La ciudad de Nueva York nunca estaba tranquila por mucho tiempo, y el vacío dejado por la captura de Kraven no tardó en llenarse con reportes de sucesos extraños: atracos de bancos donde los ladrones parecían desaparecer en una nube de humo, persecuciones policiales donde los coches patrulla se estrellaban contra ilusiones, y apariciones de criaturas fantasmales en pleno día. Para Peter, con su conocimiento previo y su agudizado sentido arácnido, el culpable era obvio: Quentin Beck, alias Mysterio.
Peter sabía que Mysterio no era un adversario físico, sino un maestro del engaño y la ilusión. Sus poderes no eran reales, sino efectos especiales de Hollywood llevados al extremo. Enfrentarlo con la fuerza bruta sería inútil; la clave era desenmascarar sus trucos y desmantelar su equipo.
Localizó la fuente de las ilusiones en un almacén abandonado en el distrito de los teatros, un lugar perfecto para que un especialista en efectos creara su escenario. El sentido arácnido de Peter, sin embargo, era inmune a las ilusiones visuales y auditivas. Podía sentir la presencia real de Beck, el zumbido de sus proyectores y el rastro químico de los gases que usaba.
Cuando Peter irrumpió en el almacén, fue recibido por un espectáculo deslumbrante. Un gigantesco monstruo de tres cabezas se alzaba sobre él, rugiendo con ferocidad. El suelo parecía abrirse en abismos sin fondo, y legiones de demonios de humo se arremolinaban a su alrededor.
"¡Bienvenido a mi escenario, Spider-Man!" la voz resonó por el almacén, distorsionada y grandilocuente. "¡Aquí, la realidad es lo que yo quiero que sea! ¡Y tú, serás mi víctima final!"
Peter sonrió bajo su máscara. "Bonito truco, Mysterio. Pero ya he visto tu película."
En lugar de reaccionar a las ilusiones, Peter se movió con determinación, dirigiéndose directamente hacia la fuente del sonido y el calor que emitían los proyectores ocultos. Las ilusiones intentaron asustarlo, pero él simplemente las atravesaba, su sentido arácnido confirmando que no había peligro real.
"¡No puedes ver mis trucos, araña!" rugió Mysterio, desde algún lugar invisible.
"No necesito verlos, Beck," replicó Peter, disparando una ráfaga de telaraña hacia un punto en el techo que su sentido arácnido le indicaba como un posible escondite de un proyector. La telaraña se adhirió, y un mecanismo oculto crujió. La ilusión del monstruo de tres cabezas parpadeó y se desvaneció.
Mysterio, expuesto, lanzó una nube de gas alucinógeno. Peter lo había anticipado. Llevaba una pequeña cápsula de filtro en su máscara, una de sus invenciones recientes para entornos tóxicos. El gas no tuvo efecto en él.
"Tus trucos son impresionantes, Mysterio, pero se basan en la percepción. Y yo percibo de manera diferente," dijo Peter, mientras continuaba desactivando sistemáticamente los proyectores y los generadores de humo con ráfagas precisas de telaraña, cegando los "ojos" de Mysterio.
Mysterio, cada vez más desesperado, intentó una confrontación directa, apareciendo de repente en su traje con cabeza de pecera, armado con un guante que disparaba láseres. Peter lo esquivó con facilidad. Los láseres eran reales, sí, pero su sentido arácnido le avisaba de cada disparo antes de que ocurriera.
"¡Imposible! ¡Nadie puede ver a través de mis ilusiones!" gritó Mysterio.
"Nadie, excepto alguien que no solo ve, sino que siente la verdad," respondió Peter. Con un movimiento rápido, Peter disparó una telaraña al guante de Mysterio, luego otra a su cabeza de pecera, cubriéndola y cegándolo. Otra ráfaga inmovilizó su cuerpo. Mysterio forcejeó, completamente desorientado.
La policía llegó poco después, alertada por las extrañas luces y ruidos. Encontraron a Quentin Beck, el maestro de las ilusiones, inmovilizado y cubierto de telarañas, rodeado por proyectores destrozados y máquinas de humo deshabilitadas. Spider-Man ya se había desvanecido, dejando tras de sí un misterio resuelto y un ilusionista expuesto. La ciudad estaba a salvo de las "magias" de Mysterio, gracias a la mente analítica y el sentido arácnido de Peter.