Hace 10 años:
La luz del sol mañanero filtraba a través de las hojas del árbol, creando un mosaico de sombras a mi alrededor y abrazando mi rostro con calor. El viento acariciaba mi faz gentilmente y movía el follaje generando una agradable melodía natural. El cántico agudo de los pájaros resonaba por toda el área, añadiendo a la banda de agradables sonidos tocando para mí.
Mis parpados estaban cerrados, tomando una siesta en el antiguo árbol de mi pueblo. Mi espalda recostada en el tronco sentía aquella textura áspera que tanto adoraba, y mis piernas percibían el cosquilleo de la grama.
Al prestar aun más atención con mi sentido auditivo, escuchaba a los granjeros arando la tierra. La época de sembrado acababa de arribar, todos los adultos trabajaban duro para alimentar a nuestro poblado.
-¡Nada es mejor que tomar una siesta mañanera! -pensé para mí mismo-.
Esto es perfecto, no existe sensación mejor que relajarse y hacer el vago. Lamentablemente mi momento de ensueño no dudaría demasiado.
-¡Oye! ¿Dónde estás? -escuché un chirrido a lo lejos-.
No necesitaba oír más para saber de quién se trataba, aquella voz chillona y aguda tan distinguible, el sonido de esos pasos torpes y descoordinados que serían reconocibles incluso a mil metros de distancia, y esos jadeos realizados al correr que podrían despertar incluso a la persona más profundamente dormida de este mundo.
-¡Buf! ¡Buf! ¡Buf! ¡Déjame coger un aliento! -la figura en frente mío bufaba como si no hubiese un mañana-.
¡Qué niño más patético! Tanta debilidad dentro de una persona, casi y no puede pararse por sí mismo. Toda la vida ha sido así, un endeble que ha necesitado de trato especial por todos los adultos. ¡No puedo creer que compartamos sangre y rostro!
-¡Hermano! ¡Nuestra madre está llamándote, sabes que no puedes escaparte así! -pronunció después de tomar aire-.
-¡Tch! ¡Yo hago lo que quiera, Lucian! -respondí algo enfadado-.
Mi hermano gemelo acababa de interrumpir mi descanso para ir a trabajar a los campos y ayudar a los mayores con la siembra. ¿Por qué querría yo hacer eso? Matarme bajo el sol como un burro no entraba dentro de mis planes.
-Mamá se va a enfadar contigo si no vienes -añadió mi tonto hermano-.
-¡Cómo si me importara, dile a mamá que no voy a trabajar!
Un poderoso y estruendoso diálogo apareció en el horizonte:
-¡¿QUÉ NO VAS A QUÉÉÉÉÉ?!
Ese tono amenazante me era muy familiar, ¡ahora sí la había embarrado! ¡El miedo empezó a recorrer todo mi cuerpo, yo sabía muy bien lo que me esperaba ahora!
Mi madre empezó a correr hacia mi dirección con un pequeño palo de madera en mano, su careto demostraba furia. Humo salía de sus orejas mientras se acercaba a mí.
-¡No! ¡Mamá, no es lo que crees! -traté de explicar rápidamente y nervioso-.
Pero ya era muy tarde. En un movimiento veloz, envolvió su brazo izquierdo alrededor de mi panza y me levantó con mis glúteos apuntando al cielo. Seguidamente levantó el palo con su mano derecha y me azotó el trasero con gran fuerza.
-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! -gritaba de dolor ante los golpes en mis posaderas-.
Lucian me miraba con una expresión de simpatía, él no desearía ni a sus peores enemigos la golpiza que estaba recibiendo en ese momento. El dolor de cada impacto recorría mis pompis y el ardor era insoportable.
Finalmente, después de unos segundos mi madre decidió liberarme de su agarre y plantarme en el piso.
-¡Repíteme de nuevo lo que acabas de decir! -habló con voz dominante y aterradora-.
-Yo... ¡Yo dije que voy a trabajar duro, mami! -respondí con voz temblorosa y ansiosa-.
Mi hermanito comenzó a soltar carcajadas ante mi situación, y sin más opción caminé con punzadas de dolor en mis nalgas a los terrenos agrícolas junto a mi hermano y mi madre.
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Con un viento frío como hielo en el pecho, abrí mis ojos cafés. Me encontraba recostado en un árbol. Un árbol no familiar, un árbol completamente diferente. No existía aquella rugosidad habitual, ni el canto de las aves tan reconocido. Eran cánticos graves de pájaros desconocidos que creaban ruido junto a la ventisca que agitaba el folio.
El sol mañanero escupía su luz por todo el campo e inundaba mi cara de su molesto calor insolente, mientras mi sentido auditivo solo podía reconocer los gruñidos de los animales salvajes provenientes de las profundidades del espeso bosque.
Procedí a levantarme de mi descanso. Apoyé mis manos en el suelo y comencé a incorporarme. Mi espada de hierro zumbaba metálicamente al chocar contra su propia vaina y mi armadura crujía mientras me ponía de pie.
-¡Tch! Mi mente está jugando conmigo -pensé para mis adentros algo irritado-.
Acababa de soñar con un fragmento de mi pasado. Uno de hace diez años que me trae sentimientos de felicidad y amargura.
Comencé a seguir mi camino por la densa arboleda. Necesitaba llegar a un poblado lo antes posible para comer comida deliciosa, descansar correctamente, abastecerme para mi próximo viaje y obtener información.
La tierra tronaba ante mis pasos con mis botas de titanio al caminar, dejaba huellas muy marcadas en el barro mientras avanzaba por la foresta.
-¡Ahhhhhh! -escuché un aterrado alarido a la distancia-.
Las aves se espantaron con tal estruendoso y desgarrador grito, y salieron volando de la copa de los árboles mientras trinaban.
-¿Qué rayos fue eso? -pregunté para mí mismo-.
A paso lento fui acercándome a la causa de tal lamento, evitaba la vegetación a mi alrededor mientras marchaba en busca de la persona causante de tal vocifero. Aquellos matorrales y ramas que se interponían en mi camino eran cortados por el filo de mi hoja.
Finalmente, arribé al sitio indicado tras mirar detrás de un árbol. La cautela es lo que marca a un hombre: observé la situación desde detrás del tronco para obtener conocimiento del escenario.
-¡Por favor! ¡No me mates! -un muchacho chillaba suplicando por su vida de rodillas-.
En frente de él se encontraban dos adultos con pinta de bandidos. Tenían el pecho al descubierto, algún tipo de riñonera y unos pantalones marrones sucios y apretados. Uno de los ladrones era calvo, contaba con una cicatriz gigante en su nariz y músculos destacables; el otro delincuente mantenía un pelaje negro y una cicatriz de cortadura en los pectorales.
Unos metros alejado de estas personas se hallaba un carruaje destruido y varios cadáveres repartidos en el suelo. Parece que estos rufianes ejecutaron a todas las personas de la carroza.
Pero lo más destacable de la escena en ese instante eran las armas que ambos malhechores agarraban. Sostenían sables que intimidarían a cualquier persona. No es de extrañar que el chico sobreviviente de la masacre en el piso estuviese tan asustado.
-¡Bale! ¡Terminemos el trabajo de una vez! ¡No podemos dejar testigos! -ordenó el criminal pelón al otro con tono amenazante-.
-¡No, por favor! ¡Haré lo que ustedes quieran, solo no me maten! -exclamó el joven de manera desesperada intentando persuadir a los forajidos-.
-¡Mala suerte que tu vehículo se atravesó en nuestro camino, pequeño renacuajo! -habló el bandido con cabellos negros-.
Después de decir esto, pisoteó con su pierna derecha al muchacho en el piso. Pequeños quejidos empezaron a salir de su boca, llantos de lamento ante su destino de muerte. O al menos eso parecía a simple vista.
El chico aprovechó las pisoteadas de su futuro asesino y usó como distracción sus sollozos para cuidadosamente sacar una pequeña navaja de su chamarra.
¡Las ganas de vivir y sobrevivir de este joven son dignas de admirar! Ya que negociar no funcionó, piensa pelear con todas sus fuerzas para lograr ver la luz de otro día. Todo a pesar de que parece un esfuerzo inútil.
Este muchacho tiene más agallas de las que le atribuí al principio.
Sin embargo, no importa que tanto deseo de sobrevivir tenga él, eso no basta para ser capaz de derrotar a ambos malhechores. Si ataca con la navaja va a morir.
-¿¡Qué pasa!? ¿¡Ya te cansaste de llorar!? -se burló el ladrón-. ¡Supongo que entonces acabaré con tu miseria!
El villano alzó su sable con todas sus fuerzas hacia el cielo, preparaba su estoque para atravesar a su presa. Empezó a cargar con sus músculos hacia abajo, intentando que el arma metálica se dejase caer encima de la corporalidad del joven.
Pero justo en ese momento el mozo alzó la mirada con una determinación impresionante, estaba listo para utilizar su pequeño filo para enfrascarse en una pelea de increíble magnitud. ¡No importaba nada en ese momento, si iba a morir sería peleando hasta su último aliento!
Para la sorpresa de todas las personas presentes en aquel instante, la cimitarra del maleante chocó contra acero. El sonido retumbó por todo el bosque, un chirrido ferroso que resonó debido al impacto.
Fue mi armadura. Me interpuse entre el arma del ladrón y el chico.
-¿¡Quién demonios eres tú!? -cuestionó el forajido-.
Pude sentir los ojos atónitos del muchacho detrás mío. Nunca esperó la aparición de alguien que saldría a socorrerle.