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La Odisea del Amanecer Dorado

Eider_Torres
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Synopsis
Sinopsis de La Odisea del Amanecer Dorado Alejandro DeVaux era un guerrero justo en un mundo corrupto, hasta que su destino cambió para siempre al tocar un fragmento del Reino de los Dioses. Arrancado de su existencia mortal, fue arrojado a un caótico multiverso de mundos fracturados y planos olvidados, donde cada paso lo enfrentaba a criaturas ancestrales y dioses despiadados. Marcado por una herida luminosa en su pecho y armado solo con su voluntad, Alejandro desafió las leyes del cosmos y forjó su leyenda como el "Caminante Herido", aquel que no se rendía ni ante el vacío ni ante las tinieblas. En su travesía, rescató un misterioso huevo dorado, del cual nació Solis, un dragón estelar con ojos de constelaciones. Juntos, viajaron a través de mundos de fuego, mares abisales y bosques infinitos, enfrentando titanes, dioses y demonios, mientras la fe de aquellos a quienes salvaba se convertía en el cimiento de su ascenso. Desde forastero hasta héroe, desde mortal hasta divinidad, Alejandro tejió con sus actos una epopeya que trascendía planos y universos. Ahora, como el Dios del Amanecer Dorado, Alejandro y Solis viajan por los secretos del cosmos, escribiendo su propia leyenda… una que ni dioses ni demonios podrán olvidar.
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Chapter 1 - La Odisea del Amanecer Dorado

Alejandro DeVaux no era un hombre común. En su mundo original—aquel donde los sueños morían con los días grises—era un guerrero, sí, pero también un hombre justo, de mirada firme y convicciones inquebrantables. Su destino, sin embargo, no iba a quedar anclado a las sombras de su tierra natal.

En su última batalla contra un tirano que sumía su reino en oscuridad, tocó por error (o acaso por designio del destino) un fragmento olvidado: un relicario dorado, grabado con runas que brillaban como estrellas al atardecer. Apenas sus dedos rozaron su superficie, su cuerpo fue desintegrado. No murió, no fue un final: fue un renacer violento.

Su espíritu ardió mientras era arrastrado a través de un vórtice estelar, un espacio donde los fragmentos de mundos chocaban entre sí. Voces antiguas lo llamaron por nombres que jamás había escuchado, mientras su ser era despojado de carne y hueso y reconstituido en forma pura, luminosa. Allí recibió la marca: una herida pequeña, un grieta en su pecho que palpitaba con luz dorada y oscuridad entrelazada.

Alejandro despertó en un lugar donde la lógica y las leyes del universo parecían rotas. Se encontraba en el Plano del Vacío Fractal, donde cada paso lo llevaba a un lugar diferente y cada instante podía durar años o parpadear como un suspiro. Su piel se tornó pálida por la falta de sol, su cabello resplandecía como un hilo de oro pálido, y sus ojos, azul profundo, reflejaban el vacío mismo. La herida en su pecho ardía, recordándole que había desafiado las Leyes.

El primer encuentro con las criaturas sin forma fue brutal: seres de vacío puro, dispuestos a devorar lo que quedaba de él. Sin arma alguna, Alejandro moldeó una espada de pura voluntad y resistió, aunque cada tajo desgarraba un poco más su herida. No sabía cuánto tiempo pasó combatiendo, pero cuando finalmente encontró un respiro, la grieta palpitaba, como si lo estuviera transformando lentamente.

Viajó sin rumbo entre planos y mundos, cada uno con su propio orden y caos.

En Arboris, un mundo cubierto por bosques infinitos, fue recibido como un forastero, pero se quedó para ayudar a los elfos oprimidos por demonios. Lideró guerrillas, enseñó a forjar acero con magia, y dejó tras de sí no un reino, sino un recuerdo de esperanza. Su nombre empezó a ser susurrado entre viajeros: "El Caminante Herido".

En Thal'Mar, un plano sumergido bajo océanos abisales, Alejandro descendió hasta las ciudades sumergidas y luchó contra dioses marinos corruptos. Allí selló un fragmento de su herida con magia abisal y ganó un nuevo título: "El Portador de la Llama y la Marea".

En Forjazul, entre volcanes vivos y llanuras de magma, desafió a titanes ígneos, robándoles fragmentos de su fuego eterno para templar su espíritu. Su cuerpo se endureció, y su herida, aunque seguía ardiendo, ya no lo desangraba.

Durante estos viajes, Alejandro no buscaba la divinidad. Solo quería resistir, sobrevivir, encontrar sentido. Pero su historia creció: un hombre que no moría, que resistía a la disolución, que se enfrentaba a dioses y demonios por justicia.

Fue en Vylar, el Plano Crepuscular, donde su destino cambió. En lo profundo de una caverna oculta tras montañas errantes, encontró un santuario sellado. Allí reposaba un huevo dorado opaco, tallado con runas y marcado por cicatrices de antiguas batallas. La herida en su pecho palpitó con intensidad, conectándose con el huevo. No sabía por qué, pero lo tomó en brazos, construyó un refugio en aquella caverna, y lo cuidó.

No fue un instante, ni siquiera un año. Fueron décadas enteras donde Alejandro viajó por planos, llevando el huevo consigo, protegiéndolo, alimentándolo con magia, leyendas y canciones. Incluso cuando otros mundos lo llamaron a la guerra, cuando dioses codiciosos intentaron arrebatárselo, él nunca lo soltó.

Finalmente, en un plano sin nombre, en medio de una tormenta cósmica, el huevo se quebró. De él emergió un dragón dorado, pequeño, de escamas como gemas y ojos que reflejaban estrellas lejanas. Alejandro, vencido por la emoción, lo llamó Solis.

Solis no era un dragón común. Era un ser nacido de la fe, de las memorias y sueños que Alejandro había acumulado en cada mundo. Era su hijo adoptivo, su compañero eterno. Juntos, emprendieron un viaje por mundos aún más lejanos, explorando planos desconocidos, enfrentándose a horrores que acechaban más allá de los dioses mismos.

El tiempo dejó de tener sentido. Solis creció, de un dragón pequeño a un coloso estelar, capaz de cubrir ciudades con sus alas, mientras Alejandro, marcado por cicatrices, adquiría un poder que ni él mismo comprendía. Su leyenda ya no era un susurro: era un rugido que resonaba entre mundos.

Finalmente, llegaron al Eje Estelar, el centro donde convergían las Leyes Universales. Allí, Alejandro se enfrentó a dioses que intentaron negarle el paso. Pero no fue la fuerza bruta lo que lo elevó: fue el peso de cada vida que había tocado, cada mundo que había salvado, cada criatura que creía en él. La fe viva de todos ellos se convirtió en un faro que rompió las cadenas del plano.

En ese instante, Alejandro ascendió, no como un conquistador, sino como un Dios del Amanecer Dorado. Solis, ahora un dragón estelar adulto, se enroscó a su alrededor, y juntos, emprendieron un nuevo viaje, no para gobernar, sino para explorar los secretos del cosmos infinito, llevando consigo la memoria de cada mundo, cada plano, cada herida… y cada esperanza.