El constante traqueteo del convoy militar, un sonido monótono que se había convertido en la banda sonora de su viaje transcontinental, resonaba en el interior del vehículo de mando. Kilómetros de Canadá desfilaban ante la ventana, un paisaje que cambiaba gradualmente de llanuras a colinas ondulantes y, finalmente, de vuelta a la promesa de los bosques boreales a medida que se acercaban a Alberta. Para Ryuusei, sin embargo, el paisaje exterior era una distracción menor. Su mente estaba en Nora.
Desde la conversación con Arkadi, la verdad sobre la Tortuga Viviente (que no era una tortuga, sino una montaña viviente dormida) había ocupado sus pensamientos. Durante los momentos de quietud, en las paradas o al final del día, Ryuusei intentaba conectarse con ella. Meditaba, enfocaba su aura, su voluntad, buscando sentir esa conciencia vasta y latente que Arkadi describió.
Pero sentía… nada. O casi nada. La conexión activa, la capacidad de sentir la magnitud de ese ser dormido, de percibir su forma más allá del caparazón visible, se sentía perdida o inalcanzable. Era como si una puerta se hubiera cerrado. Una frustración sutil lo carcomía. ¿Por qué ahora, cuando sabía la verdad, no podía sentirla como quizás lo había hecho de forma inconsciente antes? La Red Desatada de mentes humanas era ruidosa y compleja, pero la mente dormida de Nora era un silencio insondable al que no podía acceder a voluntad.
Pero luego llegaba la noche. Al retirarse a descansar en su alojamiento discreto dentro del convoy o la base temporal, a medida que la conciencia se desvanecía en el sueño, todo cambiaba. El silencio se llenaba de una presencia pasiva pero inconfundible. Una sensación de calor reconfortante. Una seguridad que no provenía de muros físicos o guardias. Y un claro, aunque silencioso, cariño que lo envolvía. Era Nora. Aunque vastamente dormida, su afecto hacia él y los que albergaba era inconfundible. Sucedía cada vez que se iba a dormir, una confirmación recurrente de la naturaleza sentiente de su base y de su peculiar relación con ella. Era un consuelo inesperado que contrastaba con su incapacidad para conectar activamente.
Días y semanas pasaron en esta rutina de viaje, planificación, control sutil de un ejército, intentos de conexión fallidos despierto, y el consuelo afectuoso de Nora al dormir. El convoy se acercaba a Alberta. La siguiente fase estaba lista.
Y uno de esos días, en un momento en que Ryuusei se encontraba a solas en su alojamiento temporal, sucedió. Sin aviso, sin sonido, sin un cambio en el aire. Simplemente estaba allí.
La figura imponente, de más de tres metros de altura, materializándose de la nada. Musculosa, con una presencia que emanaba una calma y un poder antiguos. El Heraldo Titán. Snow.
Ryuusei, a pesar de su propia velocidad de reacción sobrehumana, no se movió. Reconoció a Snow. Había aparecido ante él antes, siempre en momentos clave, ofreciendo guía o conocimiento.
—Ryuusei —la voz de Snow era profunda, resonando en el espacio limitado, pero extrañamente suave. No era una voz que impusiera, sino que simplemente era.
Ryuusei lo miró, sus ojos enmascarados fijos en la figura del Titán. —¿Snow? ¿Ahora qué?
—Has logrado lo que te propusiste —dijo Snow, su mirada parecía penetrar la máscara de Ryuusei—. La fase logística está en marcha. El ejército está contigo. Tu equipo ha avanzado en su entrenamiento gracias a ti.
Hubo una pausa. Snow dio un pequeño paso, y a pesar de su tamaño, su movimiento fue silencioso.
—Ahora… es tu turno —anunció Snow. La frase no era una pregunta ni una sugerencia. Era una declaración de hecho—. Tu entrenamiento comienza.
Ryuusei se quedó inmóvil. Su propio entrenamiento. El siguiente nivel. La idea era potente, abrumadora. Pero también estaba la pregunta persistente. La pregunta que le había rondado desde que Snow apareció por primera vez. Y ahora, en este momento crucial, decidió hacerla.
—¿Quién eres tú, Snow? —preguntó Ryuusei, su voz era firme, exigiendo respuestas. El enmascarado líder de marginados preguntando la identidad de su enigmático mentor—. ¿De dónde vienes? ¿Por qué me sigues? ¿Por qué me ayudas? Por qué… ¿por qué te importa lo que me pase?
Snow lo miró, y por un momento, la inescrutabilidad de su rostro pareció suavizarse ligeramente. Comprendió la necesidad de Ryuusei de saber. Especialmente ahora que su propio camino estaba a punto de volverse mucho más desafiante.
—Soy un Heraldo Titán —respondió Snow, confirmando una sospecha latente. La sangre de Ryuusei, ligada a los Heraldos, sintió una resonancia con esas palabras. Un tipo diferente de Heraldo que los que él había conocido.
—Y fui enviado por… Lara —continuó Snow, pronunciando el nombre de la mujer que había profetizado el futuro de Ryuusei y le había arrojado un mapa hacia Nora.
Ryuusei sintió una punzada de conflicto. Lara. La líder que representaba el orden que él destruyó. ¿Por qué alguien enviado por ella lo ayudaría? —¿Lara te envió? ¿Por qué? ¿Para… para recuperarme?
—No para recuperarte —negó Snow. Su voz era tranquila, inquebrantable—. Para protegerte. Y para prepararte. Mi propósito es vigilarte. Ayudarte si estás en peligro. Y entrenarte cuando… cuando estés listo para lo que viene.
Snow dio otro pequeño paso, acercándose a Ryuusei. —Lara vio un futuro, Ryuusei. No solo el tuyo. El futuro de este mundo. Vio tu potencial. Vio los desafíos que enfrentarás. Ella cree… cree firmemente que puedes convertirte en el guerrero más legendario que la humanidad haya visto. Pero también vio… que sufrirás mucho. Vio la Guerra de los Rebeldes, el ser del espacio, la chica que será más fuerte que tú, los hijos que podrían tener… Vio la Guerra del Castigo Divino con los dragones.
Snow lo miró directamente, y a pesar de la máscara de Ryuusei, parecía ver su alma. —Ella sabe que para enfrentar ese destino… para tener una oportunidad… necesitas un poder que va más allá de lo que tienes ahora. Una comprensión más profunda. Y yo… fui encargado de asegurarme de que tengas esa oportunidad. De que tengas la fuerza necesaria.
Conectó la revelación directamente al presente. —Estás listo ahora porque has demostrado liderazgo, has reunido a tu equipo, has asegurado los medios logísticos. La siguiente fase de tu camino es la confrontación directa a una escala mayor. Y para eso, necesitas ese entrenamiento. Un poder para el futuro que Lara vio.
Ryuusei asimiló la avalancha de información. Heraldo Titán. Lara. Una misión predestinada. Profecías. Sufrimiento futuro. Poder legendario. Era una carga inmensa, un destino que no había elegido, pero que, al parecer, había sido visto. La idea de ser guiado por alguien enviado por su antigua "familia" contra la que se rebeló era conflictiva. ¿Era una manipulación de Lara? ¿O una ayuda genuina basada en una visión más amplia?
—¿Un destino… visto?—preguntó Ryuusei, su voz mostraba la lucha interna.
—Un potencial—corrigió Snow—. Un futuro posible. Depende de ti. El entrenamiento te dará la fuerza. Las decisiones… son tuyas.
Snow asintió, dando por terminada la parte de la conversación. El origen revelado. La misión clara. El entrenamiento anunciado. Su presencia se volvió más intensa.
—Comenzaremos ahora—dijo Snow.