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Chapter 12 - Capítulo 11

Gotham ardía. No en fuego, sino en tensión.

La lluvia golpeaba como metrónomo violento sobre los tejados, como si el cielo mismo intentara aplacar el caos que se avecinaba. Las sirenas de la policía se desvanecían en la distancia, ahogadas por el retumbar sordo de un edificio colapsando en la zona industrial.

Y justo allí, entre los restos de acero y concreto, un hombre se arrastraba de rodillas. Su cuerpo era una amalgama de piel endurecida, tatuajes rituales y una energía rojiza que se desbordaba en cada respiración.

Era un metahumano.

No tenía nombre conocido. Solo rumores: un experimento fugado, restos de un proyecto de manipulación genética que nunca debió existir. Su cuerpo irradiaba energía térmica inestable. En sus pupilas no quedaba humanidad.

Apretó los dientes y gritó, y con su grito el suelo se agrietó.

Una onda expansiva invisible arrancó autos de la calle y los estrelló contra los edificios. Los semáforos chispearon y explotaron. El asfalto tembló como si Gotham misma se quejara de su presencia.

Y justo entonces, la sombra de un paraguas negro se proyectó sobre su figura.

—Ya basta —dijo una voz serena, sin elevar el tono.

De entre las ruinas, caminó un hombre de cabello oscuro, impecable, incluso bajo la lluvia. Vestía un abrigo largo, y en su andar había una paciencia que no encajaba con el caos a su alrededor.

Elías Grave.

Pero no era un civil común. Los ojos violeta bajo su flequillo brillaron levemente, como si vieran más allá de la carne, más allá del tiempo. El metahumano se volvió, gruñendo como una bestia. Su cuerpo se alzó, las placas de su piel endurecida contrayéndose como si la energía buscara escapar de él.

—Te advertiré solo una vez —prosiguió Elías, sin emoción—. Esto termina aquí.

El monstruo respondió como sabían que respondería.

Lanzó una descarga térmica en línea recta, distorsionando el aire, derritiendo una hilera de concreto en segundos. Un latido de poder. El rugido de la energía viva.

Pero cuando la niebla del impacto se disipó, Elías no estaba allí.

[Paso Rápido].

Apareció tras él, sin sonido alguno, como si hubiera emergido del propio vapor. Sin dar respiro, su mano se alzó, abierta hacia la espalda de la criatura.

—[Mano del Gobernante] —murmuró.

Una fuerza invisible y brutal se desató. No fue una explosión ni un golpe. Fue una presión absoluta, como si el universo hubiese decidido que aquel cuerpo debía tocar el suelo.

El metahumano fue arrojado de frente contra el asfalto con un crujido seco. No se rompió el concreto: fue él quien se rompió. Gritó, retorciéndose, y liberó otra oleada de energía térmica. Elías no retrocedió. Su cuerpo permaneció anclado en la misma posición, observando cada movimiento como un ajedrecista frente a un rey acorralado.

El villano, desfigurado y sangrante, intentó cargar de nuevo. Esta vez sus manos formaron cuchillas de energía térmica que vibraban, distorsionando la lluvia a su alrededor. Corrió a ciegas hacia Elías.

Pero entonces, un instante antes del impacto, la mirada de Elías cambió.

[Intercambio].

Desapareció de su lugar, reapareciendo a un par de metros a la derecha, mientras un fragmento de escombro ocupaba su posición anterior. La cuchilla de energía rebanó el concreto sin encontrar carne.

Elías no dijo palabra.

Avanzó con precisión quirúrgica. El puño cerrado se estrelló contra la mandíbula de la criatura. Esta vez no hubo sombra ni habilidad. Solo músculo. Técnica. Dominio absoluto de sí mismo.

La criatura retrocedió, tambaleándose. Jadeaba. Su piel mutada chisporroteaba.

Y en su rostro se dibujó algo nuevo.

Miedo.

—Tu energía está fuera de control —dijo Elías, finalmente—. Y tú ya no puedes gobernarla.

El metahumano, desbordado, intentó un último estallido. Elías extendió la mano una vez más, sus ojos destellando violeta.

[Mano del Gobernante].

La criatura fue suspendida en el aire, completamente inmóvil, como si un titán invisible le aplastara los pulmones. Su cuerpo temblaba.

Elías dio un paso adelante, su voz aún tan neutral como al principio.

—Y eso te convierte en una amenaza para los inocentes.

Una ráfaga de viento recorrió la calle, arrastrando papeles quemados. El metahumano se desplomó al suelo, inconsciente.

Silencio.

Elías cerró la mano, y su poder se desvaneció.

A la distancia, entre las sombras de un edificio aún en pie, Selina observaba. Sus ojos felinos se entrecerraron. No podía escucharlo, pero algo en esa pelea no tenía sentido. Elías era demasiado preciso. Demasiado perfecto.

Y nadie en Gotham era perfecto.

No sin esconder algo.

El caos quedó atrás como un eco amortiguado por el paso del tiempo.

Elías caminaba ahora bajo la lluvia mansa, sus pasos sin prisa resonando en la acera húmeda mientras el vapor de la calle aún subía como el aliento de una ciudad herida. Se detuvo un momento frente a una librería antigua, la misma en la que había trabajado antes de que las sombras volvieran a moverse.

Tocó el pomo con suavidad, como si necesitara asegurarse de que aún era real.

Al entrar, una cálida luz de tungsteno le dio la bienvenida. Era un refugio del mundo exterior: estanterías repletas, silencio, y el leve aroma de páginas húmedas. Lia dormía sobre uno de los sillones, un libro abierto apoyado en su pecho. Su respiración era tranquila, casi musical.

Elías se quedó observándola durante un largo instante. No solo porque velaba por ella. Sino porque esa niña… era un ancla. Su habilidad no era ofensiva ni devastadora. Era algo más delicado. Más sutil. Y más valioso.

Un eco psíquico. Capaz de percibir memorias atrapadas en los lugares. Ecos del pasado.

Por eso Amanda Waller comenzaba a interesarse.

Y por eso Elías tenía que mantenerla protegida.

Tomó una manta del respaldo y la colocó suavemente sobre Lia. La niña no se despertó. Apenas murmuró algo en sueños. Su frente se frunció ligeramente. Elías se quedó en silencio, agachado a su lado, observando con paciencia. Los reflejos violetas de sus ojos se atenuaron.

—Descansa… —susurró.

Entonces se irguió, girándose apenas.

Y allí estaba Selina. De pie en el umbral de la entrada trasera, mojada por la lluvia, con la chaqueta ajustada marcando su silueta. Sus labios curvados en algo que no era exactamente una sonrisa.

—Te vi hoy —dijo sin rodeos—. En el distrito industrial.

Elías no negó nada. Tampoco afirmó.

Selina avanzó lentamente, como si midiera sus palabras, o tal vez sus pasos.

—Un tipo normal no hace lo que hiciste. Nadie común esquiva una cuchilla de plasma térmico moviéndose como tú lo hiciste. Nadie reacciona así… sin entrenamiento militar, sin poderes… o sin algo más.

Silencio.

Elías se volvió hacia una de las estanterías, buscando entre los libros como si no hubiera escuchado.

—Yo no soy un tipo normal —dijo, al fin.

La voz de Selina se suavizó.

—No. No lo eres. Pero tampoco hueles a monstruo.

Él arqueó una ceja.

—¿Eso es un cumplido?

—Más bien una advertencia. Porque si lo fueras, ya habría llamado a alguien con capa.

Sus miradas se cruzaron.

Había algo en ella: la cazadora, la ladrona, la mujer que no confiaba en nadie. Y sin embargo, allí estaba, hablándole a un bibliotecario que se desvanecía entre las sombras y aplastaba a un metahumano sin dejar rastro. Algo no encajaba. Y Selina odiaba los rompecabezas sin solución.

—¿Por qué te importa lo que pase en Gotham? —preguntó.

Elías cerró el libro que sostenía. Lo colocó en su sitio, con cuidado.

—Porque esta ciudad se alimenta del miedo. Y el miedo… crea monstruos.

Selina lo estudió un instante más, como si quisiera atravesarlo con los ojos.

—Y tú no lo eres, ¿cierto?

Elías bajó la mirada, las palabras saliendo con un leve peso.

—No todavía.

Silencio otra vez.

Luego, Selina sonrió con cierta tristeza, como si hubiera esperado otra respuesta, y sin embargo, esa fuera la más honesta que recibiría de alguien como él.

—Cuida de la niña. Tiene algo que no muchos tienen en esta ciudad.

—¿Esperanza?

—No —respondió Selina, ya de espaldas, alejándose—. Inocencia.

Y entonces se fue, sin decir más, con la lluvia cubriéndola otra vez. Elías quedó solo entre los libros, entre las sombras. Su mirada se desvió hacia la niña dormida.

Porque Selina tenía razón.

Y en Gotham… eso era un arma tan peligrosa como cualquier otra.

La luz del crepúsculo griego bañaba los pasillos de piedra con un dorado suave. Diana caminaba descalza por el suelo frío del templo escondido bajo la Acrópolis, un lugar vedado incluso para muchos de sus pares.

El eco de sus pasos era acompañado por el susurro del viento, como si las paredes milenarias quisieran hablarle.

La diosa de la verdad no necesitaba bibliotecas digitales ni satélites para encontrar lo que buscaba. Lo que buscaba… no podía encontrarse en lo tangible.

Frente a ella, un altar. Viejo. Agrietado. Cubierto por un paño blanco apenas visible bajo una fina capa de polvo. Diana retiró la tela con cuidado. Lo que quedó expuesto fue un relicario metálico, de forja antigua, imposible de identificar.

Y junto a él, un manuscrito que parecía aún más viejo que el tiempo mismo.

Con dedos hábiles, comenzó a leerlo en voz baja, en una lengua que pocos aún recordaban.

"Y en la hora más oscura, cuando los dioses caigan en silencio, una sombra caminará entre los hombres. No con fuego, ni con trueno. No nacido del cielo ni del infierno. Sino del intersticio… donde mueren las puertas."

Diana frunció el ceño. Aquella línea había aparecido antes, en textos rotos del monasterio de Qumran. Y antes de eso, tallada en las columnas de un templo abandonado en Ephesos. Siempre acompañada de símbolos que se descomponían al intentar copiarlos. Siempre de forma incompleta.

Y ahora volvía a aparecer… aquí.

La sombra que camina entre los hombres.

Había algo en esas palabras que se adhería a su mente como un presentimiento. Algo antiguo. Algo que no pertenecía del todo a este mundo. Ni al de los dioses.

Ni siquiera al de los héroes.

Suspiró, cerrando el manuscrito, y dejó la mano sobre él durante unos segundos. Cerró los ojos.

—¿Qué eres? —susurró.

Porque en sus misiones recientes… había empezado a notar un patrón. El silencio antes de ciertas tragedias. Enemigos que simplemente… desaparecían. Y en cada caso, en algún rincón oscuro de los reportes, un hombre con mirada violeta y aura ilegible. Un fantasma con rostro humano.

Y eso la perturbaba.

No por miedo.

Sino porque Diana Prince conocía bien las guerras invisibles.

Y quien las peleaba… no siempre lo hacía por honor.

Unas pisadas resonaron en el pasillo. No alzó la vista. Reconocía ese paso desde lejos.

—¿Qué has encontrado? —preguntó la voz masculina de Steve Trevor.

Diana cubrió nuevamente el altar, con respeto.

—Nada todavía —mintió con elegancia.

Steve asintió, aunque notó la sombra en sus ojos.

—A veces pienso que Gotham guarda más secretos que toda Europa —murmuró.

—No es Gotham. Es él —respondió ella en voz baja.

—¿Él?

Diana se giró hacia su compañero, sin añadir más. Pero Steve entendió que la conversación había terminado ahí.

La amazona volvió a mirar hacia el templo.

La sombra que camina entre los hombres.

Una figura que no dejaba huella, pero sí consecuencias. Alguien que operaba con precisión quirúrgica, dejando miedo, alivio… y preguntas.

Demasiadas preguntas.

Y muy pronto, Diana sabía que no bastarían los manuscritos para encontrar las respuestas.

—Retrocede el metraje otra vez —ordenó Bruce Wayne, su voz seca como papel gastado.

La pantalla principal mostraba una toma térmica de la zona industrial de Kane Street, captada desde un dron oculto. Las figuras distorsionadas en rojo y naranja chocaban, y una silueta envuelta en sombras se desplazaba entre explosiones y llamas como si danzara con la muerte.

—Detente ahí. Justo en el segundo veintisiete —dijo Oráculo.

La imagen se congeló. Una figura encapuchada, desarmada, aparecía detrás del metahumano descontrolado —una masa informe de energía inestable— justo antes de neutralizarlo con un solo gesto. Sin armas. Sin fuerza bruta. Solo… control.

—Esa postura… esa precisión. ¿Lo ves? No reacciona, anticipa —murmuró Nightwing, cruzado de brazos junto a la mesa.

Robin se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando bajo la capucha.

—Eso no es entrenamiento de la Liga de las Sombras. Ni siquiera los asesinos de Kobra se mueven así. Es como si supiera exactamente cómo funcionaba el poder del tipo.

—¿Y viste lo que hizo con la onda de energía? —añadió Oráculo mientras ampliaba el cuadro—. No esquivó. La desvió. Como si la empujara con la mano… pero no hay contacto.

Un silencio pesado cayó sobre la sala. La sombra de la sospecha se alargaba más allá del metraje.

—Entonces lo vieron —dijo Bruce finalmente.

—No todo —respondió Oráculo—. Hay tres segundos de corte en las cámaras del metro. Él apagó algo. O alguien lo hizo por él.

Bruce entornó los ojos.

—Ya lo hemos visto antes. En los callejones del Distrito Este, con los restos del ataque de los bólidos mutantes. Y antes, durante el sabotaje a las instalaciones de Cadmus.

Nightwing miró hacia la pantalla secundaria, donde el rostro digitalizado de Elías Grave se mostraba entre perfiles.

—Y cada vez está ahí. El bibliotecario silencioso de Gotham. ¿Y dices que también se relacionó con Selina?

—Lo ha hecho sin ocultarse —respondió Bruce—. No se esconde, pero tampoco permite ser visto más de lo necesario.

Robin se giró hacia él.

—Entonces… ¿qué es? ¿Un agente externo? ¿Un alienígena? ¿Un metahumano con complejo de vigilante?

Bruce no respondió al instante. En su mente, las piezas del rompecabezas no encajaban del todo. Elías no buscaba reconocimiento. Tampoco evitaba el conflicto. Simplemente… intervenía cuando el caos amenazaba con desbordarse. Calculado. Silencioso. Como alguien que ya conocía las reglas del juego y solo aceptaba moverse en los márgenes.

—Por ahora —dijo Bruce al fin—, es una anomalía. No una amenaza… pero tampoco un aliado.

—¿Y qué hacemos con eso? —preguntó Nightwing.

—Seguimos observando. De cerca. No lo enfrentaremos. No aún —dijo Batman con un tono tan definitivo que incluso el zumbido de los monitores pareció bajar.

Oráculo, sin levantar la vista, añadió:

—Y si de verdad está cuidando a esa niña, Lia… tal vez ella no sea lo que creemos.

Robin se apartó de la consola, inquieto.

—¿Y si no estamos observando a un hombre… sino a un arma?

Bruce caminó hacia la ventana, la lluvia golpeando contra el cristal.

—Entonces esperemos que esté apuntando en la dirección correcta.

Nota del autor

¡Gracias por leer hasta aquí!

Esta historia la estoy creando con mucha dedicación, cuidando cada detalle para que cada capítulo se sienta auténtico, intenso y con personajes que realmente importen. Si te está gustando el rumbo que está tomando, me encantaría saberlo.

Tus comentarios son mi mayor motivación para seguir escribiendo. Saber que hay lectores esperando el próximo capítulo hace toda la diferencia.

Así que si tienes un momento, déjame tu opinión, una teoría, o simplemente dime qué te pareció. Lo leeré todo con atención.

Gracias por acompañarme en esta aventura.

— El autor

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