Sus pasos evocaban un viaje al pasado, donde el aroma a hierba fresca y las risas de su infancia encajaban como piezas de un rompecabezas. En ese rincón del bosque, bajo la sombra del viejo roble, el sol se filtraba entre las hojas.
Al acercarse, sus dedos recorrieron la corteza y luego las cicatrices del árbol, hasta encontrar el origen de sus recuerdos: L + E. Iniciales que el tiempo había conservado en forma de corazón.
Liliana se detuvo a su lado, y su voz, tan frágil como el crujir de una hoja seca, se alzó en el aire:
—¿Recuerdas este lugar? Aquí éramos libres, donde los problemas de la sucesión no tenían sentido… Yo… —pegó una mano a su pecho—. Yo podía sonreír sin que el pasado me persiguiera.
Ethan no respondió de inmediato; en cambio, sus ojos se quedaron fijos en las iniciales, en la promesa que alguna vez representaron. Ahora, solo quedaba el dolor de un pasado que se desangraba en el presente.
—Liliana… Desde que recibí tu carta, no he dejado de preguntarme algo —su voz se quebró al final—. Si me tenías a mí, ¿por qué me dejaste pudriéndome en ese palacio?
Ella dio un paso atrás, llevándose las manos al pecho, como si su propia alma fuera un peso demasiado grande para cargar.
—Es complicado, Ethan… Hay cosas que… no puedes entender todavía.
—¿Acaso… me estás ocultando algo? De lo poco que recuerdo, tú siempre fuiste la más misteriosa.
Liliana no respondió de inmediato. Solo inclinó la cabeza, permitiendo que sus pensamientos danzaran en un rincón de su mente.
—¿Crees que abandonarte fue fácil? —preguntó, mientras sus manos apretaban con frustración su vestido—. Perdóname, hermanito… Pero la vida no fue como yo esperaba. Me rompieron… y dejé que pasara. Dejé que mi corazón se enfriara porque era la única forma de seguir adelante.
Él cerró los ojos con fuerza; el dolor era como un latigazo en el pecho. Pero al abrirlos, sus pupilas se oscurecieron como pozos profundos, y el temblor de sus labios se extendió hasta sus manos.
—¡¿Acaso no significábamos nada para ti?! —El grito rasgó el aire, pero no consiguió aliviar la rabia que hervía en su interior—. ¡Todos ustedes se fueron, dejándome solo! No tienes idea del infierno que fue ese palacio… ¡de lo que hicieron conmigo!
Liliana sintió que su hermano se desmoronaba frente a ella, y cada palabra parecía desenterrar algo que llevaba demasiado tiempo evitando.
—¡¿Acaso no sabes cuánta gente vino a mí, en mi lecho de dolor?! Diciéndome… "Ocupa el trono…" ¡Toda esa mierda que no logro entender…! ¡Me piden ser el rey! Aurora, Luna… y nuestra madre se fueron… ¡Se fueron para siempre!
Liliana dio un paso adelante, pero por primera vez, sus ojos temblaron como dos gotas de lluvia.
—Quería regresar… pero, cuando por fin quise hacerlo, ya era demasiado tarde.
Ethan apartó la mirada. Su rabia se transformó en desesperación. De un movimiento violento, arrancó la máscara que contenía su angustia y la arrojó al suelo, como si le quemara la piel. Su respiración era errática; el pecho le subía y bajaba como si el mundo entero estuviera a punto de romperse.
—¡Mírame! —Alzó una mano temblorosa y la señaló con un dedo acusador—. ¡Mira lo que hicieron conmigo! Yo solo… quería una familia. Pero todos se fueron… Y ahora apareces tú… como si nada hubiera pasado.
Liliana sintió un estremecimiento interno. Sus lágrimas, silenciosas, caían mientras la mirada de su hermano la atravesaba.
—Sé que no existen palabras que justifiquen lo que hice. Ni siquiera puedo llorar con naturalidad, porque mis sentimientos siempre me han traicionado. Pero aquí, en este lugar… mi corazón y mi mente aún recuerdan lo que fuimos.
El silencio se alzó entre ellos, mientras la tormenta de emociones se calmaba por un instante. Finalmente, Ethan soltó una risa amarga; sus manos cubrieron su rostro, intentando retener las lágrimas que se asomaban.
—Entonces dime… Si realmente consideras este nuestro lugar especial, no habrá mentiras entre nosotros.
Liliana asintió. Se acercó una vez más y lo abrazó. Fue un gesto simple, pero cargado de todo lo que no se había dicho en años.
—Entonces… ¿estarás a mi lado? ¿Vendrás a la ceremonia de los fundadores? Y lo más importante… ¿te quedarás esta vez?
Liliana cerró los ojos y apoyó la frente en su hombro. La promesa que se formaba entre ellos no era solo de palabras, sino un pacto silencioso que ninguno de los dos se atrevió a romper.
—Sí, mi pequeño hermanito… Lo prometo con mi vida. Te apoyaré en todo lo que necesites, y juntos cumpliremos el deseo de nuestra madre, Estela.
El viento suspiró entre los árboles, como una despedida y un saludo. Las palabras se dispersaron, pero la promesa permaneció en ellos.
Los pasillos de la academia Verathiel se extendían como tentáculos de mármol oscuro. Nadia navegaba entre los murmullos de la alta sociedad, mientras su presencia era como un faro de misterio, que despertaba curiosidad.
Con elegancia medida, vestía el uniforme de seda azul oscuro, cuyos pliegues se mecían con la misma gracia que sus pasos. Al ingresar al salón de historia, notó que el pupitre del rey seguía vacío, frío, como si el invierno se hubiera quedado atrapado en la madera.
Cerró los ojos un instante e intentó imaginar la risa burlona de Ethan resonando entre las páginas de los libros, pero en su lugar solo escuchó el susurro de sus amigas acercándose.
—Aún sigue ausente por los problemas del reino —dijo Livia, arrastrando las palabras con pesar.
Nadia apretó el libro contra su pecho, sintiendo que algo en esas palabras le sembraba una duda punzante. Pero antes de que pudiera responderle, un murmullo creciente recorrió el aula.
En el salón de los espejos, donde el champagne olía a mentiras y las sonrisas eran armas, Nadia se deslizaba al compás del vals junto al hijo de un noble.
—Qué curioso… La favorita del rey, ahora es ignorada —le susurró con arrogancia, mientras sus dedos se aferraban con descaro a su cintura.
La música no cesó de inmediato, pero para Nadia el mundo pareció detenerse. Sintió el comentario como una astilla bajo la piel. Entonces sonrió, serena y encantadora, y sin perder el ritmo, bajó ligeramente el cuerpo… y le aplastó el pie con la precisión de una bailarina entrenada.
—Oh, lo siento mucho —dijo, su voz tan dulce como vacía.
La música terminó, y con ella, el momento. Pero su satisfacción permaneció intacta. En aquel juego de máscaras, ella no era una pieza… era una jugadora. Y sabía que en la danza de la nobleza, la etiqueta no era una obligación: era un arma.
En el jardín botánico de la academia, las glicinas dejaban caer sus pétalos sobre el hombro de Nadia, como si fueran las lágrimas de una dama. Valeria se acercó y le quitó las flores con suavidad, mientras le preguntaba, en voz baja:
—¿Sigues buscándolo?
Nadia, con el libro aún en las manos, asintió sin responder. Los días pasaban sin novedad, pero algo dentro de ella seguía esperando.
Pasando los días, las glicinas del jardín se aferraban con desesperación a sus últimos días de esplendor, batallando contra un tiempo que no perdona.
Nadia deslizó los dedos sobre su broche y preguntó con curiosidad:
—¿Han visto a nuestro rey últimamente?
La pregunta flotó en el aire, y Valeria, por su parte, apretó su libro de novelas contra el pecho, como si fuera una excusa para bajar la voz.
—Mi hermano mayor, que aspira a caballero, vio a los emisarios de los Halcones llegar al palacio con... regalos —hizo una pausa medida—. Ethan no estuvo allí para recibirlos. En su lugar, su mensajera, Ester, les plantó cara, les escupió a los pies y dijo: "Los Winter no aceptan regalos de buitres."
—Anoche... las velas de mi habitación se apagaron solas —susurró Nadia, clavando sus ojos en los de su amiga—. Dicen que es un mal presagio si ocurre en vísperas de la ceremonia de los fundadores.
La tensión se hizo un nudo en el aire, pero Lilian, la tercera amiga, la cortó sin piedad, lanzando una hoja escrita con las palabras que la atormentaban.
—¡Oh, pero eso no importa! —tarareó, girando sobre sí misma—. Lo que yo quiero saber es cuándo nuestro rey volverá a recitarnos poesía bajo los arces.
Sus manos se elevaron hacia las flores, como si fueran un altar.
—¿Creen que esta vez nos concederá el honor de tocar su caballero dorado como el otoño? Dicen en la academia que las damas envidian su belleza andrógina. ¿Y quién no lo haría…? Esa perfección encaja tan bien con nuestro joven rey.
La exageración de Lilian hizo lo imposible: los labios de Nadia se curvaron en una sonrisa genuina, logrando deshacer el nudo de tensión que llevaba tanto tiempo apretando su pecho.
—Lilian, si algún día logras rozar su manto, te prometo tejerte una corona con las enredaderas de este jardín.
Esa noche, en la soledad de su habitación y bajo la luz implacable de la luna llena, una carta apareció sobre su almohada. El sello de los Winter seguía intacto.Al romperlo, solo encontró una línea:"El tiempo nos distanció, pero nuestros caminos volverán a unirse bajo la luz del atardecer.Espérame en la terraza de la academia."