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Chapter 184 - Capítulo 28: La Marcha Hacia el Este

El bullicio de la base temporal en Alberta contrastaba bruscamente con la quietud del bosque circundante donde Nora permanecía oculta. Era un sonido de miles de hombres y máquinas preparándose para la guerra: el traqueteo de las cadenas de los tanques, el rugido de los motores de los camiones, las voces de mando amplificadas, el zumbido constante de la energía. Pero antes de sumergirse por completo en el torbellino de la operación, Ryuusei hizo una última pausa personal.

Se apartó del ajetreo, caminando hacia el perímetro que bordeaba el bosque, hacia donde sentía la vasta y tranquila presencia de Nora. No entró en ella, ese no era su camino ahora. Simplemente se detuvo cerca de la entrada camuflada, tocando la corteza rugosa y viva de un árbol antiguo conectado a su caparazón. Cerró los ojos, sintiendo la resonancia que se había fortalecido tras la comunicación. La presencia vasta y antigua de la Guardiana llenó su mente.

—Nora —susurró Ryuusei, su voz baja, cargada de una gratitud inusual en él. Había sentido su sabiduría, había comprendido más de sí mismo y de sus poderes gracias a ella. Ahora, podía incluso sentir la capacidad latente de controlar su tamaño a través de su vínculo—. Gracias. Por el conocimiento. Por la conexión. Por ser… nuestro ancla.

Mantuvo la mano sobre la corteza por un momento, sintiendo la vida tranquila y vasta bajo sus dedos. Luego, con la determinación forjada en el dolor y el propósito, hizo la promesa.

—Volveré —dijo, su voz firme, proyectando su voluntad hacia la gigante dormida—. En unas semanas. Con la victoria.

La respuesta de Nora no fue audible, sino una sensación: un suave temblor en la tierra bajo sus pies, una ola de calidez a través de su conexión, como un asentimiento silencioso de la Guardiana. Él lo sintió. Su base estaría esperando.

De vuelta en la base, el plan "real" se ponía en marcha. Las fases de preparación habían concluido. Ahora venía la ejecución. Ryuusei, con Kaira a su lado como el cerebro operativo y la interfaz con el alto mando canadiense, supervisaba los momentos finales. La magnitud de la fuerza era impresionante: miles de vehículos, artillería, personal y, crucialmente, una flota de transporte aéreo estratégico alineada en las pistas de aterrizaje temporales.

Kaira, con su control telepático sutil y su intelecto analítico, impartía las órdenes finales a los Generales canadienses, asegurando que la logística masiva funcionara sin problemas. El Presidente, en un alojamiento seguro dentro del puesto de mando principal, cumplía su rol como figura de autoridad, autenticando las órdenes bajo la vigilancia discreta de Bradley.

En un momento de relativa calma en medio del caos controlado, Ryuusei se dirigió a Kaira.

—Kaira —dijo Ryuusei, observando el movimiento incesante de las tropas—. Hemos cruzado medio continente con un ejército tan grande. Una anomalía en cualquier país. ¿Por qué no hemos visto resistencia significativa de héroes? ¿Metahumanos canadienses? Sé que existen. Lo confirmaste en Ottawa.

Kaira, sin apartar la vista de los mapas holográficos, respondió con su eficiencia habitual. —Sí, joven amo. Existen. Como en la mayoría de las naciones del G7, hay individuos con habilidades. Algunas agencias operativas a nivel nacional.

Explicó por qué no habían sido un obstáculo. —Nuestra historia de cobertura (misión humanitaria/estabilización en Europa del Este) ha sido efectiva. Los canales de comunicación controlados por el Presidente han limitado la información que llega a esas agencias. Cualquier intento de investigación local de movimientos inusuales fue desviado sutilmente. Su gobierno, ahora cooperativo bajo influencia, ha asegurado que se mantengan al margen, creyendo que es una operación militar clasificada que no les compete directamente, o que maneja amenazas de forma convencional.

Hizo una pausa, su voz adquirió un matiz estratégico. —Por ahora, no son una amenaza directa para el convoy en movimiento. Están desinformados o intencionadamente apartados. Pero su potencial de interferencia aumenta a medida que nos acerquemos a áreas de alto perfil o si nuestra fachada colapsa. Siguen siendo una variable a monitorizar.

Ryuusei aceptó la respuesta pragmática. Un peligro potencial contenido, por ahora. El foco estaba en el objetivo inmediato.

Ryuusei (a través de Kaira) presentó el plan de ataque al mando canadiense. La misión era clara al acercarse a la frontera rusa: un ataque por sorpresa contra las fuerzas japonesas que habían ocupado territorio en el extremo oriental de Rusia.

—Utilizaremos la escala y la sorpresa a nuestro favor —explicó Kaira, con la autoridad fría de Ryuusei respaldándola—. Los transportes aéreos insertarán fuerzas de asalto en puntos clave más allá de las líneas del frente esperadas por el enemigo. Las columnas terrestres avanzarán para dar apoyo y asegurar el terreno.

La misión principal: Ahuyentar, repeler, hacer retroceder a las fuerzas japonesas de la región objetivo. No una invasión total inicial, sino un golpe táctico para desestabilizar su control, crear un punto de apoyo y demostrar que el territorio ruso no sería cedido fácilmente. Era un primer paso agresivo para cambiar el equilibrio de fuerzas en la región.

Con las órdenes finales dadas, la vasta maquinaria militar comenzó a moverse. El rugido de miles de motores se intensificó hasta convertirse en un trueno constante. Los vehículos abandonaron el área de la base temporal, formándose en columnas masivas que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Aviones de transporte despegaban con ruidos ensordecedores.

Era la marcha masiva hacia el este. El ejército canadiense, ahora transformado en el vehículo logístico de Operación Kisaragi, avanzaba.

Los miembros clave de la operación estaban integrados en el movimiento. Ryuusei viajaba en un vehículo de mando central con Kaira y Bradley. Kaira era el centro de operaciones, monitoreando comunicaciones y logística. Bradley aseguraba su seguridad y la del Presidente (que viajaba en un vehículo separado pero bajo vigilancia constante).

Aiko y Volkhov se habían integrado con unidades de asalto de élite, sus habilidades de combate perfeccionadas listas para el despliegue inicial. Arkadi viajaba en un vehículo de mando secundario, observando todo con su mezcla de asombro y contemplación mística, quizás sintiendo los ecos de la tierra bajo los miles de toneladas de acero en movimiento. Los 8 miembros entrenados estaban distribuidos en unidades clave, sus poderes listos para ser utilizados en apoyo táctico, su lealtad al equipo de Ryuusei inquebrantable.

A medida que el vasto convoy ganaba velocidad, alejándose del Bosque de Alberta y dejando atrás a la Guardiana Dormida (que había prometido esperar), la realidad de la operación se hizo inmensa. La marcha hacia el este había comenzado en serio. Hacia la frontera. Hacia el conflicto con Japón. El plan, gestado en las sombras, se desplegaba ahora a la luz (y el polvo) de la logística militar a gran escala.

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