La vastedad de Canadá se extendía ante ellos, un tapiz interminable de bosques, lagos y llanuras que pasaba a un ritmo implacable, cortesía de la inmensa fuerza militar que ahora era su vehículo. Kilómetros y kilómetros cubiertos cada día. La vida dentro del convoy se había vuelto una rutina extraña: el ronroneo constante de los motores, las conversaciones monótonas de los soldados (la mayoría bajo influencia o simplemente adormecidos por la monotonía y la extrañeza de sus órdenes), las paradas planificadas y el constante estado de movimiento.
Kaira seguía siendo el cerebro operativo, trabajando incansablemente con el alto mando canadiense bajo su influencia. Bradley permanecía como su sombra y protector. Aiko y Volkhov, los más directamente militares del grupo de Ryuusei, se movían entre las tropas con una facilidad forzada. Los otros miembros entrenados encontraban sus roles, observando, aprendiendo, esperando. Y Arkadi, el viejo. Un mago cuyas lealtades y deudas con la línea de sangre de Ryuusei le habían ligado a su servicio, refiriéndose a él siempre con un tratamiento que resonaba con un pasado de señores y sirvientes místicos.
Pero en medio de esta operación logística sin precedentes, Ryuusei tenía la mente en algo más profundo, algo que sentía bajo la superficie de la realidad que habían manipulado. Pensaba en su base, en la Tortuga Viviente. En Nora.
Durante una parada para reabastecimiento en un área remota, mientras el vasto convoy se detenía temporalmente, Ryuusei buscó a Arkadi. El viejo mago estaba en una tienda de mando improvisada. A pesar de su completa ignorancia en asuntos militares, actuaba con la gravedad de un estratega experimentado, mirando mapas con un aire de profunda contemplación, asintiendo ocasionalmente como si estuviera descifrando misterios logísticos, aunque probablemente solo viera líneas y símbolos sin sentido para él. Ryuusei lo encontró y, con un gesto silencioso, indicó que quería hablar a solas. Se apartaron a un área discreta, lejos del ruido y el ajetreo temporal de la base rodante.
—Arkadi —comenzó Ryuusei, su voz baja, contemplativa. No era el tono de dar órdenes, sino de buscar esa extraña mezcla de sabiduría arcaica y presunto conocimiento moderno que Arkadi afirmaba poseer. Buscaba al viejo mago que, a pesar de su excentricidad, guardaba secretos y lo llamaba "joven amo" por razones arraigadas en viejos pactos y lealtades ancestrales—. Háblame de Nora. Realmente.
Arkadi se alisó la barba, su mirada se tornó seria, adoptando la pose de alguien que está a punto de revelar secretos milenarios. Se inclinó ligeramente, con un aire de misterio y, quizás, una pizca de grandilocuencia forzada. —Ah, Nora, la anciana. Su… esencia es compleja, joven amo. Engañosa.
—No hablo de engaños, Arkadi. O de tus comprensiones —interrumpió Ryuusei, con un filo en la voz. Estaba cansado de rodeos cuando se trataba de Nora—. Hablo de lo que es. Siento algo… vasto. Dormido. ¿Qué es?
Arkadi asintió, pareciendo complacido de que Ryuusei hubiera percibido tanto (o simplemente aprovechando que lo hizo para validar sus afirmaciones arcanas).
—Tienes razón, joven amo —dijo Arkadi, su voz era baja, conspiradora. Ya no sonaba como ciencia, sino como un anciano compartiendo un viejo secreto guardado en runas y cantos—. Nora no es inerte. No es una roca muerta. Es un ser vivo. Un organismo de una escala que se escapa a la comprensión mortal común. Increíblemente antiguo. De una era que solo los ecos del éter guardan.
Ryuusei escuchó, observando al viejo mago.
—¿Vivo? —preguntó Ryuusei—. Pero… está quieta. Parece… una montaña.
—Lo que ves… lo que habitamos en Alberta… es solo una parte, joven amo —reveló Arkadi, con un gesto de mano que abarcaba más allá del horizonte—. Es la superficie. El caparazón. La cabeza, si quieres llamarla así. Su cuerpo… el resto de ella… se extiende bajo la superficie. Por kilómetros. Profundamente bajo la tierra. Vasta y dormida.
Arkadi hizo una pausa, permitiendo que el peso de sus palabras (o la convicción con la que las decía) se sintiera. —Basado en mis… percepciones arcanas… en los viejos runas que resuenan con ella… en los sentires de la tierra misma que me susurran su verdad… su masa, su energía latente… podría ser… tan grande como una montaña pequeña… o incluso una cordillera entera. Lo que habitamos es la espalda de un titán dormido.
Ryuusei contempló esto. Un titán dormido. La espalda de una montaña viviente. La escala era asombrosa, presentada a través del filtro místico de Arkadi.
—¿Dormida? —preguntó Ryuusei—. ¿No muerta, sino dormida? ¿Por qué?
—En un estado de animación suspendida. Un sueño profundo —confirmó Arkadi, con aire sabio, como recitando un antiguo saber—. Las lecturas etéricas que capto indican eones. Millones de años. ¿Por qué duerme? Quizás el mundo cambió de una manera que ya no la necesita activa. Quizás… espera un llamado. Pero no hay señales de fin inminente de su existencia. Es… un gran letargo.
Ryuusei, volviendo a su enfoque estratégico, preguntó lo crucial. —¿Cómo controlarla? Si está viva, debe tener una voluntad. ¿Podemos comunicarnos? ¿Despertarla? ¿Dirigirla?
Arkadi se acarició la barba de nuevo, disfrutando del peso de la pregunta. —Ah, esa es la Gran Pregunta, joven amo. El núcleo del enigma. Su mente… si se puede llamar mente a algo tan vasto y antiguo… es un laberinto de energía primordial. Mis sondeos arcanos apenas la rozan. Podría requerir un método que resuene con su naturaleza profunda… quizás una conexión a una escala psíquica que… que solo alguien con un don excepcional, como la señorita Kaira, podría empezar a intentar comprender. O quizás es un ritual de la vieja magia. O… una clave que solo conocen aquellos que la pusieron a dormir. No lo sé con certeza. Es un conocimiento perdido en las edades.
Añadió una advertencia, con la gravedad que le gustaba impartir a sus palabras, quizás esta vez con una base real en el sentir mágico. —E intentar despertarla o controlarla sin comprenderla completamente… sería imprudente, joven amo. Muy, muy imprudente. Un ser de ese tamaño… su despertar podría cambiar la faz de este continente. O no reaccionar bien a ser manipulada por seres menores. Hay un riesgo. Un riesgo muy grande. Un cataclismo potencial.
Ryuusei guardó silencio de nuevo, sopesando la información de Arkadi. Ya no sonaba como ciencia, sino como magia antigua y peligros insondables. La posibilidad era lo importante. Un secreto dormido. Una voluntad bajo la tierra. Un potencial inigualable, mezclado con un riesgo catastrófico de escala continental.
—Un secreto dormido—murmuró Ryuusei, más para sí mismo que para Arkadi—. Una voluntad bajo la tierra. Un potencial… inigualable.
La conversación terminó, dejando a Ryuusei con la intrigante y ahora definitivamente mística verdad de Arkadi. Nora era una entidad. Un ser vivo del tamaño de una cordillera, en un sueño milenario. El viaje a Rusia continuaba, pero el mayor misterio, el mayor potencial y riesgo, yacía dormido, una montaña viviente bajo sus pies.