía que podría haber consecuencias y era posible que el miserable anciano de Palpatine causara algún desastre por pura venganza si sus planes tenían éxito. Sin embargo, él tenía que correr ese riesgo, porque si permitía que el poder y la influencia de Palpatine fueran absolutos, cuando comenzara la guerra que el anciano miserable ya debía haber estado planeando desde hacía mucho tiempo, él no podría hacer nada.

Anakin regresó a su habitación para meditar y tratar de encontrar una respuesta sobre cómo salvar a Qui-Gon.

El viaje a Curuscant duró toda la noche. Bueno, estaban en el espacio, donde todo era oscuro. Aun así, era media mañana cuando llegaron a Curuscant.

En Curuscant, fueron recibidos por un contingente de guardias, el Canciller Palpatine de Naboo y el Canciller Supremo Valorun, a quien Padmé miró con sospechas. Eso significaba que ella había prestado atención a la advertencia, pero se había equivocado de persona. Anakin sonrió interiormente, a él le bastaba con que ella tuviera sospechas.

Anakin miró primero al Canciller Valorun, un hombre de edad avanzada con el cabello gris pero de porte imponente. Luego miró a Palpatine, el miserable anciano que ya estaba en años, pero cuyo rostro era amable y parecía un abuelo querido y alguien en quien se podía confiar. No había el más mínimo indicio de su mente retorcida o insinuaciones del lado oscuro en él.

Palpatine lo miró y Anakin pudo ver unos ojos astutos, pero nada diferente a lo que vio en Valorun: un político calculando sus posibilidades. Su mirada hacia Anakin tampoco fue penetrante y no duró más de dos segundos.

Qui-Gon y Obi-Wan saludaron y luego se separaron cada uno por su lado. Anakin fue llevado con Padmé, quien los dejó a él y a Jarjar en una sala y se fue a resolver sus problemas políticos.

Anakin observó la ciudad, que se extendía interminablemente más allá de donde alcanzaba su vista. Él se sentía cómodo allí, ya que eso era lo que había conocido Xión durante la mayor parte de su vida. Anakin odiaba su planeta natal lleno de desiertos de arena, por lo que su mente y la de Xión estaban de acuerdo en este punto.

Anakin se preguntó cómo podría tener acceso a toda esta tecnología. Él era un adulto y no confiaría solo en la Fuerza para proteger su vida. Sabía que su cerebro era prodigioso y podía aprovecharlo, incluso sin activar sus células divinas, la inteligencia de su cuerpo actual no se podía subestimar…

Anakin frunció el ceño cuando llegó hasta él la conmoción de Padmé. Anakin sonrió, suponiendo que Palpatine había hecho su propuesta de voto de no confianza en Valorun, prometiéndole a Padmé una solución al conflicto en sus manos, pero obteniendo una reacción opuesta a la que esperaba de ella.

Anakin se mantuvo tranquilo, ya que Palpatine no podía hacerle nada a Padmé en ese lugar, solo podía lamerle los pies y retorcer su propio cerebro para tratar de obtener respuestas sobre la reacción de Padmé.

Unas pocas horas después, Anakin y Jarjar observaron la sesión del Senado a través de una pequeña pantalla que las sirvientas de Padmé les prestaron.

La sesión del Senado transcurrió como Anakin esperaba, y nadie quiso apoyar a Padmé. Las cosas se convirtieron en un alboroto de acusaciones y demandas, lo cual era normal y terminaría en tribunales. Esto dejaba en evidencia que había algo oscuro detrás de todo esto, porque esta situación podía considerarse una emergencia, y Anakin no creía que en la República no hubiera ninguna medida de excepción para casos como este. Estos senadores simplemente estaban pasando por alto la ley, probablemente sobornados o comprados por Palpatine.

Padmé, que estaba en medio de este alboroto, se veía impotente mientras observaba. Las llamadas de orden del canciller supremo no lograban calmar los ánimos, era un auténtico circo. Y esto era lo que Palpatine podía lograr siendo un simple senador de un planeta en el borde medio de la galaxia, aunque según la historia de fondo del anciano miserable, quizás contaba con el respaldo del clan bancario debido a la influencia de su maestro, Dark Plagueis, en ese clan.

Anakin continuó observando para ver qué hacía Padmé, pero cuando el alboroto se intensificó, ella dirigió una mirada fría al Senado y no pronunció ni una palabra.

Pasó una hora hasta que el canciller supremo logró calmar la situación, principalmente porque Padmé había guardado silencio y no había hablado desde que empezó el alboroto.

La gota que colmó el vaso fue cuando Palpatine, al ver que la situación se calmaba, intentó hablar. Sin embargo, Padmé le dirigió una mirada fría que parecía advertirle que si decía una palabra habría serias consecuencias. Palpatine no se atrevió a desobedecer y se volvió a sentar sin pronunciar ni una palabra.

Esto hizo que los senadores recordaran que esto era un acto público y que pasar una hora gritando mientras una de las partes involucradas los miraba en silencio podría dejarlos en una situación comprometida.

Los senadores atendieron a los esfuerzos de Valorun, cerraron la boca y volvieron a sus lugares. Solo la federación de comercio, que era la otra parte involucrada, siguió hablando y tratando de provocar a Padmé durante otros quince minutos. Sin embargo, ella solo los miró en silencio, sin decir una palabra, lo que finalmente los llevó a regresar a sus lugares, motivados por las amenazas del canciller Valorun de sancionarlos si no lo hacían.

Después de todo el alboroto, el canciller supremo le dio la palabra a Padmé, pero ella negó con la cabeza.

—Canciller Valorun, en primer lugar, quiero dejar claro que durante todo este tiempo yo tenía el derecho a la palabra, ya que ni siquiera he terminado de exponer mi caso. Sin embargo, parece que este Senado no respeta sus propios protocolos ni está dispuesto a seguir las leyes de la República —declaró Padmé con determinación.

»Esto me hace pensar que para este Senado las leyes de la República no importan. Por lo tanto, yo y cada uno de los senadores presentes nos veremos las caras en los tribunales.

»Les aseguro, senadores, que ya sea dinero o chantajes, lo que les han ofrecido por venir aquí a gritar no valdrá la pena. Yo no descansaré hasta que cada uno de los implicados en este vergonzoso espectáculo se enfrente a la justicia —concluyó Padmé. A pesar de que sus palabras causaron otro alboroto, ella abandonó el Senado, arrastrando a Palpatine delante de ella mientras él le imploraba que se quedara, pero ella lo ignoró.

—Senador Palpatine, si vuelve usted a ese Senado, lo declararé en rebelión y traición —reprendió Padmé con ira, mientras sus sirvientas abrían la puerta de sus habitaciones.

—Majestad, por favor, reconsidere. Si nos hacemos enemigos de todo el Senado, nuestro pueblo… —Padmé le cerró la puerta en la cara.

—¡Jarjar! —gruñó Padmé, y Jarjar, que observaba su entrada junto a Anakin con una expresión espantada debido a la ira de Padmé, dio un respingo y se puso firme—. Acompáñame, por favor —dijo Padmé, regulando su voz y controlando su ira.

—Anakin, los maestros Jedi quieren verte —dijo Padmé y continuó adelante. Las sirvientas arrastraron a Jarjar con ellas, ya que este se mostraba reacio a seguir a Padmé en su estado de ira.

Anakin sonrió, parecía que Padmé se había tomado en serio sus palabras y ya había hablado con los suyos, incluido a Jarjar, para ver si tenían otras opciones. Ella se había enterado del ejército gungan. Eso explicaba por qué era tan decidida en el Senado.

Anakin abrió la puerta y se encontró con Palpatine caminando de un lado a otro, fingiendo preocupación, y con Qui-Gon y Obi-Wan que venían por él.

—Maestro Qui-Gon, he visto burdeles con más orden que su Senado galáctico. Es como una reunión de mercenarios borrachos —dijo Anakin con tono despreocupado.

Qui-Gon y Obi-Wan parpadearon y luego se apresuraron a hacer una reverencia para llevarlo lejos de Palpatine, quien lo observó por unos segundos, pero tenía asuntos más preocupantes entre manos y continuó con su labor de fingir preocupación.

—¿Puedo tener acceso a la holonet? —preguntó Anakin—. Seguro que se armará un gran escándalo. Quiero ver si algún senador se disculpa por haber gritado o si son aún más descarados que en el Senado y acusan a Padmé de ser irrazonable y negligente, arriesgándose a la furia de la gente en caso de que la apoyen —dijo Anakin con genuino interés.

Los resultados de las acciones de Padmé podrían ser beneficiosos o desastrosos para ella. Todo dependía de cuánta influencia tenga Palpatine en la galaxia en la actualidad, así como de la popularidad de Padmé y los resultados en Naboo.

—¡Anakin! —dijo Qui-Gon con tono serio—. Los Jedi no intervenimos en los asuntos del Senado —agregó Qui-Gon con autoridad.

—¿No eran los Jedi colaboradores del Senado? —preguntó Anakin—. Si el Senado es corrupto y los Jedi lo apoyan, la gente pensará que los Jedi también son corruptos, así que esto debería importarles mucho. ¿No? —preguntó Anakin frunciendo el ceño. Qui-Gon y Obi-Wan parpadearon.

—La gente confía en la orden Jedi —dijo Obi-Wan. Anakin se encogió de hombros, despreocupándose del asunto.

—¿Tendré acceso a la holonet? —preguntó Anakin de nuevo. Qui-Gon suspiró.

En el camino hacia el Templo Jedi, en un vehículo del Senado, Anakin observó el templo, situado en la cima de una montaña y con cinco torres enormes. Era una obra impresionante tanto desde lejos como en su interior.

Anakin miró todo a su alrededor hasta que llegó a la sala del consejo y le hicieron esperar media hora antes de entrar. Qui-Gon y Obi-Wan fueron dejados fuera, y él entró solo.

Mientras caminaba, Anakin miró a cada uno de los Jedi. La mayoría de ellos los conocía: Adi Gallia, Plo Koon, el Gran Maestro Yoda, Windu, Ki-Adi-Mundi. Además de ellos, había un Kaminoano, un enano de grandes orejas, que también era de una raza conocida. Los demás no eran famosos, así que apenas los miró de reojo…

Anakin parpadeó. Había otro pequeño duende verde en el consejo, pero esta era una mujer. Esto le causó cierto shock, ya que ella solo podía ser Yaddle, la maestra que fue asesinada en las conspiraciones de Dooku y Palpatine. Anakin creía recordar que para este momento, ella ya había desaparecido, pero allí estaba, viva y sentada en el consejo Jedi…

—Anakin Skywalker —llamó Windu. Anakin se apresuró a volver a la calma, y si alguien notó su sobresalto, no lo mencionaron.

Anakin miró a Windu. Según los recuerdos de Xión, este tipo era uno de los más influyentes, y también uno de los más fuertes. A su lado estaba el Gran Maestro Yoda, cuyas túnicas eran las únicas de un color claro, pareciendo trapos viejos de color gris. El duende verde era un individuo astuto, porque su habilidad con el sable era casi inigualable, y su destreza física, para nada la de un anciano.

—Anakin Skywalker, somos los miembros del Consejo Jedi y queremos hacerte unas pruebas. ¿Podemos proceder? —preguntó Windu.

Anakin asintió y Windu utilizó una pantalla electrónica para mostrar imágenes, y Anakin tuvo que describirlas todas, aunque la pantalla estaba hacia el lado de Windu. Anakin lo hizo sin problemas, ya que desde su primera meditación, aprendió a ver sin usar los ojos, por lo que la prueba terminó bastante rápido.

—Gran afinidad con la Fuerza posee —declaró el Maestro Yoda y el resto del consejo asintió—. Pero tus sentimientos también son fuertes —dijo Yoda asintiendo.

—Anakin, los Jedi no debemos tener lazos profundos con otras personas, ya que seguimos el Código Jedi, que prohíbe formar lazos como el matrimonio o, en tu caso, lazos individuales como una familia —explicó Windu. Anakin simplemente asintió.

—¿Aceptarías renunciar a tus lazos familiares para unirte a la Orden? —preguntó Windu.

En lo recuerdos de Xión estaba esta parte. Para este momento, el Consejo había sentido el miedo del niño Anakin por el destino de su madre, y debido a esto, se negaron a aceptarlo. Él no sentía miedo, pero no había descartado los sentimientos por su madre porque él no quería hacerlo y al viajero no le parecía nada malo, así que sus mentes estaban unidas en esto, y no había miedos, temores o dudas, solo determinación.

—No —dijo Anakin negando con la cabeza—. Conozco a mi madre, ella merece mi amor. Es un sentimiento que me da fuerzas y me impulsa hacia adelante. Siento que estaría dejando una parte de mí atrás si renunciara a ello —respondió Anakin con sinceridad. Windu frunció el ceño, su respuesta no le gustó.

—El amor es un apego. Si amas, temes perder. El apego conduce a la envidia. La sombra de la codicia, eso es —advirtió el Maestro Yoda con desaprobación.

Anakin hizo una mueca y lo miró de arriba abajo. Él solo pudo suspirar en su mente. Si este anciano no cambiaba esa forma de ser, terminaría en un pantano comiendo bichos y lamentando sus malas decisiones.

—Como dije antes, no considero que sea malo, y ustedes no me han dado ninguna razón de peso para que cambie esa opinión, así que no lo haré —dijo Anakin, y los maestros se miraron unos a otros. Windu lo miró con el ceño fruncido.

—Anakin, el Gran Maestro Yoda habla desde una gran experiencia y sabiduría. La Orden Jedi ha seguido sus sabios consejos durante años. Tú aún eres un niño, deberías escuchar los consejos de tus mayores —dijo Windu.

—He escuchado su sabiduría antes y he entendido sus buenas intenciones. Además, sé que es viejo. Pero el mundo cambia y el pasado queda atrás. Aquellos que se niegan a vivir en el presente nunca podrán tener un futuro. El pasado está ahí para que aprendamos de él, no para que sigamos su ejemplo al pie de la letra. —Anakin paseó su vista por los maestros Jedi, que lo miraban sorprendidos por su terquedad—. Es un bonito lugar, pero mis sueños también lo son. El problema es que no son reales —dijo Anakin, y algunos miembros del consejo se sobresaltaron, y un silencio cubrió el lugar.

—Anakin, gracias por haber venido —le despidió Windu un minuto después. Anakin se mantuvo en calma y se despidió con una reverencia.

—Maestros —dijo Anakin y salió de allí, dándole un último vistazo al lugar.

—Creo que no les he agradado —dijo Anakin encogiéndose de hombros cuando Qui-Gon y Obi-Wan lo vieron salir.

—Lo sabía —dijo Obi-Wan con un suspiro. Qui-Gon pareció contrariado. Anakin supuso que él, al igual que en sus recuerdos, se había empeñado en pensar que él era el elegido.

El consejo no dio una respuesta clara a su aceptación o rechazo, ya que Padmé informó que dejaría la capital y regresaría a Naboo. Esto llevó al consejo a posponer su decisión y enviar a Qui-Gon y Obi-Wan para protegerla, con permiso para llevar a Anakin con ellos. Por supuesto, Anakin no iba a dejar su vida en manos del consejo Jedi y ya tenía un plan para escapar de su control si las cosas salían mal, pero primero tenía que ayudar a Padmé, ya que Palpatine no dejaría de intentar matarla ahora que le habían prohibido el acceso al senado.

Una hora después de partir de Coruscant, una de las sirvientas de Padmé interrumpió su meditación para llamarlo y guiarlo a una sala donde se encontraban algunos tripulantes alrededor de una mesa encabezada por la falsa reina, con Padmé a su lado, el capitán Panaka y sus sirvientas. Qui-Gon estaba en el otro lado y observaba a Jar Jar, quien explicaba que los gungans eran guerreros.

—Majestad, esta es una idea peligrosa. Si esperamos al senado…

—Maestro Qui-Gon, estamos aquí porque el senado ha sido comprado y en estos momentos dudo incluso de nuestro propio senador. Estoy considerando hacer una petición oficial para investigar sus acciones —interrumpió la falsa reina.

—¿En base a qué realizaría esa petición? —preguntó Qui-Gon sorprendido. La falsa reina mantuvo la mirada al frente, pero Padmé miró a Anakin, quien llegó y se situó en medio de ambas partes.

—Majestad, las visiones de la Fuerza no pueden tomarse como algo seguro, son solo una posibilidad —explicó Qui-Gon incómodo. Parecía que hablar con aquellos que no eran sensibles a la Fuerza causaba incomodidad a los Jedi, pero Qui-Gon ya se imaginaba que Anakin dijo algo.

—Gracias, maestro Qui-Gon. Lo tendré en cuenta —dijo la falsa reina con seguridad, lo que indicaba que Padmé ya había tomado esta decisión y ahora solo estaba exponiendo sus ideas.

—Majestad, por favor, si los gungans no están dispuestos a apoyarnos, prométame que nos retiraremos —pidió el capitán Panaka. La reina asintió, ya que esa era una petición razonable.

—Majestad, si logramos sacar el ejército droide de la ciudad, podremos tomar los cazas e intentar derribar la nave comando —dijo el capitán Panaka—. Eso, sumado a la captura del virrey, debería darnos ventaja en las negociaciones —agregó.

La falsa reina asintió y desplegó un mapa para ver por dónde entrarían. Anakin observó el hangar del palacio, porque él tenía sus propios planes para ganarse el favor de Padmé en esta batalla, donde hasta ahora solo había aportado poco, pero ahora tenía un papel vital que desempeñar, ya que sin su ayuda, mucha gente moriría y el plan fracasaría.

Unas horas más tarde, aterrizaron en Naboo y se reunieron con los gungans sin revelar sus planes a la República. La reina ya estaba segura de que sus enemigos controlaban el Senado y que cualquier información que diera al consejo o al senado se filtraría a sus enemigos. Qui-Gon suspiró cuando se le prohibió comunicarse y se le amenazó con ser dejado atrás si no colaboraba. Padmé era muy decidida cuando se trataba de la seguridad de los suyos.

Los gungans estaban contentos de ser considerados iguales por la gente de Naboo y accedieron al plan de distracción, marchando con su ejército y provocando que la Federación de Comercio desplegara su ejército droide, sacándolos de la ciudad.

Padmé y los demás atacaron tomando el hangar, lo cual fue fácil, ya que estaba protegido por droides B1 y no había destructores.

Obi-Wan y Qui-Gon se disponían a seguir a la reina, pero Maul ya los estaba esperando.

Anakin retrocedió hasta un caza y Padmé ordenó a R2 que se quedara para cuidarlo. Qui-Gon también le advirtió que no se moviera de allí. Anakin asintió, aparentando ser obediente, hasta que todos salieron y él comenzó a toquetear los botones del caza espacial para ver cómo funcionaban los controles. R2, que lo cuidaba, estaba alarmado y le pidió que se detuviera y se comportara.

—Anakin, ¡usa la Fuerza! —se animó a sí mismo Anakin, con voz fantasmagórica, ignorando a R2 al encontrar el botón de encendido y salir disparado del hangar, tomándose un minuto antes de ir al espacio para familiarizarse con los controles.

—Probando, probando. Líder rojo a Carne de Cañón. Líder rojo a Carne de Cañón. Carne de Cañón, tardaré un par de minutos en eliminar esa nave. Hagan lo que puedan para no morir. Líder rojo, cambio y fuera —dijo Anakin.

—¿A quién te refieres como Carne de Cañón, niño? —preguntó el comandante de la misión con tono enojado—. Tu droide dice que ni siquiera sabías dónde estaba el botón de encendido. Regresa a la base, ¡es una orden! —reprendió el comandante.

Anakin cortó las comunicaciones y realizó algunos giros para esquivar disparos, ya que estaba en el espacio y había droides buitre por todas partes.

Anakin avanzó directamente hacia el acorazado de la Federación de Comercio, que tenía forma de esfera, ignorando a los droides, mientras R2D2 emitía sonidos de preocupación cuando los disparos enemigos pasaban cerca de su cabeza.

—Tranquilo R2, estoy usando la Fuerza y a la velocidad a la que vamos tengo mucho margen de maniobra. No necesitamos perder tiempo disparando o evadiendo. Vamos directo hacia el objetivo… —R2 emitió sonidos de angustia.

—R2, sé contar. Ya sé que nos persiguen quince droides buitres porque creen que nos estrellaremos contra su preciosa nave insignia. No te preocupes, tengo un plan. Te aseguro que no nos estrellaremos…

—R2, tampoco nos derribarán. Concéntrate en los escudos, los necesitaremos al girar hacia el hangar. Recibiremos algunos impactos en el último segundo del giro —explicó Anakin.

R2 emitió sonidos de preocupación mientras realizaban giros y los droides buitres se desesperaban aún más, enviando más cazas detrás de él sin atreverse a disparar misiles por temor a que impactaran contra su preciosa nave de mando y causaran más daño que el que Anakin pudiera causar con su pequeño caza.

La persecución duró un minuto y, como Anakin había planeado, en el último segundo se apartó de su maniobra suicida, dejando solo cinco centímetros de separación entre el casco enemigo y su caza, y girando hacia el hangar de los droides buitres que se encontraba a cien metros de distancia. Tres de los veinte droides buitres que lo perseguían, los más cercanos, no pudieron girar a tiempo y se estrellaron detrás de él, provocando algunos cortocircuitos y haciendo que el escudo que protegía el hangar fallara, permitiendo que él entrara sin impedimentos y solo recibiendo unos tres disparos debido al cambio brusco de dirección de vertical a horizontal.

—No, R2, no es un milagro, es la ejecución del Plan Estrella de la Muerte 1. Verás que es muy efectivo y lo usaremos en el futuro —dijo Anakin, ignorando a los droides y las preguntas de R2 sobre más planes suicidas.

Anakin pasó a toda velocidad por los pasillos de la nave hacia la sala de control y los motores centrales, sin dejar lugar a dudas de que los ingenieros que construyeron esta nave carecían de materia gris en la cabeza.

Estas naves tenían escudos internos que podían activarse para evitar invasiones, pero Anakin estaba volando en un caza a una velocidad superior a la del sonido, recorriendo cientos de metros en un segundo. Para cuando los controladores pudieran activar los protocolos adecuados para activar los escudos en su camino, él ya habría entrado y salido dos veces.

Por supuesto, había que ser conscientes de que nadie pensaría que estos pasillos serían utilizados como vía de acceso por un caza supersónico. Eso sería una maniobra imposible para cualquier ser humano. Sin embargo, como ingeniero, siempre se debía tener en cuenta la ley de Murphy, ya que no se puede dar nada por hecho.

Anakin llegó a la sala del motor principal en dos segundos, ya que tuvo que reducir la velocidad desde su entrada. R2 lanzó los misiles mientras Anakin aniquilaba a los controladores con disparos de los cañones bláster para asegurarse de que su camino permaneciera despejado de escudos o barreras.

El caza recibió algunos disparos de los blásters de los B1 que custodiaban el lugar, pero Anakin los ignoró y, después de completar la maniobra de media vuelta para disparar a los controladores, activó el turbo y emprendió su escape. Mientras salía, Anakin volvió a activar la radio.

—Líder rojo a Carne de Cañón. Líder rojo a Carne de Cañón. La Misión Estrella de la Muerte 1 ha sido un éxito. Aléjense de esta chatarra si no quieren ser destruidos en la explosión —advirtió Anakin.

—¿Qué? —preguntó el comandante de la misión con incredulidad—. ¿Cómo…? —Anakin cortó la comunicación mientras salía disparado del hangar enemigo y detrás de él se desataban explosiones en cadena.

Una vez afuera, Anakin no perdió tiempo y, después de realizar algunas piruetas de celebración y varios giros que dejaron a R2 chillando de indignación, él fijó como objetivo el palacio de la reina y regresó al hangar aproximadamente diez minutos después de haberse ido.

Al llegar al hangar, había un par de destructores, pero al destruirse la nave de mando, estaban desactivados.

Anakin salió del caza junto a R2, a quien planeaba sobornar con algunas mejoras y también prometiéndole que serían héroes, para que le ayudara en futuras misiones…

De repente, Anakin se vio levantado en el aire por un escuadrón de pilotos que lo habían seguido hasta allí.

—¡Niño, eres el mejor piloto que he visto en mi vida! —gritó uno de ellos mientras lo lanzaban por el aire.

—¡Bájenme, tengo algo urgente que hacer! —ordenó Anakin con urgencia, y los pilotos lo bajaron, luciendo aturdidos por el tono apremiante de su voz, ya que con la nave de mando destruida, la guerra estaba ganada.

Anakin no explicó nada y corrió hacia el lugar de donde provenía un frío que le recorría la columna vertebral.

Anakin y R2 llegaron a la sala del generador del palacio, otro ingenio de algún ingeniero trastornado, pero Anakin no tenía tiempo de averiguar qué sentido tenía. Justo en ese momento, Qui-Gon fue atravesado por el sable de Maul, a unos cien metros de distancia.

—¡Maldición! —maldijo Anakin, sin poder acercarse debido a que los escudos seguían activos.

Anakin tuvo que esperar mientras Obi-Wan gritaba de impotencia y dolor, esperando su turno para enfrentarse a Maul. Anakin avanzó apenas los escudos se abrieron, logrando recorrer treinta metros antes de que se volvieran a cerrar.

—R2, haz algo —dijo Anakin molesto.

R2 se quejó de que no había ninguna terminal de acceso cerca y cuestionó su juicio al acercarse al peligro estando desarmado. R2 le sugirió huir y dejarle encargarse de todo.

Anakin rodó los ojos y siguió avanzando cuando el escudo se abrió de nuevo. Obi-Wan y Maul no le prestaron atención y continuaron con su encarnizado duelo.

Finalmente, después de tres minutos, Anakin llegó junto a Qui-Gon mientras Obi-Wan partía a Maul por la mitad. Obi-Wan lo miró sorprendido por su repentina llegada, pero en lugar de preguntarle qué hacía allí, él tomó a Qui-Gon en brazos llamándolo con lágrimas en los ojos.

Anakin suspiró. La Fuerza le había advertido en sus meditaciones, al igual que con su madre, a quien solo pudo dejarle una gran cantidad de dinero por si Watto cambiaba de idea y decidía venderla, que él no podía salvar a Qui-Gon. El Jedi simplemente no hacía caso a sus presentimientos y, aunque lo hiciera, Maul seguía allí.

A pesar de todo, había algo que Anakin podía hacer por Qui-Gon, pero decidió esperar a que Obi-Wan se despidiera de él.

—¡Anakin! —dijo Qui-Gon sin fuerzas, y Anakin se apresuró a arrodillarse al otro lado de Obi-Wan—. Anakin, Obi-Wan te entrenará. Él será tu maestro —dijo Qui-Gon con dificultad. Anakin no dijo nada y le tomó la mano.

—Relájate, no te resistas —dijo Anakin, y cerró los ojos para convocar la presencia de la Fuerza como nunca antes lo había hecho, sumergiendo a Qui-Gon en ella. Con todo el poder que la Fuerza le brindaba, Anakin estaba seguro de que una herida como la de Qui-Gon no sería nada. Pero él no tenía ninguna habilidad con la Fuerza, solo tenía a la Fuerza misma. Afortunadamente, Qui-Gon no era un Jedi ordinario y la Fuerza le había ofrecido una salida…

Anakin, sosteniendo la mano de Qui-Gon entre las suyas, sintió como se desvanecían en el aire. Él abrió los ojos y vio a Obi-Wan sosteniendo la ropa de su maestro, pero no había nada más. Este era el segundo camino que la Fuerza le había mostrado, y consistía en ayudar a Qui-Gon a acelerar su viaje hacia la unión con la Fuerza. Ahora solo le quedaba encontrar la forma de comunicarse con él.

Anakin suspiró mientras Obi-Wan miraba las ropas de su maestro sin entender nada. Anakin intentó levantarse, pero el mundo comenzó a dar vueltas y todo se volvió negro.

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