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Chapter 228 - Capítulo 72: La Lección Nocturna de la Matriarca

La imponente mansión Valmorth, una fortaleza de lujo y secretos, se sumió en un silencio tenso tras la intensa reunión de la sala de estrategia. Laila Valmorth, la Matriarca, se retiró a sus aposentos, donde la opulencia y el orden reflejaban su propia psique controladora. Con movimientos fluidos, se despojó de sus ropajes formales, reemplazándolos por una fina bata de seda color medianoche, adecuada para el descanso. Sin embargo, el sueño estaba lejos de su mente. En lugar de ello, se sentó en un sillón de terciopelo, la luz tenue de una lámpara de lectura iluminando las páginas de viejos tomos.

Eran libros sobre linajes ancestrales, tácticas militares y, ocasionalmente, textos arcanos que solo los Valmorth se atrevían a estudiar. Las horas se deslizaron, el conocimiento se absorbía, pero la imagen de John, desafiante y petulante, se negaba a disiparse de su mente.

Cuando el reloj de la torre marcó la una de la madrugada, Laila se levantó. Su rostro, iluminado por la luz de la luna que se filtraba por la ventana, era una máscara de fría determinación. El momento de la confrontación con su hijo había llegado.

Sus pasos por el largo corredor eran silenciosos, apenas un susurro sobre la lujosa alfombra, cada uno acercándola a la puerta del dormitorio de John. No llamó con la urgencia de una madre preocupada, sino con la autoridad de una soberana.

—John —dijo Laila, su voz, aunque apenas por encima de un susurro, resonó con una claridad escalofriante en el silencio de la noche—. ¿Estás dormido?

Un gruñido ahogado salió del interior de la habitación. Luego, la voz de John, con un matiz de sorpresa y fastidio, respondió.

—¿Madre? No, no estoy dormido. Pasa, supongo.

La puerta se abrió sin ruido, revelando la oscuridad casi total de la habitación, solo interrumpida por la débil luz de las pantallas electrónicas que John había dejado encendidas, proyectando sombras fantasmales. Laila entró, su figura una silueta imponente en el umbral, el aura de su poder llenando el espacio. Se detuvo a los pies de la cama de John, donde él estaba recostado, mirando al techo.

—Necesitamos hablar, John —dijo Laila, su voz carecía de calidez, pero portaba una seriedad innegable—. Y necesito que te tomes esto con la seriedad que amerita. Ya tienes diecinueve años. Es hora de que actúes como un Valmorth, no como un niño caprichoso.

John, que se había incorporado ligeramente al ver a su madre, sintió cómo la familiar irritación y resentimiento se acumulaban en su pecho. El whisky, la humillación del castigo y el peso de su propia mediocridad lo empujaron al límite. Esta era su oportunidad, en la intimidad de su habitación, de lanzar las verdades que lo asfixiaban.

—¿Serio, madre? ¿Serio conmigo? —John se levantó de la cama, enfrentando a su madre, su voz cargada de ira contenida—. ¿Tú me pides seriedad? ¡Por favor! ¡Tú eres la lunática obsesionada con la sangre pura, con el poder por el poder! ¡Eres una psicópata que disfruta viendo cómo la gente sufre! ¡Consíguete un nuevo novio, o un hobby que no implique destrozar familias, por el amor de Dios! ¡Quizás así dejes de ser una maldita tirana!

La réplica de John, cruda y brutal, fue un golpe directo. Laila, que había entrado con la intención de tener una conversación "tranquila" (a su manera), sintió cómo una furia incontrolable se encendía en su interior. La expresión de su rostro se transformó, sus facciones se tensaron y sus ojos carmesí brillaron con una intensidad letal. Había cruzado una línea.

Sin mediar palabra, los poderes telepáticos de Laila se manifestaron con una furia silenciosa. John sintió cómo una fuerza invisible, pero poderosa, lo aferraba por el cuello, levantándolo del suelo. Sus pies quedaron suspendidos en el aire, sus manos se aferraron instintivamente a su garganta, intentando liberarse del agarre. El aire se le escapaba de los pulmones.

—¡Vago de mierda! —siseó Laila, su voz era un susurro helado, cargado de veneno, mientras su hijo se debatía inútilmente en el aire—. ¡Hombre de paja! ¡Eres un mujeriego patético, un inútil que solo sabe emborracharse y arrastrarse por las faldas de cualquier mujer que se le cruce! ¡Y estoy segura de que habrás dejado hijos tirados por ahí, sin ni siquiera saberlo! ¡Si alguna vez, alguna vez, una mujer aparece en la puerta de esta mansión con un niño en la mano, un bastardo tuyo, te juro que los mataré a ambos en ese mismo instante, con mis propias manos! ¡Delante de ti! ¡Para que aprendas lo que es la vergüenza y la vergüenza de tu propia debilidad!

Con una liberación brusca, Laila dejó caer a John. Su cuerpo golpeó el suelo con un ruido sordo, y él se quedó allí, tosiendo y jadeando, tratando de recuperar el aliento, con los ojos llorosos por la falta de oxígeno y el terror que ahora sentía.

Laila lo miró con desdén, su expresión nuevamente bajo control, pero la frialdad era más intensa que antes. El tono de su voz cambió, un matiz casi distante, pero con un filo cortante.

—Cuando yo era pequeña —comenzó Laila, su voz narrando un pasado que John nunca había escuchado—, mi padre me educó estrictamente. No había lugar para las debilidades, para las emociones. Cada día era una prueba. Cada error, una lección dolorosa. Y para completar mi entrenamiento, para ascender al verdadero poder de los Valmorth, para que mi propia arma ancestral naciera... tuve que hacer lo que se me ordenó. Tuve que matar a mi propio hermano, mi propio hermano de sangre.

John, aún en el suelo, con los ojos llorosos y la garganta adolorida, se incorporó lentamente, atónito por la confesión. Nunca había imaginado el origen del poder de su madre. La furia y el dolor se mezclaron con un atisbo de comprensión, pero solo un atisbo.

—¡Por qué me odias tanto! —gritó John, el dolor en su voz era palpable, las lágrimas corrían libremente por su rostro—. ¿Por qué nunca me abrazaste? ¿Por qué nunca me acariciabas? ¡Siempre fue así, desde el principio! ¡Desde que tengo memoria! ¡Nunca me recogías del colegio! ¡Siempre era Yulisa, la sirvienta, la que venía por mí! ¡Dime por qué eres así conmigo! ¡¿Por qué?!

John se desplomó de nuevo, sollozando sin control, la frustración y la agonía de una vida de rechazo estallando finalmente.

—¿Por qué eres así conmigo? —repitió, su voz rota por el llanto.

Laila lo observó, una expresión en su rostro que podría haber sido de incomprensión o, más probablemente, de una indiferencia entrenada. No había calidez en sus ojos, no había consuelo.

—Hasta que no hagas algo bien con tu vida, John —dijo Laila, su voz tan plana como el mármol, desprovista de cualquier emoción—, algo que demuestre que eres digno del nombre Valmorth... tal vez entonces te felicite. Me decepcionas, John. ¿Qué estaría diciendo tu padre ahora mismo? Y que en paz descanse.

Con esas palabras finales, un golpe aún más cruel que el ahogamiento o el insulto, Laila Valmorth se dio la vuelta. Sin una mirada más, sin una pizca de compasión, se dirigió a la puerta.

—¡TE ODIOOOOOO! —gritó John con todas sus fuerzas, su voz desgarrada por la desesperación y el resentimiento, mientras Laila se alejaba—. ¡TE ODIOOOO! ¡Maldita sea! ¡Un día, un día yo voy a comandar esta familia Valmorth! ¡Más que la puta de Hitomi! ¡Ya verás!

Laila se detuvo en el umbral, su espalda erguida. No se giró, no respondió. Solo un imperceptible y frío soplo de aire pareció moverse en el pasillo. Luego, continuó su camino, dejando a John solo en la oscuridad de su habitación, con el corazón destrozado y el juramento de un odio y una ambición aún mayores retumbando en el silencio.

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