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Chapter 230 - Capítulo 74: El Disfraz de Janet

La caída fue más una liberación que un impacto. Cuando Hitomi Valmorth llegó a Vancouver, Canadá, no lo hizo con un plan elaborado, sino con la urgencia desesperada de quien escapa de un incendio inminente. El aire frío de la costa oeste la recibió, un contraste gélido con el ambiente denso y opresivo de la mansión Valmorth.

No había mirado atrás. Su mochila, sorprendentemente ligera para lo que contenía, era su único equipaje. Dentro, cuidadosamente ocultos entre algunas prendas de ropa básica, llevaba los millones de euros que, con una previsión inusual para alguien tan joven, había logrado sustraer de una de las cuentas menos supervisadas de su familia.

No era un robo, sino una especie de impuesto a su propia liberación, un fondo de supervivencia para una vida que nunca había imaginado vivir.

Su primer objetivo fue desaparecer. La distintiva cabellera blanca, el sello inconfundible de su linaje Valmorth, era una condena a la visibilidad. Encontró una peluquería modesta, de esas donde el olor a productos químicos es tan fuerte como el chismorreo local, y se sentó en la silla con una determinación fría. La estilista, una mujer robusta con los brazos tatuados, la miró con curiosidad.

—¿Qué te apetece, cariño? Ese blanco es… llamativo —comentó la estilista, su voz arrastrada.

Hitomi la miró a través del espejo, la fatiga velando sus ojos.

—Córtalo —dijo, su voz apenas un susurro, pero firme—. Todo. Y píntalo de negro. Lo más oscuro que tengas.

Las tijeras crujieron, los mechones blancos cayeron al suelo como pequeños copos de nieve sucios, y la imagen de Hitomi Valmorth, la hija de la Matriarca, comenzó a desvanecerse. Horas después, se miró al espejo: un corte sencillo, un bob oscuro que enmarcaba su rostro ahora más anónimo. Era una máscara efectiva, un disfraz para la nueva vida que intentaba forjarse. Se hizo llamar Janet. Janet, un nombre común, sin resonancia, perfecto para la invisibilidad.

Con los millones en un banco seguro (ocultos bajo diversas identidades falsas y transacciones complejas que solo un Valmorth podría haber ejecutado), Janet se propuso vivir como una persona normal. La idea era ajena, casi ridícula, pero necesaria. Alquiló un pequeño apartamento en un barrio tranquilo, lejos del bullicio del centro.

Caminaba por los supermercados, aprendiendo los precios, los hábitos, las pequeñas banalidades de la vida cotidiana. Fue un shock cultural, un universo de detalles insignificantes que nunca había necesitado comprender.

No quería llamar la atención con el dinero, así que decidió buscar un trabajo. Un día, mientras paseaba por las calles secundarias, vio un cartel de "Se busca personal" en la ventana de una cafetería acogedora pero concurrida.

Era un lugar sin pretensiones, con el aroma constante a café recién hecho y pasteles dulces. Se presentó, inventó una historia simple sobre ser una estudiante que necesitaba ingresos, y para su sorpresa, fue contratada.

Allí conoció a Brenda. Brenda era la vida misma de la cafetería, una mujer de mediana edad con un peinado desordenado y un corazón tan grande como sus risas. Hablaba sin parar, sobre sus gatos, sobre los clientes, sobre las noticias del día. Para Hitomi, ahora Janet, Brenda era una ventana a la normalidad, una fuente inagotable de ruido y vida que la ayudaba a olvidar el silencio opresivo de su pasado.

Una tarde, mientras la cafetería estaba tranquila y ellas pulían la barra, Brenda tarareaba una canción mientras miraba las noticias en el pequeño televisor de la esquina. De repente, su tarareo se detuvo.

—¡Vaya, vaya! —exclamó Brenda, apuntando con el trapo húmedo a la pantalla—. Míralo otra vez. Es ese tipo, el que te mencioné el otro día. Ryuusei.

Hitomi, que estaba organizando tazas, se detuvo. Su corazón dio un vuelco. Kisaragi Ryuusei. El nombre que se había incrustado en su mente desde que lo escuchó por primera vez.

—¿Qué pasa con él? —preguntó Hitomi, intentando que su voz sonara casual, pero sintiendo la tensión en sus hombros.

—Están hablando de él otra vez —explicó Brenda, con una pizca de asombro en su voz—. Dicen que... que los gobiernos de Canadá y Rusia confían en él para la seguridad de ciertas zonas. ¡Eso es una locura, ¿verdad?! ¿Un tipo que parece un adolescente dirigiendo la defensa de países enteros? Es una locura lo que el mundo está permitiendo.

Hitomi frunció el ceño. La idea de que los gobiernos confiaran en individuos con poderes para la seguridad era ajena a la mentalidad de los Valmorth, que solo conocían la conquista y el control.

—¿Y dónde está ahora? —preguntó Hitomi, su curiosidad superando la cautela.

Brenda se encogió de hombros, con una sonrisa de incredulidad.

—Pues según el noticiero, y los rumores en línea... Parece que este tipo, Ryuusei, se la pasa en los Bosques de Alberta. Dicen que tiene un santuario, una especie de base secreta. Algo sobre un lugar donde la naturaleza es primordial y sus poderes se fortalecen. ¡Quién sabe si es verdad! Con estos "héroes" y sus leyendas... Pero cada vez más gente con habilidades parece ir para allá, como si fuera una peregrinación. Los llaman los "seguidores del dragón".

Las palabras de Brenda resonaron en la mente de Hitomi como campanas. Los Bosques de Alberta. No un rastro vago, sino una ubicación específica, aunque vasta. Un santuario. Un lugar donde los poderes se fortalecían.

Eso la intrigó más allá de la simple curiosidad. Si Ryuusei realmente se encontraba en un lugar así, rodeado de una red de apoyo y de otros "dotados", quizás era el lugar donde ella debía estar. Un atisbo de esperanza brilló en la oscuridad de su exilio.

Sentía la Lanza de la Aurora, su arma ancestral, vibrar suavemente en su mano, como si respondiera a la mención del nombre de Ryuusei, atrayéndola hacia el lejano bosque. La decisión, que había estado latente, comenzó a solidificarse en su mente. Tenía que ir a Alberta.

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