Capitulo 8 –
Los estudiantes de primer año eran guiados al Gran Comedor por la profesora McGonagall, quien caminaba con paso firme y expresión imperturbable. Matt se mantenía al final del grupo, sin atreverse a hablar. Todo lo que lo rodeaba parecía sacado de un sueño: el techo encantado que reflejaba el cielo estrellado, las mesas largas llenas de estudiantes más grandes, y los candelabros flotantes que daban al lugar una atmósfera irreal.
Pero el murmullo que se alzó al verlos entrar lo despertó del ensueño.
—¿Ese es el huérfano muggle?
—Dicen que lo trajo Snape...
—¿Sin familia? ¿Cómo entró aquí?
Las palabras no eran gritos, pero tampoco susurros. Estaban hechas para herir con la misma elegancia con la que se afilaba un cuchillo de plata.
La profesora McGonagall desenrolló un pergamino y comenzó a llamar uno por uno. Esta vez, los nombres eran desconocidos: niños y niñas de familias menores o mestizas, con rostros nerviosos, la mayoría de ellos sin conexiones aparentes.
Uno fue enviado a Ravenclaw. Otro a Hufflepuff. Una niña temblorosa acabó en Gryffindor. Las mesas aplaudían con entusiasmo moderado. Era un ritual repetido, esperado.
Y entonces…
—Matt Moore —anunció la profesora con voz clara.
Un murmullo nuevo se levantó. Algunos profesores intercambiaron miradas discretas, extrañados por aquel nombre. El chico sin linaje conocido, sin pasado mágico, y sin embargo, con una presencia tan intensa que parecía contener algo más profundo que simple nerviosismo.
Desde la mesa de los profesores, Dumbledore alzó la vista. Sus ojos azules atravesaron la distancia como si buscaran leer las páginas de un libro cerrado.
Snape no se movió, pero su expresión se endureció apenas.
Matt avanzó. Sentía la presión de cientos de ojos sobre su espalda. A cada paso, algo dentro de él crepitaba con ansiedad contenida. No tenía un linaje que lo sostuviera, ni un apellido antiguo que impusiera respeto. Solo era él… y ese fuego silencioso que llevaba dentro.
Se sentó en el taburete de madera. El Sombrero Seleccionador fue colocado sobre su cabeza, y una voz grave y rasposa se deslizó dentro de su mente.
—Mmm… ¿quién tenemos aquí? Qué interesante. Qué inquietante...
Matt tragó saliva.
—Has conocido la pérdida. Y el abandono. Pero no te has roto. No completamente. Qué fuego más oscuro... y profundo.
El sombrero pareció revolver dentro de su alma.
—Tienes coraje, sí… pero lo usas para resistir, no para brillar. Astucia, sin duda. Tu mente trabaja como un mecanismo en sombras. Ambición... no por gloria, sino por necesidad. Deseas fuerza. Deseas no volver a arrodillarte.
Matt no dijo nada. No sabía si podía hablar, o si siquiera debía hacerlo.
—Podrías encajar en Ravenclaw… incluso en Gryffindor, aunque no sea tu impulso principal. Pero no. Tú… perteneces al lugar donde el silencio se vuelve poder. Donde la oscuridad se convierte en escudo. Donde nadie espera de ti, pero todos terminan viéndote.
Una pausa.
—Slytherin.
El sombrero lo gritó con una claridad que no necesitó eco.
Los aplausos desde la mesa de Slytherin fueron escasos. Matt descendió del taburete con el estómago revuelto. Mientras caminaba hacia su mesa, notó cómo algunos alumnos cuchicheaban entre sí, mientras otros lo ignoraban por completo.
Se sentó al final, lejos de los grupos más cerrados. Nadie le dirigió la palabra. Una chica mayor desvió la vista al encontrarse con sus ojos. Un chico pelirrojo frunció el ceño con desdén.
Matt no esperaba otra cosa.
Lejos, en la mesa de profesores, varios seguían observándolo con atención. La profesora Sprout fruncía el ceño. Flitwick murmuró algo en voz baja. McGonagall lo observaba sin pestañear.
Y Dumbledore... simplemente lo miraba. Con calma. Con esa intensidad tranquila que hacía sentir que ya lo sabía todo.
Como si pudiera ver lo que aún no había ocurrido.
Matt desvió la vista. Tomó aire. Apoyó los codos sobre la mesa.
"Si todos van a ignorarme, entonces miraré más allá de ellos."
El banquete estaba por comenzar, pero Matt ya sabía que la verdadera prueba empezaba cuando todos se marcharan a dormir.
——
El bullicio en el Gran Comedor fue desvaneciéndose poco a poco mientras los estudiantes terminaban sus banquetes. Matt Moore no había tocado mucho de su comida, pero no por falta de apetito. Era como si la comida no pudiera llenar ese hueco que sentía desde que se sentó entre sus compañeros de Slytherin.
Nadie le hablaba. Nadie le dirigía una palabra, ni siquiera una mirada amable. Lo observaban de reojo, cuchicheaban a veces, pero si él alzaba la cabeza, desviaban la vista de inmediato. Su túnica era nueva pero sencilla, sin los bordados ni los broches elegantes que llevaban los demás. Su origen muggle, aunque nadie lo dijera en voz alta, lo marcaba como una anomalía.
El prefecto de Slytherin, un muchacho de séptimo año con gesto altivo, apenas se giró para dar unas instrucciones secas antes de guiar a los de primero hacia las mazmorras. Mientras caminaban por los fríos pasillos de piedra, las antorchas lanzaban sombras temblorosas sobre las paredes, y Matt sentía cómo esas sombras se le adherían al pensamiento.
Atravesaron un largo corredor subterráneo hasta que se detuvieron ante una pared de piedra sin puerta visible. El prefecto murmuró una contraseña apenas audible, y el muro se deshizo, revelando una sala común iluminada tenuemente por luces verdes que venían desde el fondo de un lago invisible.
El lugar era elegante, sin duda, pero frío, y no solo por su ubicación. Los sillones de cuero, los estantes llenos de libros encuadernados en piel, los tapices con serpientes bordadas… Todo parecía observarlo y al mismo tiempo ignorarlo.
—Las habitaciones están por allá. No hagan ruido y no despierten a nadie —dijo el prefecto sin siquiera volverse a mirar a los nuevos.
Matt caminó en silencio hasta su dormitorio. Compartía habitación con otros chicos de primer año, todos muy callados, aunque por razones diferentes. Algunos lo ignoraban, otros lo evitaban. Uno, incluso, murmuró algo sobre "sangre sucia" al pensar que Matt no lo oía. Pero Matt no reaccionó. No aún.
Cuando estuvo finalmente en su cama, dejó su baúl junto al baúl más lejano, se sentó en el colchón y miró la ventana que daba al agua del lago. Peces grandes nadaban lentamente, proyectando sombras movedizas que cruzaban el techo.
No podía dormir.
La oscuridad no lo asustaba, nunca lo había hecho. Era el silencio lo que ahora pesaba. Un silencio lleno de juicio, de rechazo… y de recuerdos.
Recordó su hogar roto, las calles de Londres, los ojos muertos de sus padres adoptivos, la mano de Snape sobre su hombro en la estación. Todo parecía haberse desvanecido demasiado rápido. Ahora estaba allí. En Hogwarts. Rodeado de magia. Pero completamente solo.
Cerró los ojos por un momento, intentando calmar la mente.
Y entonces lo sintió.
Algo dentro de él se removió. Como una chispa que se encendía bajo la piel. Como si una presencia familiar y al mismo tiempo desconocida despertara muy lentamente. Un leve calor se concentró en su pecho… y luego, en sus manos.
Abrió los ojos.
Las palmas le ardían con suavidad. No físicamente… era más profundo. No era fuego, no aún. Pero estaba allí. Como una promesa.
O una advertencia.
Inspiró profundamente y se tumbó en la cama. Tapado hasta la barbilla, se obligó a cerrar los ojos otra vez. Mañana comenzaban las clases. Y tendría que aprender mucho más que hechizos.
Tendría que aprender a protegerse.
A resistir.
A sobrevivir en un castillo que, aunque lleno de magia… no parecía quererlo.
Y mientras el primer día de Matt Moore en Hogwarts llegaba a su fin, las aguas del lago golpeaban suavemente los muros, y las sombras danzaban en silencio, como si supieran que algo diferente acababa de entrar a ese lugar.
Algo que ardería, tarde o temprano.